A pesar de sus evidentes desajustes psicológicos, Bruno Hernández, acusado por la Guardia Civil del asesinato y posterior descuartizamiento de su tía y una inquilina del chalet de Majadahonda, tenía en su poder dos pistolas H&K, una escopeta y diez cuchillos de uso poco común. Sin embargo Hernández disfrutaba de un permiso de armas de caza tras pasar con éxito los test psicológicos siendo un enfermo medicado por una patología de índole psiquiátrica.
Hernández tenía en vigor el permiso de armas en el momento de su detención aunque según se desprende de los informes de los investigadores no utilizó ninguna de las armas de fuego para cometer presuntamente sus crímenes.
El primero de los asesinatos según los investigadores pudo cometerse en primavera del año 2010 fechas que coinciden con el momento en que se apropió del DNI de su tía Liria propietaria del chalet de la Sacedilla en cuyo garaje se cometieron los crímenes. Precisamente, la obsesión del acusado por ese inmueble, es para los investigadores, el principal móvil del asesino. En primer lugar desapareció su tía sin dejar rastro tras manifestar que quería vender el chalet para regresar con su familia lejos de Madrid. Fue en 2010 y Bruno Hernández aprovechó para alquilar habitaciones del chalet, la última inquilina, la argentina Adriana Gioiosa, desapareció de la misma forma cinco años después en primavera de 2015. La última vez que la vieron fue a finales de marzo. Los investigadores sospechan que el descuartizador, decidido a disfrutar en solitario del chalet, decidió hacerla desaparecer porque se negaba a abandonar su habitación alquilada.
En contra de Bruno Hernández obran dos informes grafológicos que ilustran ambas desapariciones. El último remitido al juez por el departamento de criminalística de la Dirección General de la Guardia Civil, confirma que Bruno falsificó la firma de su tía en el documento que le cedía el usufructo del chalet en las fechas de la desaparición de la víctima. Más fácil fue probar las cartas que Bruno le envió a los jefes de la hamburguesería donde trabajaba su segunda víctima Adriana Gioiosa.
Entonces la meticulosidad del presunto asesino le llevó a cometer errores. Tras intentar sin éxito falsificar a la perfección la firma de Adriana en una serie de cartas de despedida a su jefe anunciándole que se trasladaba lejos de Madrid, Bruno optó por fotocopiar burdamente la firma del documento elaborado en ordenador. El presunto asesino grabado por cámaras de seguridad en el momento en que dejó la carta a nombre de Adriana en su lugar de trabajo, también olvidó deshacerse de todos los borradores de la misiva que descartó por no estar convencido de sus dotes como falsificador de firmas. En el ordenador del presunto asesino la policía judicial de la comandancia de la Guardia Civil de Madrid encontró el original de la carta de despedida de Adriana y en la papelera media docena de copias con la firma de Adriana falsificada por él que no llegaron a convencerle.
Ambos informes ya obran en manos del juez del caso que espera el contraataque de la defensa de Bruno inclinada por hacer valer los desarreglos psicológicos del presunto asesino ante un tribunal. Sólo hace unas horas que en el programa de AR pudimos ver por primera vez la cara de Bruno, un rostro desconocido hasta para sus vecinos, acostumbrados al extraño comportamiento del ahora acusado de los crímenes.