Los silencios que el comandante convertía en abrazos para los padres de Diana
Los comienzos no fueron fáciles. El capitán Arturo Marcos era el encargado de la investigar la desaparición de Diana Quer. En esos momentos todos, hasta sus familiares era sospechosos y él no dejó ni un resquicio de sus vidas por mirar. Su trabajo consistía también en lograr la colaboración de los padres de Diana para encontrar amistades, ahondar en su vida personal y por ejemplo resolver la ropa que llevaba esa noche, importantísimo para empezar a definir el lugar donde se había producido el presunto rapto, la hipótesis más fiable al mes del suceso.
Fue por esta relación de investigador e investigados, primero, y de investigador y padres, una vez despejadas las dudas sobre la familia, como el capitán Arturo pasó a ser el enlace; gestionaba los datos que debían saber Juan Carlos y Diana y con el tiempo aprendería a gestionar sus emociones. Su austeridad con las palabras, su equilibrio con sus ademanes y su voz, autoritaria pero serena y gratificante, le convirtieron en la figura necesaria, el bastón donde los padres de Diana podían apoyarse. Él les llamaba a menudo para preguntarles y ellos le llamaban a menudo para preguntarle. Al final ese capitán, tan discreto y tan estricto con las normas del cuerpo, lograría con su trabajo callado que tuvieran confianza ciega en él. Con absoluta humildad responde. “Ellos necesitaban su tiempo para confiar”. Lógicamente los padres de Diana no habían vivido una relación así antes.
Tan hermético fue en datos de la investigación, que vigilaron al Chicle sin decirles que tenían un sospechoso. “Nunca empleé la palabra sospechoso porque sabía lo que revolvería en su interior”. Les contó desde muy pronto que tenía una línea de investigación y añadió “tenemos la certeza de que es la correcta, estamos ante la línea de investigación definitiva”. Los padres habían aprendido bien que debían confiar y esperaron, sin hablar de más con los medios de comunicación, sin poner en peligro el trabajo tan minucioso que estaba haciendo la Guardia Civil”.
Durante esos meses Arturo ascendió de capitán a comandante pero no abandono su puesto de enlace. Y quien les sucedió en la investigación respetó siempre esa relación forjada con silencios, los silencios que Arturo convierte en abrazos. Era su forma de expresar que sentía lo que estaban pasando y que todavía albergaba la esperanza de que Diana estuviera con vida. Igual que los padres, sobre todo la madre, el comandante se agarró a esa mota de esperanza y les servía de sostén, que ya es bastante. Con esa furia por resolver el caso tiró y tiró de esa familia que vio como un juez cerraba el caso a pesar de estar sobre “la línea correcta”. La Guardia Civil, con su empeño y sus valores que la hacen incansable e incesante en la búsqueda de pesquisas, los agentes de la UCO y los de la Comandancia de La Coruña siguieron trabando con la misma ansia para seguir en su línea de investigación hasta completar el puzle. Tenían que esperar al aniversario de la desaparición para hacer la reconstrucción que resolvería el enigma de la saturación de antenas y acabaría por colocar a José Enrique Abuín y a Diana al menos a cinco metros de distancia. La cámara de la gasolinera de A Pobra que captaría una imagen del coche del Chicle compatible, sería el último cartucho que tirarían.
Los padres de Diana estaban informados de los pasos a seguir y sobre todo de los plazos. Pero de pronto todo se precipitó y el comandante tuvo que llamarles para explicar que los tiempos serían distintos. Más rápidos. Frenéticos. Al final lo detuvieron y Arturo les informó, el 29 de diciembre. Primero a uno y luego a otro. “Tenemos a dos detenidos”. Unas pinceladas del perfil pero poco. “Seguimos trabajando y resolveremos el caso”. La primera confesión fue muy dura. “El peor escenario que se pueden imaginar unos padres”. Porque el Chicle hablaba de su responsabilidad en una muerte accidental que nadie creía, pero se negaba a decirles la verdad. “No sabemos dónde está Diana”. Ni siquiera en ese momento empleó la palabra cuerpo. “Nunca decía cuerpo, siempre Diana”. Cuando por fin les llevó al pozo, el guardia civil se alejó del grupo. “Cuando confirmé que era Diana, les llamé. Quería que se enteraran por mí”.
Todavía hoy sigue hablando de Diana, con el respeto y el cariño de 16 meses de investigación. 16 mese que este hombre amable y recio se llevó cada día a su casa, donde era recibido con la misma empatía que el mostraba. En su familia comprendían esos horarios, esas conversaciones, y esos silencios.