Cantaban los patos a la noche de Burdeos como si no hubiera más mañana, ajenos a cualquier cosa que no fuera su propio bienestar. Cantaban con fuerza, como hacía minutos lo había hecho el estadio que les da cobijo. En el 'Stade de Burdeaux', diseño sueco en plena naturaleza agreste, España acababa de tomar la vía más salvaje de esta Eurocopa, y la verdad, la metáfora parece hasta poética. Patos, hojarasca y una España enredada en sí misma y en los mil y un debates que después del dos a uno ante Croacia tenemos servidos sobre la mesa. Estamos en el fango, como los patos de Burdeos o los equipos que, pudiendo haber tomado la autovía, han preferido (o les han preferido) tomar el camino de arenas movedizas.
Todo este verso, antes, cuando España no era el España F.C. ni el equipo de todos, no era un problema. Llovían los palos y los de siempre se llevaban las mismas críticas mientras el aficionado sacaba su imperdible rojo y se ponía a chapotear un poco más escupiendo sus propias quejas. Que si De Gea, que si Piqué-Ramos, que si Cesc Fábregas... Que sí, lo de antes. Ahora la cosa es diferente, porque esta derrota cala. Y después de empaparnos con el chaparrón del penalti fallado, vino la tormenta del gol de Perisic. Para la grada española ese tanto fue como cuando caminas por la acera encogido, intentando esquivar la lluvia, y el que te salpica todo es el coche que pasa pegado a la acera. Maldigamos nuestra mala suerte.
Y mientras los patos cantaban fuera del estadio, dentro el hincha de España digería su disgusto. Cada uno agarrado a su mantra. La mayoría, haciendo sus propios cálculos de probabilidades con el duelo ante Italia y, casi todos, echando un vistazo al calendario para ver cuántas vacaciones de esas que están sacrificando para animar a Pedro Rodríguez y compañía les quedan. Así son los aficionados del España F.C., el club que nos pasamos años intentando crear y que ahora, dos Eurocopas y un Mundial después, tiene ante sí el desafío más imponente de su vida. No lo hará sólo, y esa es, hoy, la mejor noticia para la Selección. Ya tiene una hinchada que sufre sus derrotas, que gasta su asueto gustosamente para ponerse la camiseta de España y que hoy, poco más de diez horas después de la derrota, ya están pensando en cómo buscarse la vida para estar en París. Poesía en la tormenta.