Un toque de surrealismo
Tres semanas por esta isla y no he hablado extensamente de ninguna de sus playas. Me voy a inventar sobre la marcha la excusa de que no lo he hecho porque quería solidarizarme con esos concursantes anónimos que tanto se han quejado de haber pasado dos semanas en la selva, y no en una playa como ellos esperaban. Ahora que ya están todos unificados en Buttonwood Cay y que Miguel y Román, los que más lo pidieron, podrán echar horas y horas en la playita, no hace falta que me solidarice con nadie y puedo hablar ampliamente sobre las fantásticas playas de Big Corn Island.
Silver Sand fue la primera que conocí. Que significa Arena Plateada, para aquellos que no terminaron el curso del Opening. Es la playa que tenemos más cerca quienes trabajamos en South End, uno de los centros neurálgicos de la producción.
El dato de la proximidad es relevante: si las cintas que estás esperando llegan más tarde de lo normal porque la barca o el helicóptero que las transporta ha tenido alguna incidencia, puedes incluso regalarte un chapuzón rápido si te das mucha prisa.
Aunque lo suyo es ir a Silver Sand con tiempo, durante una mañana libre, para que no te suene el móvil justo en el mágico momento en que estás haciendo el muerto en el agua, escuchando las olas sobre tu propia respiración. Porque una llamada de trabajo mientras estás flotando con el sol en la cara provoca una sensación de coitus interruptus similar a la de pasarte horas acomodándote en el sofá, arremetiendo la manta por aquí y por allá para que no te entre frío y, justo cuando vas a poner la cabeza en el reposabrazos para disfrutar de un telefilm basado en hechos reales, descubrir que te has dejado el mando encima de la tele.
Aquí ya me ha tocado tener que volver corriendo a mi puesto de trabajo con el bañador chorreando, las gafas de bucear puestas, una ristra de algas enganchadas al tobillo, y un montón de locales gritándome “¡Corre Forest, corre!”.
Vale, puede que no ocurriera exactamente así, pero yo es lo que imaginaba mientras me desvivía por llegar a tiempo y no perderme un solo segundo del material grabado. Que uno nunca sabe cuando Bea la legionaria va a destapar un complot, o cuando Carla va a decir que se quiere ir por enésima vez. Y ya os digo también que no es buena idea meterse en una estancia con el aire acondicionado a todo meter, el bañador calado, y un montón de aparataje eléctrico a tu alrededor.
Si alguna vez Informativos Telecinco cuenta que un trabajador de Supervivientes ha muerto electrocutado, es muy probable que sea yo y este blog deje de actualizarse. Sólo espero que alguien tenga el detalle de quitarme las gafas de buceo y la ristra de algas del tobillo antes de enterrarme.
La playa de Silver Sand mola porque tiene arena muy blanca y agua muy azul. Pero además tiene algas y rocas que siempre te garantizan un mínimo de fauna. Que las playas exclusivamente arenosas son muy bonitas para tomar el sol y pasear, pero son un rollo si llevas aletas y gafas.
El otro día me aburrí tanto en una de ésas (venga arena blanca, venga arena blanca), que me limité a observar detenidamente a través de mis gafas de buceo cómo se me iban arrugando las yemas de los dedos. Que, por cierto, me explicó un guionista que eso se produce porque se te llena de agua el espacio entre la dermis y la epidermis. Y me dio un poco de grima, la verdad.
En cualquier caso, la arena de Silver Sand es fantástica para hacer cosas como escribir mensajes promocionales de este tipo:
En un extremo de la playa de Silver Sand se encuentra un restaurante regentado por una mujer llamada Lola, a la que el equipo conocemos como Mamá Lola. De hecho, también llamamos Mamá Lola al sitio en sí (es la casa roja que se ve al fondo en la primera foto). “¿Dónde cenas hoy?”, dice uno. “En el Mamá Lola”, contesta otro. Creo que todas las noches hay alguien del equipo que cena allí. Y son varias las fiestas que ya han acontecido en su interior. Mejor dicho exterior, que estando enclavado en ese entorno cualquiera se queda dentro.
El sitio tiene fama por lo bien que se come, aunque mi experiencia personal fue un poco frustrante. Si le preguntáramos a mis compañeros qué es lo que más echan de menos de la comida en España, la gran mayoría contestaría sin dudarlo: “el jamón serrano”. Pues bien: yo lo que más echo de menos es un Whopper.
Sé que no es español, pero ahora mismo es la cena que más echo de menos de Madrid. Pido perdón mil veces a la excelencia culinaria de mi país, pero es lo que hay. Soy así. Por eso viví con alegría el momento en que alguien me dijo que en Mama Lola servían hamburgesas. El único lugar de toda la isla que lista tan delicioso sándwich en su menú.
Tanta era mi ilusión que la decepción estaba prácticamente garantizada. Y al final me la llevé. Pero me sirvió para aprender la lección: ¿qué hago yo pidiendo una hamburguesa en un sitio que sirve langosta a la caribeña y camarones al ajillo? Mea culpa. Me autocastigaré obligándome a escribir cien veces en la arena de Silver Sand: “no volveré a anteponer comida basura a marisco del bueno”. Y ya que me pongo, escribiré otras cien: “aprenderé a valorar el jamón serrano como se merece”.
A un extremo de Silver Sand está el Mamá Lola. Al otro, andando unos minutos por la orilla, te encuentras con un paisaje que podría haber pintado Salvador Dalí. Un paisaje como éste:
Un montón de troncos y árboles que han llegado hasta tierra arrastrados por la corriente y que se amontonan formando esta imagen tan surrealista. Un día voy a conseguir un reloj. Voy a colocarlo sobre una de esas ramas. Voy a esperar a que el calor del sol lo derrita. Y voy a recrear “La persistencia de la memoria”, en vivo, aquí en Corn Island.