Los errores del descuartizador de Majadahonda
Bruno Hernández no sólo compró una picadora de carne en la que encontraron posibles restos de carne y óseos. También compró un maletín con un cuchillo, un machete de carnicero y un cuchillo de caza. Cuando la Guardia Civil lo encontró en el sótano de la vivienda de Majadahonda contenía también varias piezas de la máquina de picar; las cuchillas y las rejillas. Todo fue hallado con restos de sangre que al analizarlos dieron positivo. Se compararon con el perfil genético de la ropa de trabajo del Burger de Adriana. Y el resultado fue contundente. Bruno Hernández descuartizó a la argentina y la intentó picar para hacer desaparecer el cuerpo o para trasladarlo a los contenedores y que nunca fuera encontrado.
Pero cometió muchos errores que le delataron. La maleta de Adriana estaba en las zonas comunes del adosado. En la entrada de la casa se dejó su bolsa de aseo y parte de la documentación personal incluida las tarjetas de los bancos. La casa estaba desordenada, sobre todo la habitación de Adriana. Estaba tan revuelta que nadie podía creer que se hubiera marchado de viaje.
Otra de las pistas que no cuadraban fueron los mensajes que supuestamente Adriana envió a sus familiares. En realidad sospechan que los escribió su asesino porque el lenguaje no era el propio de una argentina. Y porque a uno le decía que se había mudado, a otro que estaba de viaje por Europa, a otra que se había comprado una casa en Italia y en el último que su teléfono estaba roto.
En la vivienda de Móstoles donde el presunto asesino mantenía una habitación, se dejó las llaves del vehículo de Adriana que encontrarían a unas manzanas, más documentación y joyas de la mujer llenas de sangre, dentro de unos guantes de látex.
Parece increíble que alguien que se toma su tiempo para limpiar pruebas comprando hasta en dos ocasiones productos de limpieza, o pintando las paredes del garaje salpicadas de sangre, se dejara ADN de Adriana por todas partes. Tampoco cuadran sus versiones de lo que hizo con ella. El detenido llegó a equivocarse de fecha diciendo a unos testigos que la había llevado al médico el día 30 y a otros el 31.
Las mismas incoherencias con respecto al paradero de su tía Liria hicieron sospechar a los investigadores que Bruno pudo matarla hace cuatro años. No sólo porque la despojara de todos sus bienes aparentemente. O porque llevan cuatro años sin hablar. También porque dijo que la había llevado a buscar casa a Ávila y que tras dar vueltas por algunos pueblos no recordaba dónde la había dejado.
Los investigadores encontraron la finca de Toledo donde el pasado jueves hicieron un primer registro al comprobar en el GPS que Bruno la llamaba “mi finca grande”. La propiedad no es grande. Es una hilera de olivos raquíticos que no han debido producir ni una aceituna comestible que llevarse a la boca o de la que sacar algo. Pero Bruno la frecuentaba. Le gustaba pasear, decía.