A ver, la idea mola todo: terminas tu entrenamiento ante un público entregado, en su mayoría menor de edad, y sabiendo que es muy posible que no los vuelvas a ver, te gusta despedirte teniendo un detalle con todos ellos. La selección, nada más terminar su partidillo, cogió unos balones y los lanzó a la grada con el socrorrido patapúm para arriba. El resultado, os lo podéis imaginar. Igual que si dejas unas entradas para el próximo concierto de Justin Bieber a la puerta de un colegio. Muy fuerte.