Iba a ser el arma secreta de una red de narcos colombianos, iba a ganar mucho dinero, y la DEA le consideraba un enemigo a batir. Los servicios antidroga de Estados Unidos le seguían la pista tras descubrir en pinchazos telefónicos que Andrés L.E. se dedicaba a introducir droga en el cuerpo de adorables cachorros de perro que luego enviaba a Miami. Andrés puso al servicio del narco sus manos precisas de cirujano por dinero, y ganó mucho pero no el suficiente.
En 2005 la DEA junto a la policía colombiana irrumpió en la granja de mascotas que Andrés gestionaba en Medellín (Colombia) y encontró diez cachorritos de Labrador y Rottweiler listos para enviar a Estados Unidos con tres kilos de heroína líquida en su organismo. Andrés les operaba para introducir la droga en el cuerpo de los cachorros y cuando la herida cicatrizaba y el pelo volvía a cubrirla los enviaba al extranjero. Ya había enviado media docena, y aunque la mitad no aguantó el viaje, el método seguía siendo rentable. Además los cachorros no ponían reparos como “las mulas” que usaba la organización reticentes a tragarse un kilo de cocaína para introducirlos como turista en Estados Unidos. Andrés escapó y durante ocho años se le perdió la pista a pesar de la orden internacional de captura emitida en su contra.
Esos ochos años los pasó en Galicia, concretamente en Lugo, donde se instaló con su familia y ejercía de veterinario con su nombre auténtico y el reconocimiento del gremio por su valía. Una orden internacional no hace que la policía de todo el mundo se ponga a buscarte con frenesí, su objetivo es que si se localiza al fugado se le detenga para ponerlo a disposición de la Justicia. Si no haces ruido, nadie te encuentra, pensó Andrés. La DEA sí lo encontró y alertó a la policía española que terminó ubicándole con mayor precisión en su domicilio. Detenido, Andrés quedó en libertad mientras recurría su extradición a EEUU. El otrora “veterinario del narco” siguió ejerciendo su profesión con toda tranquilidad hasta mayo del 2015 cuando finalmente la Audiencia Nacional concedió su extradición.
Fue entonces cuando desapareció “a lo bruto”, como cuentan los investigadores. Sin dejar rastro, sin una sola llamada a su familia. Y fue entonces cuando la vida dejó de sonreír a este presunto torturador de animales. Tras gastarse una fortuna en la fuga hasta España y las minutas de sus abogados que intentaban eludir su deportación, Andrés se arruinó, y éste presunto narco de altos vuelos se vio obligado a convertirse en ratero sisando dinero de la caja de una de las clínicas en las que trabajaba. Acabó despedido de su trabajo y tras pegar varios “sablazos” a sus conocidos, Andrés reunió todo el dinero prestado invirtiéndolo en un piso discreto de Santa Comba (Coruña) del que no salió en un mes. Los guardias de la policía judicial de Lugo y el grupo de fugitivos de la Unidad Central Operativa rastrearon su pista hasta el modesto piso de 30 metros donde se escondía y el arrestaron el primer día que volvió a poner un pie en la calle.
Ahora comparece ante la Audiencia Nacional que lo enviará en breve a Estados Unidos, dándole un trato mucho más humanitario que el que recibieron los animales y que torturó por un puñado de billetes.