La tragedia de los 43 estudiantes desaparecidos en México tiene infinitos capítulos pero el de hoy es nuestro 2 con un superviviente marcado a fuego por el desastre.
Los pobres tienen esa rara manía de encarar la adversidad con entereza por eso aunque el infortunio y la desesperanza luchen con ganas por establecerse en la Escuela Rural Normal de Ayotzinapa ni uno, ni otro terminan de logarlo. La música en este remoto sur tiene un aire de letanía tristona y los supervivientes no recuperan sus vidas, ni sobreviven del todo porque para algunos la losa de la casualidad que les hizo salir de aquella noche de infierno es más pesada que la propia muerte.
En este cuento, la resiliencia es un palabro porque los campesinos que pelean en el estado mexicano de Guerrero la llevan de serie. Así que cuando Alexander Soto, nuestro protagonista medio vivo medio muerto, nos contó que sólo se sintió a salvo cuando apoyó los pies en la tierra y recolectó patatas durante dos días seguidos, junto al chamizo que ocupaba con su madre y hermanas antes de irse a la escuela a mejorar su vida, nos pareció la reacción más natural del mundo. El azar le convirtió en superviviente en un “tú sí, tú no, tú vives, tú mueres”. Y esa sensación que lleva como aceite pegada a la piel, no le ha abandonado.
Imagen: Jesús Martínez