Los dos errores de "cabeza de cerdo"
La primera vez que me hablaron de Ioan Clamparu fue en los pasillos de la desvencijada comisaría de Retiro. Allí, en el centro de Madrid tiene su sede la UCRIF central de Extranjería, frente al edificio que en sus tiempos cobijó el diario Pueblo. Fue hace años y entonces "El Gran Clamparu" era un fantasma que perseguían policías veteranos con ahínco."El mayor traficante de mujeres de Europa y uno de los grandes del mundo", me dijeron. Éste rumano de 43 años, cuerpo gigante, cabeza desproporcionada y gesto malévolo, se les había escurrido entre los dedos en 2004. La policía había programado su detención con día y hora, la suya y la de los suyos, todos a la vez, pero por error o no, en Rumanía adelantaron los arrestos dando tiempo a escapar al gran capo de la trata de blancas. Clamparu era una de las piezas más codiciadas por los servicios policiales de medio mundo, que temían no volver a reconocerle por sus supuestas operaciones de estética para cambiar su rostro.
La historia de Clamparu susurrada entre pasillos y despachos de la UCRIF nos atrapó con fuerza. Cuando nos relataron las denuncias de algunas de sus víctimas, todavía más. Las antiguas esclavas de "cabeza de cerdo" contaban las tremendas palizas que recibieron nada más llegar a España para "convencerlas" de que su destino era prostituirse sin descanso entregando todas sus ganancias a la organización. El propio Clamparu les confirmó que las dos primeras que se resisitieron a cumplir sus órdenes acabaron descuartizadas y sus restos esparcidos por el campo. Una tercera, les dijeron, fue atada a un árbol y sirvió de carnaza para sus perros de presa. "Ésta de la fotografía" les enseñó. Andrea (nombre ficticio de una menor de 17 años) fue obligada a abortar en Madrid y, con algodones en la vagina, de vuelta a su puesto de trabajo en cuestión de horas. Otra, relataba un grupo de mujeres, ni siquiera llegó a España. En un puerto del Adriático las metieron dentro de un almacén y les mostraron a un grupo de proxenetas. En el centro de la jauría, una mujer atada a una silla a la que cosían los labios con alambre por chivata. Nunca volvieron a verla. Así actuaban Clamparu y sus hombres, mostrando en vivo y en directo los horrores que les tenían reservados a chivatas, vagas o rebeldes. También disponían de palizas grabadas en vídeo que de forma periódica les obligaban a ver como recordatorio de lo que les podría ocurrir.
Ya basta por hoy, no vamos a contar más. Éstas son las hazañas de Clamparu, y el era consciente de lo que le esperaba si le cogían. Precisamente por eso la sorpresa fue mayúscula cuando en septiembre de 2011 se entregó a la policía "harto de escapar por medio mundo" confesó. Ese fue su primer error. Clamparu, millonario y un Dios en Rumanía, había sido condenado a 13 años en su país. Y aunque parece que ésto no le inquietaba, en España no tenía motivo para entregarse pero pecó de soberbia. Hacía tiempo que, no se sabe de qué manera, se enteraba de como discurrían las causas en su contra en los juzgados madrileños. Clamparu sabía que todas esas habían prescrito, por eso se entregó subestimando la capacidad de los policías de la UCRIF. Sin embaro, los policías sabían del asunto y le tenían preparadas otras acusaciones en juzgados diferentes para cuando llegara la ocasión. La ocasión llegó, Clamparu se entregó sin saber de esas otras causas que no habían prescrito, y así terminó en la cárcel y ahora en el banquillo. Todo éste tiempo lo ha pasado tranquilo. ¿Para qué preocuparse si las chicas aterrorizadas nunca declaraban en su contra? Ese ha sido su segundo error. Los mismos policías de Extranjería, hartos de ver como las testigos en juicios de prostitución "desaparecían" días antes de que les tocara declarar contra sus antiguos jefes, mantuvieron bien ocultas y protegidas a cinco mujeres que desde hoy declaran contra "cabeza de cerdo". Los policías sentaron en el banquillo al proxeneta y ellas le van a condenar. Una es Andrea, la menor a la que presuntamente obligó a abortar. Andrea ha renunciado a la indemnización y ha insistido en que lo único que quiere es ver a Clamparu entre rejas.
Diez años después, hay una oportunidad para hacer justicia de la buena. Justo lo contrario que opina el abogado que defiende a "cabeza de cerdo" . El abogado de Ioan Clamparu es Juan Carlos Orbañanos y dice que todo obedece a una persecución política en contra de su cliente. Sobre el aborto de Andrea, el letrado asegura que fue voluntario.