Se cumplen 10 años de la desaparición de Yéremi Vargas y sus abuelos han dejado el calor de su hogar en Las Palmas para venir a Madrid, a dar calor a otras familias de desaparecidos. Cuando los he visto, me ha dado un vuelco el corazón. Me he acercado a ellos temerosa por si no se acordaban de mí, de tantos periodistas que han pasado por sus vidas. Pero José y Herminia me han dado un abrazo. Sí, ellos me han dado un abrazo y yo me habría quedado ahí abrazada a ellos todo el tiempo. Me he sentido otra vez en casa.
Hace 10 años la familia de Yéremi me recibió con los brazos abiertos en Vecindario. Todos son especiales y hospitalarios. Con su pena a cuestas, con un inmenso dolor en sus ojos, me cuidaron y me hicieron sentir muchas cosas. Me encantó conocer a esa familia tan prudente, educada y correcta que aguardaba, con angustia pero con calma, a que un guardia civil les visitara y les explicara cómo iban las cosas. Durante años vieron pasar a diferentes agentes de la Unidad Central Operativa por allí. Les contaban novedades, fracasos, y buenas noticias que luego se tornaban amargas. Y ellos guardaban sus secretos hasta que la nueva pista ya no era útil y podían explicar a los periodistas algo que les sirviera para continuar en la lucha, para que el mundo no se olvidara de Yéremi.
Yo miraba en la profundidad de los ojos de Itahisa, la madre del pequeño, o de José, el abuelo. Veía sus lágrimas aunque ellos no lloraban con lágrimas. Desde mi ordenador en Madrid, los miraba, y les echaba muchísimo de menos. Quería abrazarles y decirles que la Guardia Civil estaba cerca de encontrar al hombre que se llevó a Yéremi. Y lo intenté muchas veces. Me acerqué a todos los comandantes que llevaron la investigación, a los capitanes, tenientes y guardias del grupo de personas de la UCO que iban y venían de Canarias. Intenté saber, no para ser la primera que contara la exclusiva, eso ya no importaba. Quería poder llamar a su puerta y decirles que ya lo tenían. Pero durante años no pude hacerlo.
Mientras ellos luchaban, yo cubrí para mis informativos otras desapariciones igual de tortuosas. Conocí otras vidas, escribí de tantas historias amargas... Mi hijo creció conmigo y yo crecí con él, siempre pensando en todos esos padres que no encuentran a sus hijos. ¡Contar esas historias te hace valorar tanto lo que tienes! Me empeñé en enseñarle a mi pequeño que la vida hay que agarrarla con fuerza, disfrutar cada segundo y AMAR, en mayúsculas. Es imposible dejar el trabajo a un lado. Me he llevado a casa tanto empeño en encontrar a esos desaparecidos. Es imposible no implicarte. Es imposible escribir un libro de Marta del Castillo y no adorar a esos padres infatigables y generosos. Ángel y yo escribimos esas historias, en los informativos, en los programas a los que acudimos o en los que trabajamos, en libros y en este blog. La gente cree que somos "cirujanos" de los sucesos y ya está. Pero la realidad es que no te puedes despojar de tanta amargura. Intentas no darles esperanzas falsas y mantener el equilibrio correcto. Ser profesionales ha sido nuestro reto. Y quizá lo hayamos conseguido. Pero tengo que dar las gracias a todas esas maravillosas personas que son las familias de los desaparecidos. Porque ellos quizá no sepan cuánto amor nos han dado y cuánto nos han enseñado.
Hoy les he visto reunidos en el Día de los Desaparecidos sin causa aparente. Y me he sentido mal por no saber los nombres de todos ellos, por tener que preguntarles quién es su DESAPARECIDO, y cuándo y cómo ocurrió. Allí estaban algunos, y los que no estaban, otras manos sujetaban sus rostros, tal y como los quieren recordar. Los abuelos y los padres del menor Paco Molina, con la imagen de otra cordobesa, Ángeles Zurera. O la familia de Olivia, raptada por su madre, sujetando a Malen Ortiz. El padre de Hugo, también raptado, con lágrimas en los ojos. Los padres de Cristina Bergua, que cumplen 20 años ya, esperando. O la familia de Manuela Chavero con su empeño en que no se olvide que alguien se la llevó. La hermana de Manoli sonreía diciéndome que han dejado en libertad sin cargos al único imputado, pero que hay otras líneas en la investigación. Sonreía para esconder la pena. Y yo me sentía peor todavía porque sé que a ellos les hemos hecho caso pero no tratamos a todos los desaparecidos igual. Es cosa nuestra, de los medios de comunicación, no es cosa de los policías o los guardias. Ellos buscan a todos. Nosotros hablamos de unos pocos. No puedo nombrarlos a todos. Pero me quedo con algo que me ha dicho el abuelo de Yéremi: "Hay tantos desparecidos que tenemos que ayudarles. Nosotros al menos tenemos un sospechoso en prisión. Y por eso nos sentimos más afortunados". Con esa sencillez y bondad hablaba José, el día de su cumpleaños en un aniversario de cifra redonda, 10 años. Efectivamente el Rubio está en la cárcel por otro rapto y la Guardia Civil intenta que confiese convencida de que se llevó al pequeño Yéremi. Al final las cosas no han salido como había soñado hace diez años. Yo no he podido tocar su puerta en Vecindario para darles la NOTICIA. Pero puedo escribir de ellos y decirles GRACIAS POR TODO.