De la carnicería a la isla de los famosos en Miami
Cuando los economistas de la brigada de blanqueo de capitales de la Udef de la policía empezaron a rebuscar en las vidas de los hermanos López Tardón trataban de comprender el entramado financiero que el menor de ellos había tejido para blanquear los 150 millones de euros de beneficios que presuntamente obtenía de la cocaína. Como buenos sabuesos de las cuentas empezaron por el montón de papeles que correspondía al final de la década de los 90, cuando los hermanos compraron su primer inmueble y montaron una carnicería en la calle Castelló, un barrio ilustre de Madrid. Por el día carniceros de gente noble, por la noche matones de discoteca para la banda de los Miami. Ya entonces el desfase era elocuente: unos días ingresaban 40.000 pesetas y otros tres millones. No podían provenir de la carne. La carnicera facturaba además contratos de asesoramiento. ¿Asesoramiento de carne?
Eran los años duros de la rivalidad con el jefe de la banda Juan Carlos Peña Enano. El líder de los Miami tuvo un accidente que le costó una pierna y que siempre atribuyó a Álvaro y, a cambio su hermano Artemio se quedó tuerto tras una paliza. Otros miembros de la banda fallecieron en accidentes a bordo de coches deportivos de lujo. Álvaro quería hacerse con el negocio de los colombianos. Su objetivo era convertirse en un peso pesado del narcotráfico, y lo consiguió. Para lavar sus abultados negocios de la droga sustituyó la carnicería por los coches de lujo. Sólo un ejemplo; un Lamboghini Reventon valía 180.000 euros. Los testaferros de Álvaro pagaban coches con dinero en efectivo, billetes procedentes de la cocaína, algunos llegaron a tener cinco vehículos a su nombre que meses después vendían de nuevo a The Collection, el concesionario. Su madre, su hermana... todos compraban y vendían vehículos de alta gama. Una de sus clientes era Ana María Cameno, la reina de la coca, la narcopija que pretendía montar el mayor laboratorio de cocaína jamás visto. Era el negocio de su vida, el último porque después planeaba su retirada para tener un hijo. Ana y su marido compraron dos coches de lujo a los Tardón, o quizá fue un pago en especies tras la llegada de un alijo.
Yo fui testigo de uno de esos pagos en efectivo en el flamante concesionario de Villaviciosa de Odón. Artemio recibió a los compradores, con mono azul de trabajo, por cierto, que entregaban los billetes ante la “paralizada” periodista que era yo. Había llegado allí haciendo un reportaje sobre los Miami. Cuando se percataron de mi presencia Artemio me preguntó, y cuando la dije que era periodista y pregunté por su hermano me sacó del negocio con gritos, insultos y amenazas. La frase: “como publiques una sola línea del concesionario o de nosotros, los López Tardón, te envío a tu casa una visita, ten cuidado con tu familia” no la olvidé. Por supuesto que no publiqué nada porque todavía la policía no había desentrañado completamente lo que escondía aquel negocio, y otros.
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Artemio vivía con su madre y su hermana en un adosado gigante rodeado de cámaras. Una pared metálica separaba sus dependencias. Allí junto un jacuzzi, una enorme televisión y una estatua de mal gusto, guardaba cerca de veinte millones de euros, en un zulo rodeado de aislante y recubierto de hormigón. Otros cinco millones estaban debajo del ascensor. Artemio dormía con el dinero a su pies y las armas para proteger su tesoro, que en realidad era de su hermano. Porque a pesar de exhibir autoridad y despilfarrar 400 euros de una tacada en restaurantes de lujo de la capital, Artemio temía a su hermano. Álvaro era un déspota y le trataba a patadas. Había abandonado Madrid tras salir de la cárcel y pactar una indemnización a su víctima, a la que había sacado un ojo. Pero se sentía acosado en su vivienda de dos millones euros de Villaviciosa. Ni el leopardo que merodeaba por su jardín y provocaba las quejas de todo el vecindario, conseguía apaciguar a Álvaro, que puso rumbo a Miami.
Desde su apartamento en una torre de 150 pisos disfrutaba de unas vistas privilegiadas de la bahía. Se compraba casas, coches, barcos, motos acuáticas (todavía sin localizar) y se gastaba en un día 6000 euros en su tienda de ropa preferida. Se hacía cirugías para cambiar su aspecto o mejorarlo, como la última operación para ponerse abdominales. En un año se gasto 240.000 euros con la tarjeta, una cantidad que triplicaba sus ganancias declaradas. En esas tarjetas figuran los gastos de sus viajes a Colombia, donde la policía sospecha que no iba de vacaciones, sino a organizar cargamentos de coca con destino España (tenía seis o siete clientes, los mejores Ana Cameno y su marido, amigo desde la infancia de los Tardón). Al único que le pagaba con billetes sucios era a su santero, o su padrino como él lo llamaba, una debilidad en la que dilapidó cantidades ingentes de dinero. La policía interceptó mensajes del padrino recomendando parar o seguir adelante con algunas operacíones de coca. En EEUU se sentía seguro, no llevaba ni escolta, pero no podía ir pagando con sus fajos de billetes para blanquear, y tenía que usar las tarjetas. Eso lo delató porque el FBI empezó a seguirle tras detectar el gigantesco volumen de gastos. Con los 58 millones de euros que presumió de haber ganado el año pasado y los 26 millones de dólares que recibió en forma de transferencias bancarias, no sabía qué hacer. Por eso antes de verse acorralado e intentar fugarse, Álvaro López Tardón inició la compra de una mansión de 30 millones de euros en la isla Fisher de Miami Beach, donde actores como Tom Cruise o Jennifer López tienen sus casas de veraneo.