Sus compañeros de la Unidad Integral del distrito de Chamberí (Madrid) veían al policía Alfredo como un ejemplo a seguir. Especialmente los del turno de tarde. Los demás policias municipales le tenían como un buen compañero, trabajador, servicial, Alfredo nunca había dado problemas en más de diez años de servicio. Pero el amor a una "madame", el dinero fácil, una prostituta que quería ser libre, o una mezcla de todos los factores redujeron a cenizas su brillante expediente.
La perdición se llamaba Esther. Una jóven paraguaya acusada de gestionar una modesta pero lucrativa casa de citas en un bajo del número 42 de la calle General Álvarez de Castro. Desde el principio Alfonso y Esther se compenetraron a la perfección. Ella supuestamente dirigía con mano de hierro a las seis chicas que se iban rotando en el burdel para aliviar a los puteros de turno. Las mujeres pagaban una buena cantidad por su plaza en la casa de citas y el 50% de cada servicio. Todo lo organizaba Esther con esmero, puertas afuera fingía ser fotógrafa profesional pero dentro del piso la cocaína circulaba con fluidez gracias a un par de taxistas que lo mismo trasladaban a las chicas como reponían la droga del local. Alfredo sólo actuaba, presuntamente, si surgía algún problema. El modélico agente intentaba visitar poco la casa de citas. Alfredo, sólo intervenía si un cliente daba problemas o alguna de las prostitutas quería cambiar de aires sin permiso de la jefa del burdel. Normalmente unas palabras del policía bastaban para calmar la situación. Eso hasta que apareció en escena Mariam (es un seudónimo).
Mariam llegó a España acuciada por la necesidad de ganar dinero y el préstamo de un inversor de raza gitana. Ella no lo sabía, pero con el tiempo acabaría de un plumazo con la idílica vida de Alfredo y Esther. Desde Paraguay Mariam recaló en Huelva dondé cayó en manos del gitano. El "inversor" ya no le exigía el doble del dinero prestado para el viaje, el sujeto la quería a ella y mucho más dinero. Mariam no podía satisfacer la deuda limpiando casas, asi que terminó prostituyéndose en un club de Huelva pero el prestamista la violó y robó todo su dinero. Mariam escapó a Madrid donde aterrizó en el burdel de Esther, de ahí escapó a Córdoba, y vuelta a Huelva donde se reencontró con el prestamista que volvió a darle una buena paliza. Mariam seguía pagando su deuda trabajando como prostituta hasta que un buen día un cliente la contrató como acompañante en un corto viaje a Madrid. Mariam tuvo tan mala suerte, que en la barra de un bar se dio de bruces con Alfredo. Posteriormente le contó a la policía y al juez que Alfredo le reprochó su huída del burdel de Esther y la amenazó con deportarla si no regresaba al trabajo en la calle Álvarez de Castro. Mariam quería ser libre y denunció su caso, al prestamista y el burdel ante la UCRIF de la Brigada Central de Extranjería y todos terminaron detenidos y a disposición judicial. El primero, el gitano prestamista de Huelva, a continuación los taxistas que abastecían de cocaína al burdel de Madrid y por último la pareja sentimental: Alfredo y Esther. Todos, presuntamente, involucrados en la trama.
Nos dicen que fue complicado pero no excesivamente conseguir las pruebas de que Alfredo se beneficiaba económicamente de la actividad del burdel de su novia Esther, con quien compartía en los pinchazos telefónicos que obran en el caso y supuestamente demuestran la preocupación del policía por el estado de las chicas o el abastecimiento de las drogas de la casa de citas. El juez mandó al policía municipal a prisión provisional acusado de cuatro delitos: contra la salud pública, tráfico de personas, proxenetismo y por supuesto, por la obligación de perseguir el delito. Su novia siguió parecido destino y Mariam, la protagonista involuntaria de ésta historia, figura como testigo protegida del caso y testigo, al fin de cuentas, de la ruptura de una pareja bien avenida.