"El Robobo de la jojoya" (La Fuencisla)
No eran gente piadosa, ni siquiera creyentes,pero tras ver las coronas de oro y pedrería de la Virgen de la Fuencisla y el Niño pensaron que se trataba de un negocio redondo, tan redondo como la bola del mundo (orbe) que sostenía la imagen en sus manos, por eso también se la llevaron. Tampoco midieron la repercusión que tendría despojar de sus posesiones más mundanas a la patrona de Segovia y al Niño. Sólo midieron los ocho metros de altura de las rejas que protegían las imágenes en el interior del santuario. Y por supuesto ni tenían formación adecuada para atacar empresa tan complicada, ni medios para llevarla a buen término.
A pesar de todo, el viernes pasado, cegados por el oro y animados por el interés de un puñado de comerciantes con los que consultaron la posibilidad de colocar el botín, se dirigieron en un coche prestado hasta el santuario de la Virgen de la Fuencisla y esperaron el mecanismo automático de apertura del templo para ser los primeros en profanarlo. Se calcula que fue poco antes de las 8:00 de la mañana, cuando se desconectan las alarmas 30 minutos antes de que llegara la primera oleada de fieles. B. más jóven pero menos capacitado para la escalada, se ocuparía del transporte y de darle cobertura a J. de 39 años, el presunto encargado de hurtarle a la Virgen y al Niño sus joyas del siglo XVII de oro incrustado de amatistas y topacios. Así, envuelto en un silencio sobrecogedor, J. saltó la verja, y trepó por el retablo bajo la mirada de reprobación de la Virgen de Fuencisla, o eso pensó éste ladrón mientras le recorría un escalofrío la espalda. J. reaccionó tapándole la cara a la virgen con el velo, no se sabe si para que no pudiera reconocerle cuando llegara el momento de rendir cuentas con San Pedro, o avergonzado porque estaban dejando el santuario perdidito de barro y suciedad. Minutos después ambos salían del templo con el botín en una mochila raída.
La alegría, como a cualquiera de su gremio, les abandonó de golpe cuando divisaron un patrulla de la policía que hacía su ronda por la zona. En primer lugar escondieron el halo de plata de la Virgen en los jardines del santuario. A continuación, rodilla en tierra, no como penitencia sino para ocultarse de los policías, se arrastraron 300 metros hasta la ribera del río Eresma y allí enterraron su botín entre los matorrales antes de regresar a su escondrijo. La tranquilidad también les abandonó pronto. El sábado el robo protagonizaba las portadas de la prensa mientras los fieles esperaban un milagro que descubriera a los culpables. Éstos, más preocupados por la justicia humana que por la divina, huyeron de sus casas, refugiándose con amigos que en cuanto descubrían su relación con el robo les ponían de patitas en la calle. Perseguidos por la maldición de los fieles y las imprecaciones de la señora que se encarga de la limpieza del santuario (indignada por el rastro de barro que dejaron los ladrones, se lo comentó a nuestro reportero Nacho Pulido ante las cámaras de "Las Mañanas de Cuatro TV) llos cacos consumían las últimas cartas que tenían en la manga. Hasta ellos llegaba el eco del rastreo que llevaban a cabo los policías de la Brigada de Policía Judicial de Segovia. El sábado ya habían identificado a los ladrones, y ahora comandados por un veterano inspector jefe, los investigadores llamaban a las puertas de sus familias, de sus amigos, animándoles a pasar por comisaría para mantener una entretenida conversación.
El martes los guías caninos de la policía, con la ayuda inestimable de los perros "Malder" y "Dona", encontraron el botín enterrado. 24 horas más tarde B. ya consciente de que la mitad de Segovia le repudiaba y la otra mitad se burlaba de su capacidad delictiva, se buscó una abogada y a las 19:00 horas se entregó en el juzgado nº5 de la capital, mohino, cabizbajo y sin joyas, confesó "su verdad" esperando un milagro. Pero el juez, más cerca del Arcángel Gabriel que de la idea del perdón divino, le envió a la cárcel a pesar de que el detenido insistía en que él sólo se ofreció a ayudar al ladrón a vender las joyas y le prestó su mochila porque el pobre venía con las coronas metidas en los bolsillos del abrigo. J. no fue tan listo y aguantó escondido un día más, lo que tardó la policía en encontrarle. Frente a frente, los policías comprobaron sus sospechas. El presunto autor del robo más estúpido de la última década en Segovia no era precisamente un sofisticado ladrón de guante blanco, y sí un delincuentes común con antecedentes por robo,que un buen día decidió dejar las huellas de sus zapatillas llenas de barro en una iglesia para obtener un botín por el que nadie le daría ni una centésima parte de su valor. J. no sólo no ha visto nunca la serie C.S.I, también desconoce que las piezas importantes del Patrimonio Histórico están catalogadas y nadie se arriesgaría a comprarlas en el mercado negro.
Ahora, estos dos presuntos pecadores están en la cárcel purgando sus "supuestas" acciones. Las joyas de la Virgen de Fuencisla y el Niño están en el orfebre para reparar unos mínimos desperfectos, y las autoridades promenten condecorar a los policías q a través de Ramón G. su Comisario Provincial se las devolvieron durante una ceremonia oficial. Sólo el obispo de Segovia, Ángel Rubio, ha sabido dejar de lado éstos asuntos policiales y mundanos, y durante la eucaristía para celebrar la reparación del robo nos lanzó el siguiente mensaje "Los cristianos deberíamos hacer autocrítica de todo ésto, la Vírgen ha hablado...". ¿Qué quiere decirnos el obispo?. Ésto sí que es un misterio mayor que "el robobo de la jojoya" que es como ha bautizado el rocambolesco asalto al santuario de La Fuencisla nuestro amigo Jesús Pastor brigada de la Guardia Civil experto en robo de obras de arte.