Cada dos días la policía hace una operación contra la trata. La Brigada Central contra la Trata de Seres Humanos vigila el polígono Marconi. Con coches camuflados y muchas horas de vigilancia intentan evitar que la mafia rumana extorsione a las chicas.
“Y, ¿estáis buscando quién está controlando ahora a las chicas? Intentamos averiguar quién está controlando o quién intenta controlarlo”.
Escondidos vemos un coche negro. Es un Astra con cristales tintados y pasa una, dos, tres, hasta seis veces . Son proxenetas y está controlando antes de dejar a las chicas. Los árboles nos impiden ver el momento en el que el vehículo negro deja a las rumanas como si fuera “cargamento”. En la otra esquina vemos un Astra blanco del que se baja otro grupo. Está claro que estas jóvenes están explotadas. Los agentes no paran de recoger con sus ávidos ojos todos los detalles, que nosotros ni vemos.
Apuntan matrículas, caras, ropa y cualquier dato que sumado les ponga sobre la pista de los nuevos explotadores de mujeres. En esta polígono hay de todo. Mujeres que vienen en taxis privados y que trabajan para sí mismas, y jóvenes recién llegadas de Rumanía que tienen mucho miedo porque tienen “amos” y están sometidas. Las captan allí, la hermana de alguien que conoce a alguien y resulta ser un proxeneta, la prima, la amiga. Engañadas.
¿Por qué no habláis con ellas primero? Le preguntamos a uno de los policías: “Esta gente que las ha traído tiene amenazadas a las familias de allí, las amenazan con hacer algo a los hijos, a los padres, y entonces tienen mucho, mucho miedo”.
No pueden liberarlas hablando con ellas porque las pondrían en peligro. Los proxenetas no paran de vigilar mientras ellas se quitan sus vaqueros y sus chanclas para quedarse en ropa interior y subirse a unos vertiginosos tacones. Su turno empieza y siempre en la misma esquina. Es “curiosa” tanta organización.
Nosotros nos retiramos para que la policía acabe su trabajo con seguimientos. Tratan de llegar a los pisos donde las esconden y las intimidan. Donde las “doman” para doblegar su voluntad.
Volvemos otro día por nuestra cuenta . Y tratamos de imitar el difícil trabajo policial. Pero los proxenetas rumanos nos “muerden”, nos han visto y nosotros vemos como llevan el coche cargado de chicas, inconfundibles porque hay tres pelirrojas. Las mismas del otro día pero esta vez los rumanos han usado un vehículo distinto.
Pasan una y otra vez por delante de nosotros, nos miran. Una de las pelirrojas me ha reconocido porque intenté entrevistarla sin darme cuenta de que sus “chulos” pasaban en ese momento por delante. La chica salió despavorida. Ahora lo entiendo.
Cambiamos de posición, nos escondemos y el vehículo nos adelanta por la derecha a toda velocidad. No nos han visto. Y logramos grabar ese momento tan … no sé describirlo. Se bajan las chicas, con sus vaqueros cortos, sus camisetas, sus melenas largas. Podrían pasar por ser cualquier joven atractiva que nos encontramos por Madrid. Pero son rumanas a las que les han quitado la juventud.
Mientras vemos el ritual de cada tarde; cambian de ropa, de calzado, de actitud, de vida… la tristeza nos invade. Es hora de marcharnos. Pero antes le pregunto a una rumana que me parece más mayor. La llevo viendo día tras día en la misma esquina. No parece trabajar para nadie pero sí tiene que conocer lo que ocurre en esta rotonda.
-¿Tú trabajas por tu cuenta y vienes aquí porque quieres?
-Tengo un hijo que mantener. Tengo una hipoteca. Y de momento me va bien.
-Y, ¿sabes que hay otras chicas que las traen o están explotadas?
-La que está allí. Yo veo cantidad de rumanos pero no sé cuál es el chulo de cuál . Yo creo que si tienen miedo hay recursos para pedir ayuda. La policía siempre esta cerca.
Pero no es tan fácil. “La que está allí” es muy niña. No se ha quitado la ropa. Mientras otra compañera no ha parado de insinuarse y “trabajar”, ella no se ha acercado a ningún coche en toda la tarde. Está asustada. Puede ser el primer día de esta joven rumana.