La Fiscalía del Supremo estudiará las grabaciones del juicio de Almonte para pedir la repetición
“Líbrese orden a la Sala de lo Civil y Penal del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía, para que remita el sumario y rollo del Tribunal del Jurado, en la Sección Primera de la Audiencia Provincial de Huelva, así como el soporte donde se encuentre grabado el juicio oral, correspondientes a la causa de que dimana este recurso…”
Es la petición excepcional que hace la Fiscalía del Tribunal Supremo al TSJ de Andalucía para que le remita el sumario y el juicio entero. Es excepcional porque no se suele pedir. Si se pide es porque la postura de la Fiscalía está bastante clara: “Repetir el juicio de los crímenes de Almonte”.
Significaría volver a la casilla de salida. Cuando el juez instructor redactó los hechos justiciables, los que se iban a juzgar: “Padre e hija sufrieron de forma sorpresiva un ataque con un cuchillo jamonero por parte de una persona que iría provista de guantes y a la que conocían". El juez no tenía duda de que era Francisco Javier Medina el novio por el que Marianela abandonó a su marido, el detenido por la UCO. El procesado. “Sólo se ensañó con el padre pero la pequeña murió desangrada por las múltiples heridas del cuchillo. El asesino cubrió después su cuerpo con una manta. Y se lavó en el cuarto de baño donde dejó su ADN”. La guardia civil encontró en las toallas restos epiteliales de Medina. "Se han dejado por contacto directo con estas toallas, y no transferencia indirecta o secundaria”. Era la prueba indiscutible.
Los vecinos escucharon una discusión aquella noche y el acento del intruso era almonteño. Miguel Ángel, el marido de Marianela, le espetó a su asesino un “márchate de aquí, hijo de puta”. Marianela, en su interior, sabía que esa persona podía ser su novio. Medina era un ser celoso, violento, agresivo y maltratador. Le decía que no sonriera, que no bailara, que no mirara, que no existiera, que no respirara. La quería solo para él. Se ponía cardíaco cuando ella intentaba ayudar al padre de su hija. Marianela borraba los mensajes que se cruzaban hablando de las necesidades de la pequeña que era el centro de sus vidas a pesar de la separación. Hasta que sucedieron los asesinatos y todo cambió. Medina aparcó los celos durante un año y Marianela se dio cuenta. Luego volvería a las andanzas pero de momento ocuparía el lugar que antes había ostentado por derecho el difunto Miguel Ángel. Y lo más importante que observó, Medina no lloraba ni se lamentaba por la muerte de la pequeña.
Fue la UCO la que consiguió las pruebas para detenerlo. Con la tenacidad que les caracteriza meses después se presentaron ante su puerta y le dijeron: “Marianela ve haciéndote a la idea, es él y estamos seguros”. Le pusieron delante los informes de ADN que demuestran que Francisco Javier Medina se limpió con unas toallas limpias y lavadas con lejía. Encontraron restos epiteliales en cantidades suficientes para poder descartar la transferencia. No, no era semen que ella podría haber llevado en su cuerpo o en su ropa. Era piel. El asesino llevaba guantes y la ropa cubierta con algo plastificado. Pero después de lavarse la ropa impermeable, se lavó las manos.
Los investigadores de la UCO le preguntaron a Medina desde cuando no pisaba la vivienda del crimen. Por los menos 3 años contestó. Hacía mucho que el marido de Marianela y el que fue su presunto verdugo, no se hablaban. Desde que ella se había acercado a Francisco Javier. (Antes habían sido todos colegas ya que trabajaban juntos en un supermercado). La Guardia Civil pensó que las pruebas estaban claras, a pesar de que Marianela en un primer momento creyó haber visto a su novio en el trabajo a la hora que se produjeron los asesinatos. Pensaron que sería sencillo explicarle al jurado que una mujer en shock era improbable que tuviera un recuerdo nítido. Pudo verlo otro día y defenderlo en los primeros momentos inconscientemente. Pero los investigadores no contaron con un nuevo testigo, la exnovia de Francisco Javier, que resentida con Marianela porque había causado su ruptura, de pronto le dio coartada. Fue el único testimonio que aseguró en el acto del juicio haber visto al acusado esa noche a la hora de los crímenes. A pesar de que la última imagen que captaron las cámaras de él en el supermercado fue una hora antes. Después se había esfumado. Nadie se preguntó si esa mujer podía tener un interés especial en recuperar la “amistad” con su exnovio o si pudo equivocarse. El jurado popular compró la coartada.
La puntilla fue la interpretación que hicieron los nueve jurados del informe de ADN de las toallas. Compraron la tesis de la defensa que admitía la posibilidad de transferencia en el ADN. Un perito pagado por la defensa les explicó que el semen podía dispersarse en una lavadora y que podría haber impregnado las toallas que Marianela lavó y colgó. No cotejaron esa teoría con lo que realmente decía el informe de un Instituto como el de Toxicología de Madrid, referencia de muchos juicios mediáticos y organismo oficial. El informe encargado por el juez instructor no lo había pagado nadie, y menos era un encargo de la acusación. Pero pasó a un segundo plano venciendo la contienda la defensa del acusado.
Con solo dos elementos a favor del reo frente a numerosos indicios y testigos que no lo habían visto trabajando, finalmente los nueve del jurado votaron para que el juez absolviera a Francisco Javier Medina. Y el juez no les devolvió su veredicto para que lo motivaran mejor. Fue escueto e incompleto. Pero ni el magistrado les obligó a mejorarlo, ni el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía después se atrevió a ordenar la repetición del juicio por falta de motivación del veredicto.
Marianela hundida por el machismo, el linchamiento al que la han sometido en redes sociales, y el juicio tan doloroso, no se quedó callada. Durante estos meses ha luchado en busca de la verdad. Porque los asesinatos de su hija y de su marido no pueden quedar impunes. Si el Tribunal Supremo acepta la posible petición de la Fiscalía, se volverá a juzgar al que fue presunto asesino.