Un último giro inesperado
Si he vivido mi estancia en Corn Island y mi trabajo en Supervivientes como si fuera una película de aventuras, era de esperar que al final hubiera un último giro de guión. Y así ha sido. El pasado viernes, un día antes de coger el avión que nos llevaría de vuelta a casa, un montón de gente del equipo nos despedíamos de la isla dándonos un último baño en la playa.
“Pues yo lo primero que voy a hacer es comerme un bocadillo de chorizo”, contaba un guionista. “Yo me muero de ganas por poner yo misma una lavadora”, decía otra, también guionista. Antes de que yo pudiera decir qué es lo que más ganas tengo de hacer cuando vuelva a España, aún con el bañador mojado y la crema por extender, sonó mi teléfono móvil. Era una llamada de Producción. Me explicaban que en el avión de vuelta no habíamos cabido todos, y seis de nosotros tendríamos que quedarnos un día más. Por lo que hemos creído averiguar los afectados, ha sido una cosa de azar alfabético. Rojo, Ruiz, Senosiáin, Terrón, Villahoz y van Scherpenzeel, son nuestros apellidos. Parece bastante claro, ¿no?
Aprovecho por cierto la coyuntura para dar una pista definitiva sobre la identidad de mi concursante favorita: ella también formaría parte de este grupo.
Instantáneamente pensé en nosotros como en los nuevos Seis de Oceanic, el sexteto de supervivientes de la serie ‘Perdidos’. Y es que todo es mucho mejor cuando lo imaginas como parte de una película. Aunque en el momento de la llamada recibí la noticia a contrapié, con la maleta ya hecha y la cabeza prácticamente en Madrid, esas 24 horas extras en Corn Island me han servido para dar un mejor cierre a la aventura.
Me gusta pensar que he quedado finalista del concurso, y por eso he permanecido en la isla más tiempo que el grueso del equipo. He despedido a mis compañeros como hicieron con los suyos Parri, María José y Debbie. Será casualidad, destino o justicia poética, pero El Superviviente 19 ha permanecido en la isla más tiempo que la mayoría de sus compañeros.
Debo aclarar, sin embargo, que aparte de nosotros seis, todavía hay gente del equipo que se quedará en Corn Island hasta principios de agosto para terminar de desmontar el chiringuito. O el palafito, que queda más propio (ahora que menciono el palafito, supongo que como yo, también desmontará su palafito el bloguero más importante del programa, al que aprovecho para mandar un saludo desde aquí, todavía en Nicaragua, y darle las gracias por sus deliciosas palabras hacia este blog).
Así que metido en la piel de un finalista, con casi toda la isla para mí, decidí dar una última vuelta completa al terreno que nos ha alojado durante tres meses. Si hubiera sido un finalista de verdad quizá hubiera ido pensando en qué hacer con los 200.000 euros del premio. Pero como no lo era, lo que hice fue ir recordando los 200.000 buenos momentos que me llevo de esta isla. Creo que es la primera vez que recorro una isla completa a pie, con el sol del atardecer pegándome por el lado izquierdo primero y por el derecho después. En la primera entrada de este blog recuerdo que me sorprendía con lo escasos que parecían los 12km2 del terreno de Corn Island (que comparé al azar con el pueblo castellano de Villar del Pozo... ¡en el que una compañera del equipo resulta tener familia!).
Pero después de esa última vuelta a pie, me parece que esa superficie es una barbaridad. No sólo porque terminé la caminata sediento, quemado por ambos lados y empapado en sudor, sino porque en apenas dos horas había dado la vuelta a todo un mundo. El mundo de los taxistas con pantallas en los reposacabezas. El de las dueñas de pulperías que coleccionan billetes. El de las lagartijas que cacarean.
El de las gorras desaparecidas que vuelven con su dueño. El de las playas dalinianas, el trilingüismo y las nubes de luciérnagas. Los córdobas, los plátanos cuádruples y la música country. Willy Fog dio la vuelta al mundo en ochenta días. El equipo de Supervivientes hemos dado vueltas en torno a este otro mundo durante 85. Y yo di la última, solo, en la mejor despedida a este lugar que podría haber imaginado.
Para facilitar mi traslado al aeropuerto del día siguiente, hice una pequeña mudanza y pasé mi última noche en la isla en el hotel Arenas. Que resulta ser (¡vaya, otra casualidad!), el mismo hotel en el que se alojan los concursantes cuando son expulsados. O sea que pasé mis últimas horas igual que lo hicieron dos días antes María José, Debbie, Parri, Trapote y Malena: en una de esas habitaciones de madera que tantas veces hemos visto en el programa donde los concursantes se miran al espejo, se duchan y se tiran a la cama. ¿Y qué hice yo? Pues, lógicamente, lo mismo. Me acerqué al espejo del baño, me quité la camiseta, metí tripa, y fingí sorprenderme con la decena de kilos que había perdido. “Me he quedado en los huesos”, le dije al cristal (cosa que es mentira aunque puedo decir que esta mañana me he pesado en el pesamaletas del aeropuerto de Corn Island, muy cerquita de Aduana Pérez, y he adelgazado dos kilos desde que llegué, o sea que algo de superviviente sí que tengo).
Después proseguí con el ritual habitual de los expulsados y me metí en la ducha haciendo que flipaba con el agua caliente y el olor del jabón. Y para terminar me dejé caer de espaldas sobre la cama y me alegré de poder dormir una noche sin miedo a que se me apagara el fuego.
Otra de las cosas buenas que ha tenido el retraso de mi vuelo (¡si es que al final todo sale bien siempre!), es que he podido ver la gala final en directo, en el hotel de Managua. Si en la anterior entrada me había imaginado llegando a Barajas sin saber el ganador, al final he podido seguir la coronación de María José minuto a minuto (que me perdone Telecinco, pero confieso que la he visto a través de una página un tanto piratilla, lo cual tiene cierta gracia si pensamos en que he vuelto a ser, en cierta forma, un Pirata del Caribe). El triunfo de Marijo es el triunfo del espíritu del programa así que, aunque ella no fuera mi favorita, me parece una victoria digna que sé que alegra a gran parte del equipo.
Mi película acaba mañana con el vuelo definitivo desde Managua a Madrid pasando por San José de Costa Rica. Será una última escena de relleno sobre la que colocar los títulos de crédito de todos los personajes que han aparecido por este blog y que lo han llenado de vida: la guionista del pedal y el calzoncillo desaparecido, la chica de producción que me enseñó a vivir la lluvia, Julio el taxista, el minutador que mató los bichos de mi cuarto, los archivadores que cantaron “Cinta de la noche”, el asistente de la presentadora que amenizó con sus bailes…
Siento que he contado con un casting aún mejor que el del propio programa, que ya es decir. Y en los últimos renglones de esos títulos de crédito colocaría dos agradecimientos: uno a Magnolia TV, que es la productora que me ha permitido vivir la aventura, y otro a Telecinco.es
Y aunque esta película se acabe aquí, ya se sabe que me encantan las trilogías. Por eso confío en que, en algún momento, El Superviviente 19 tenga una secuela. Si dependiera sólo de mí, sería una saga. Me despido dando unas gracias enormes a todos los que me habéis leído y habéis hecho que este blog sea una de las mejores cosas que ha tenido para mí esta edición de Supervivientes. De lejos.