Miguel Angel Flores es un caradura que vendió a través de sus empresas más de 17.000 entradas para la fiesta de Halloween, sobrepasando no, duplicando el aforo permitido. En eso consiste su trabajo: en vender cuantas más entradas mejor para llenarse los bolsillos. Lo hizo hasta en cuarenta eventos antes de la fiesta mortal en el Madrid Arena. Juegó con fuego y nadie puso freno a esa gula hasta que se quemaron, todos
Aquella noche los “amigos” de Flores estaban con él: Francisco del Amo, coordinador de proyectos de Madrid Espacios y Congresos con jefe de operaciones, el director de seguridad Rafael Pastor y su coordinador.
Ellos ultimaron con Flores donde poner las vallas y los tres filtros de entrada que había (uno era de Seguriber , otro de Diviertt y otro de Kontrol 34). Juntos comprobaron que las barras tapaban las salidas de la pista porque en vez de las seis previstas habían puesto dieciocho. Y juntos recorrieron el Arena sin aparentemente percatarse de que no se había delimitado el aforo por plantas independientes para respetar las condiciones del contrato que Madridec le había hecho firmar a Flores.
Esa noche estaban todos allí porque tenían visita y Madridec, osea el Ayuntamiento, quería quedar bien con unos clientes. Pinchaba Aoki y una de sus exigencias por contrato era que la pista tenía que estar llena de gente, a rebosar, para poder lanzar las colchonetas hinchables que vimos en las imágenes.
Un mar de gente sujetaba las neumáticas con jóvenes subidos encima. Si no quedaba ni un hueco entre las personas, se aseguraban que no caerían haciendo el animal. Y Aoki también se quería lanzar a ese mar.
También por contrato Aoki disponía de camerinos separados para él, para gogos y para todo el equipo, y eso obligó a cerrar varios vomitorios. Además había dos escenarios y eso cerraba otros dos pasillos.
Con las vías de escape mermadas (tres de los ocho vomitorios cerrados), llegó la hora crucial. Aoki estaba a punto de salir al escenario y alguien avisó de que la pista todavía no estaba repleta de gente. Se ordenó el cierre de puertas: “Que no saliera nadie”. Algunos jóvenes relatan perfectamente lo que ocurrió dentro.
Todavía cabían bien en la pista pero de pronto un corriente de gente entró por la rampa de emergencia. Fuera las cámaras captaron el momento y los abogados contaron unas 2500 personas avanzando hacia la pista por ese acceso abierto por orden de Madridec y Diviertt. La mayoría de los chicos venía del botellón del aparcamiento (Seguriber se encargaba de permitirlo y de cobrarles), y también venían de los aledaños donde la policía no actuó porque eran pocos agentes y los mandos policiales decidieron hacerse los ciegos para no ver la ilegalidad.
Tocaba Aoki y ese era el reclamo de todos esos jóvenes que habían esperado fuera la hora del dj. Así que los organizadores de la fiesta (Flores y Madridec) estaban encantados de que todos ellos llegaran al mismo tiempo al Arena y contribuyeran al lleno de la pista. Por eso les desviaron para entrar por la rampa de emergencia directos a la pista.
Decía que los chavales que estaban dentro del Madrid Arena mucho antes notaron esa entrada masiva porque en cuestión de minutos se vieron empujados hacia los vomitorios. En volandas porque ya no podían ni poner los pies en la pista, no cabían, les empujaban y se sentían a morir. Empezaron a buscar salidas y la mayoría estaban cerradas o un controlador de Kontrol 34 les impedía el paso. Algunas barras cedieron con la presión. Había montañas de chicos aprisionados en la pista. Salían como podían de allí. Y muchos intentaron escapar por el vomitorio de la muerte. Uno de los tres que estaban abiertos. Pero se colapsaron en el interior porque de frente otra corriente humana empujaba para entrar a la pista.
Y volvemos fuera. Cuando los hombres de Flores detectaron que la rampa de emergencia se colapsaba abrieron un desvío por otra entrada de emergencia, la de la cota 5 (segundo piso). Esa entrada daba a una escalera por la que empezaron a bajar cientos de chicos disfrazados. Y la escalera acababa frente al vomitorio mortal. Las cámaras grababan la marabunta que empujaba hacia dentro del vomitorio.
Las dos corrientes chocaron. Unos empujaban desde la pista, otros desde el pasillo distribuidor, y en el medio del vomitorio no podía avanzar. Tropezaron y cayeron unos encima de otros. La avalancha mortal duró muchos minutos. Muchos.
Y nadie se daba cuenta. Ni siquiera el vigilante de Seguriber que estaba a cargo de las cámaras y su única misión era mirar. Ni siquiera ese trabajador vio la marea de gente que se movía en vaivén frente al vomitorio. Sólo algunos jóvenes intentaban hacer gestos para advertir a los que empujaban desde el otro lado, porque estaba ocurriendo el desastre. Los chavales grabaron la avalancha pero no pudimos verlo por la cámara del Arena, porque justo en ese túnel era una cámara de mentiras, una carcasa.
No acabaría explicando lo que no se hizo antes de la tragedia. Sólo diré que el Ayuntamiento de Madrid canceló el verano anterior las reuniones de coordinación entre policías, bomberos, Madridec y la empresa anfitriona en este caso Diviertt.
La razón ahorrar. También para ahorrar Seguriber redujo de 46 a 38 el número de vigilantes. Y lo más grave. El ayuntamiento olvidó avisar al Samur- Protección civil de manera preventiva y la policía olvidó diseñar el dispositivo de seguridad. Reaccionaron tarde y acabaron mandando doce policías que no pudieron abarcar el botellón de la Casa de Campo. Y que por supuesto se quedaron fuera del Arena viendo desfilar a la multitud que entraba en tropel y que luego provocaría la tragedia.
Nadie se percató de que allí no cabía un alfiler. Nadie vio lo obvio o todos miraron hacia otro lado porque todos tenían algo que esconder. Así que allí estaba el doctor Viñals con un ayudante de su misma edad y su hijo que llegaría después. Incapaces de hacer una resucitación por edad y porque no tenían ni un desfibrilador.
Ha pasado un año y he acudido a casi todas las comparecencias de imputados en sede judicial. He visto desfilar a los veinticinco señalados, de momento, por el juez. He presenciado sus falsedades, sus excusas, sus vergüenzas. Y he comprobado cómo se echaban las culpas unos a otros. Y todos tienen la culpa. No se salva ni uno.