Hemos tenido que esperar tres años para ver a Miguel Carcaño sentado en el banquillo para responder de uno de los crímenes más infames de los últimos tiempos. El asesinato y desaparición de Marta del Castillo es una brecha abierta en los corazones de toda Sevilla y el resto de España. Antes de analizar el caso, que lo haremos a lo largo de la semana en nuestros respectivos programas e informativos, una amiga periodista de Sevilla nos pidió que reflejáramos en una "tribuna" de El Correo de Andalucía como Malena y yo nos implicamos en el caso hasta llegar a plasmarlo por escrito en el libro "Red de Mentiras". Ésto es lo que periódico sevillano publicó éste domingo:
"Madrid no está tan lejos de Sevilla, y desde el caso Marta del Castillo la cercanía se siente más que nunca por la indignación y el dolor compartidos. Imposible no recordar todo lo que ocurrió e identificarse con los que tanto han sufrido.
Tenemos que reconocer que la noticia tardó en arrancar cuando llegó a nuestras redacciones. En principio se trató como cualquier otra desaparición de una menor. Fue la movilización sin precedentes de las redes sociales y la mirada limpia de Marta del Castillo lo que nos puso en la pista de uno de los crímenes más infames y una de las investigaciones más complicadas para resolverlo.
Sólo unos días después el nombre de Miguel Carcaño ya sonaba entre los que nos dedicamos a la información de actualidad. Fue a través de las redes sociales como nos llegó la primera y pequeña fotografía del presunto asesino. Un chandalero venido a más, un joven agraciado, de pelo corto y actitud nada tranquilizadora. En un pacto entre un reducido grupo de periodistas, no la publicamos para no entorpecer su detención y aguardamos impacientes mientras conocíamos que la Policía de Sevilla interrogaba una y otra a vez a Carcaño y a sus presuntos cómplices en busca de un fallo en sus coartadas. Cada día de espera nos fue acercando más a Sevilla y a la familia de Marta. Así fuimos testigos del momento en que Antonio del Castillo, Eva Casanueva, José Antonio y Javier, descontentos con el discurrir de la investigación, recurrieron a los medios de comunicación con la esperanza de recuperar a su hija.
El 27 de enero, tres días después de la desaparición de la chica, en el mismo lugar donde todavía se creía que Miguel Carcaño la había dejado, la familia agarró unas sillas blancas y un par de mesas de la asociación de vecinos y dio su primera rueda de prensa. Fue la primera convocatoria pública de una larga lista. Lo que también nos quedó claro es que resolver el caso de Marta no iba a ser tan fácil como nos parecía.
Tras descartar a los testigos que enmarañaron la investigación, la detención de Miguel llegó por fin un viernes, lo peor que nos podía ocurrir a los que seguíamos el caso. Lejos de nuestras redacciones, peleamos por arañar los datos más contundentes. La mancha de sangre en el forro de la cazadora de Miguel se convirtió en el titular del fin de semana. Con esa prenda, la única que no lavó, la Policía había conseguido romper el silencio del homicida. Miguel acusó a Samuel y más tarde al Cuco. El menor acusó a Francisco Javier. Todo fue muy rápido. Toda la atención se centró en el río Guadalquivir, el lugar donde los tres confesaron que habían arrojado el cuerpo de Marta. “Caso resuelto, ya tienen a los implicados en la desaparición”, nos dijimos… y enseguida llegó la fatídica rueda de prensa de la Policía, tutelada por los políticos.
Y sin embargo, algo no cuadraba. Empezamos a cuestionar las confesiones y a martillear con preguntas a nuestras fuentes policiales. Samuel y el Cuco se desdijeron de sus confesiones, como hacen todos los presuntos delincuentes. El caso iba y venía entre el juzgado y las reconstrucciones en León XIII, hasta que de repente un día pareció que todo se desmoronaba. Miguel habló de violación y basurero, todo dio un vuelco tremendo… El hallazgo de ADN del Cuco mezclado con el de Marta en la habitación donde la mataron y donde el menor dijo que esa noche no entró dio credibilidad a la nueva versión de Carcaño. Con pruebas escasas y tanta mentira, parecía que jueces y policías iban a la deriva. No lograban romper la tupida red de mentiras tejida por los imputados. La política irrumpió con fuerza en el caso y desde nuestra atalaya de Madrid asistimos impotentes al linchamiento mediático de los investigadores sevillanos. Ese día nos prometimos llegar al fondo del asunto y dejarlo escrito en el libro Red de mentiras.
Así descubrimos cómo la Policía consiguió quebrar la voluntad de la pequeña y mentirosa novia de Miguel para dejar sin coartada al presunto. Nos encontramos con un grupo de investigadores que hizo todo lo posible, lo legal y lo alegal, por encontrar a Marta. Pero también nos sorprendimos con un juez que vigilaba con celo las garantías de los imputados, lo que posibilitaba, sin darse cuenta, que los abogados penalistas pudieran encontrar coartadas que derrotaban, aparentemente al menos, a las pesquisas policiales.
Y decimos aparentemente porque si nos adentramos en el sumario del caso descubrimos un relato de hechos coherente. Una investigación exhaustiva que, a nuestro juicio, consiguió atrapar a todos los que presuntamente participaron en el asesinato de Marta. Los sospechosos jugaron con los teléfonos móviles, limpiaron la casa, destruyeron pruebas, se cambiaron de ropa, lloraron con los padres de Marta y se confabularon para salir impunes. Novias, amigos y padres de los implicados mintieron y mienten aún para proteger a los suyos.Incluso algunos abogados voraces llegaron a engañar a jueces y policías, mientras especulaban con unos y otros para vender caras las confesiones de sus clientes.
Sabemos todo esto y mucho más. Y sobre todo sabemos que nada de esto es comparable con lo que nos ha enseñado y nos enseña cada día la familia de Marta, unas personas capaces de soportar con educación todos los envites de los mentirosos. Una familia que ha dado lecciones a muchos, y que todavía hoy nos conmueve. A todos nos han roto el corazón.
Así hemos vivido nosotros un caso que tres años después se resume con una familia rota, unos policías frustrados por no haber conseguido encontrar el cuerpo de Marta y unos imputados frotándose las manos porque saben que la Justicia quizá es demasiado blanda con cómplices y encubridores. Basta recordar que en una de las visitas de sus abogados, Miguel Carcaño les regaló una sonrisa irónica y un “jamás os voy a contar lo que pasó con Marta”."