De voltajes y cortes de pelo
El clima tropical invita a raparse el pelo. Entre el calor, el cloro de la piscina y la sal del mar, cuanto menos pelo tengas en la cabeza mucho más fácil será tu vida. Ya me ha pasado el estar en una reunión, apartarme un poco el flequillo para apuntar el código de tiempo en el que Rosa persigue a Tony por la playa, y sacudir tanta arena en la sala de reuniones como para hacer un castillo sobre la mesa del director.
Por eso llega un momento en toda edición de Supervivientes que hay que cortar por lo sano. Además parece ser un sentimiento bastante común entre el equipo masculino, porque a medida que avanzan los días cada vez son más los cráneos pelados que van apareciendo. “Mira, ahí va uno”, comenta un turista, y señala a un cámara nocturno. “Y ahí otro”, grita su amigo, y me señala a mí. Vale, esto no pasa en realidad, pero podría: como quien se va de safari a Kenia para ver rinocerontes. Por establecer un símil ambientado en los años sesenta: llegamos en modo capilar Beatles y nos vamos convirtiendo en soldados americanos en Vietnam. Acabaremos siendo como el pelotón de un ejército. El ejército Supervivientes.
En La Ceiba hay peluquerías. Muchas, además. Pero ya que vivimos en una bonita burbuja residencial a lo teleserie americana, lo suyo es plantarse con la rapadora en casa de algún vecino para que te ayude con el cortado del césped capilar. Y cuando digo vecino, va implícito el que sea compañero también. Que digo yo que si una persona cualquiera abre la puerta de su casa y encuentra a un tipo descamisado blandiendo un objeto cortante, lo menos que hará será agarrarse a la lámpara del salón de un salto.
Por cierto que el uso de aparatos eléctricos por aquí tiene su aquel. Como todo el mundo sabe, la corriente en esta parte del mundo es de 110V, la mitad de nuestros 220V europeos. ¿En qué se traduce esto? Pues que al enchufar la rapadora que te has traído confiado de casa, en lugar de sonar como una Harley Davidson circulando por una autopista de Arizona, suena como el triciclo de tu sobrino por el parque municipal. Y cuando te la acercas a la cara para intentar rebajarte la barba, en lugar de cortar el pelo lo que hace es retorcerlo y dejarlo donde estaba. Ya me pasó el otro día, y no tiene ninguna gracia. Todo esto se soluciona si el aparato en cuestión tiene una batería recargable, porque, aunque tardará más en cargarse, una vez cargado recuperará su gloria europea.
En cualquier caso, y por suerte, siempre hay gente más previsora que uno mismo. Entre la gente del equipo circulan algunos pocos transformadores, los que se trajeron desde España los más preparados, y que ahora sufren el acoso de los faltos de energía. Yo ando todo el día detrás de una compañera guionista. Pero no soy el único que trapichea con voltios, porque ya he presenciado algún que otro intercambio de aparataje transformador. A la maquilladora de Raquel, por cierto, se le ha estropeado el suyo, porque el otro día encontré esto en Producción:
Total, que hicieron falta tres guionistas de Supervivientes para cortarme el pelo: una porque me dejó el transformador; otro, que fue quien ejerció de peluquero; y yo mismo, que puse la cabeza. El esquilado transcurrió en el porche frontal de nuestra casa. Fue de noche, muy tarde, después de acabar el resumen diario del día siguiente para La Siete, y bajo una luna naranja a la que le ha dado por aparecer últimamente en el cielo hondureño. Desde hace dos días, y a medida que se ha ido acercando a su fase llena, la luna ha permanecido durante las primeras horas de la noche de un color naranja muy pintón. De hecho el resumen que se emite hoy jueves 19 de mayo empieza con un plano de dicha luna.
Creo que ha sido la primera vez que me corto el pelo de madrugada, debajo de una luna naranja, en una casa de Perdidos, y con algún que otro batracio saltándome por los pies. Que ranitas y sapos abundan en este vecindario. He aquí una imagen de nuestra imagen proyectada sobre la pared de la casa vecina. Yo soy el que está sentado. Y el que me corta el pelo no es Nosferatu, aunque lo parezca:
¿Y qué complemento se hace necesario cuando uno expone su cuero cabelludo tras un rapado radical? ¡Una gorra! Pero que nadie se emocione. Siento comunicar a quienes siguen este blog desde el año pasado, que mi célebre gorra del Corner Bar, esa gorra que se perdió por Corn Island y regresó a mí de manos de un taxista bonachón marido de una mujer coleccionista de billetes, esa gorra se me perdió definitivamente en Estados Unidos después de Supervivientes. Me gusta pensar que era su país de origen y decidió quedarse en casa. Tras su marcha, este año he traído a una sustituta. Una sustituta que compré precisamente en Nicaragua durante la pasada edición del programa. No la quiero tanto como a la otra, pero habrá que darle una oportunidad. Así que aprovecho para hacer su presentación oficial ahora que tendré que llevarla a todas partes si no quiero que se me quemen las ideas:
Y, ya que estamos, pido un minuto de silencio por la gorra original de El superviviente 19. La del Corner Bar. Seguro que está en un lugar mejor.