Obviamente Carolina no se esfumó sin más, embarazada de siete meses y abandonando a sus tres hijos a su suerte con su pareja José Manuel Batanero. Los vecinos de Cifuentes (Guadalajara) dejaron de verla a finales de septiembre pero José Manuel no denunció su desaparición. Los guardias de homicidios lo tenían claro con semejantes antecedentes y organizaron vigilancias sobre el sospechoso.
El carnicero del pueblo, era su profesión, no quería comentar los detalles del asunto. A todo el que preguntaba, también a los guardias, le explicaba que la relación se rompió el 12 de octubre y ella le abandonó dejándole a cargo de sus tres hijos. Así, taciturno y callado, José Manuel, dejaba pasar las semanas mientras los investigadores sospechaban de su implicación en la desaparición y probable homicidio de su ex pareja. Los guardias jamás imaginaron la tormenta de violencia que se tragó a Carolina para siempre.
El 18 de octubre, los servicios sociales denunciaron la desaparición de Carolina. La última vez que la vieron con vida fue en un piso de acogida. Ellos sospechaban de la anterior pareja de Carolina, con antecedentes de maltrato, aún más que de José Manuel sin imaginar hasta donde iba a llegar el ímpetu homicida de éste último. José Manuel tampoco fue capaz de prever hasta donde iban a llegar los guardias en su investigación.
Mientras José Manuel repetía en los interrogatorios que su mujer se había marchado sin más, los guardias comprobaron dos detalles relevantes. Descubrieron en las grabaciones de cámaras de seguridad que José Manuel había retirado dinero con la tarjeta de débito de su ex pareja días después de la desaparición de la mujer. Y todavía más, los mensajes de móvil que José Manuel les enseñó supuestamente enviados por Carolina diciendo que se iba a las islas griegas, habían sido enviados y recibidos bajo el mismo repetidor de telefonía. Le detuvieron al instante y José Manuel confesó. Fue el 23 de octubre.
Según el detenido, el 30 de septiembre se produjo una fuerte discusión en casa de la pareja, y aunque normalmente es ella quien le agrede, ésta vez fue José Manuel quien la golpeó y le dio un empujón que le causó la muerte. A continuación se desplazó a Riva de Saelices para tirarla a un muladar. Los guardias se apresuraron a buscarla en una carrera contrarreloj.
La realidad era mucho más terrible, pensaron los guardias. El cadáver de Carolina no aparecía y le apretaron. En su segunda declaración, el viernes 25 de octubre, José Manuel explicó que cuando fue al muladar se asustó al encontrarse con gente y volvió al pueblo, dejando el cadáver en el coche durante el resto de la noche. Al día siguiente la trasladó hasta la nave de su propiedad en el mismo pueblo, donde la descuartizó, arrojando los dedos a la basura, las extremidades y la cabeza se las entregó a varias rehalas de perros propiedad de sus amigos. Quizá por un gesto mínimo de humanidad enterró el tronco, con el nonato en su interior, en una fosa junto a la nave cubriéndolos con cal viva y 10 centímetros de cemento. Su siguiente paso fue llamar a la ex pareja de la asesinada diciéndole que ella se había marchado y entregándole los tres hijos que tenían en común. El otro ni siquiera preguntó por Carolina.
En unas horas los guardias comprobaron la veracidad del relato del asesino y recuperaron parte de los restos de la mujer. Tras recoger el hacha que utilizó José Manuel cerraron una de las investigaciones más terribles que les había tocado en suerte dejando, al menos, todo atado para que se hiciera justicia con Carolina.