Intentaron llevarse el cajero automático de la base militar de Bótoa en Badajoz hasta en dos ocasiones antes del robar las armas para desafiar la seguridad del cuartel. La banda del “bolina” se convirtió en sospechosa número uno el mismo día que reventaron el armero del batallón donde Marco Antonio Castellano había trabajado como soldado. El ex militar había dejado los uniformes para enfundarse otros de camuflaje, de guerra, pero de imitación. Junto a su hermano, J.Manuel “el bolina”, y su primo, habían formado una banda de aluniceros muy muy peculiar. Camuflados con la indumentaria de guerra y tapados con pasamontañas y guantes reventaban cajeros automáticos y dispensadores de billetes. Pero no crean que lo hacían finamente. Empotraban un coche robado en la sucursal bancaria que les gustaba y se llevaban el cajero o el dispensador tal cual. Sonaban alarmas pero daba igual porque no tardaban en cargar las máquinas en el vehículo que después abandonarían lejos de allí. A salvo abrían las cajas con lanzas térmicas y, tras abandonar coche y cajero, se llevaban el dinero a casa. Lo mejor, que cogían un taxi para regresar o llamaban a “papá” para que los recogiese.
Antonio Castellano y su mujer aseguran que no saben nada de nada de la actividad de sus hijos, de los que dicen, “son independientes”, pero la guardia civil les acusa de colaborar con la banda e incluso, durante la investigación de un año y medio para resolver el robo de armas en Bótoa, el patriarca fue acusado en una operación de tráfico de armas en Portugal. Precisamente la finca de Antonio está pegada al campo de maniobras de la base. ¿Quién no pensaría que ese era el lugar idóneo para esconder los 30 fusiles Hk y pistolas Llama que acababan de robar sus vástagos tras perpetrar un butrón en la valla perimetral de la base y forzar un vehículo del ejército para ir al armero?
VÍDEO: Así capturó la Guardia Civil a la banda
Durante meses la guardia civil peinó la finca de Antonio Castellano en busca del tesoro de las armas. En el terreno con detectores de metales, georadar o perros especializados…y los alrededores del poblado de la Cañada Real de Badajoz. En esas casas aparentemente humildes “el bolina” y su hermano Marco habían empeñado los botines de sus asaltos a bancos. Cocinas milimalistas, dormitorios de vértigo, y todo tipo de comodidades, además de coches de alta gama y ostentosas joyas de oro bien macizo. Entre golpe y golpe vivían apaciblemente.
Hasta que sus vidas se convirtieron en un infierno cuando sabuesos de la Unidad Central Operativa se les echaron encima. Fue unas semanas después del robo de las armas en el cuartel cuando los agentes del grupo de delincuencia organizada de la UCO centraron todos sus esfuerzos en resolver el asalto a Bótoa. En una de esas escuchas telefónicas al bolina y sus secuaces, supieron que el robo no había sido más que un reto, un subidón de adrenalina, y que estaban arrepentidos. Se lamentaban del “marrón” que se les venía encima. Las armas no iban a ser vendidas pero faltaba averiguar su escondite. En septiembre de 2011 cinco miembros de la banda cayeron tras una noche loca de asaltos y un tiroteo con la guardia civil de Badajoz. Fueron encarcelados pero la investigación continuó hasta que la presión sobre el resto de la banda se hizo tan insoportable que desenterraron los fusiles y los dejaron a la vista entre la maleza, junto a Guadiana. No lejos de allí enterradas estaban las pistolas. En el fondo del río varias armas que algún familiar pensó hacer desaparecer. Por cierto todas tenían borrado el número de serie y el anagrama del ejército. Hace un mes cuando salían de la cárcel los hermanos Castellano y sus compinches, los agentes les esperaban para detenerlos, esta vez por el robo de armas. También se llevaron a Antonio y a su mujer que habían ido a recoger a sus hijos, como siempre.