Las tribus de Supervivientes: los Pies Negros y los Plantas Blancas
Hace unos días, en el comedor, me encontré en el lugar donde nos servimos las bebidas con uno de los cámaras del equipo. Mientras debatíamos sobre si estaba más rica la limonada o el té helado que nos ofrecía nuestra típica fuente de refrescos hotelera, observé un importante detalle: el cámara iba descalzo. “¿Qué pasa, has perdido las chanclas?”, le pregunté. Él me miró, se rió con cierto sarcasmo y me contestó: “qué va, es que no me las pongo en todo el día”. Si supiera levantar una única ceja, lo habría hecho en aquel momento. Porque es el gesto perfecto para insinuar incredulidad.
Y aunque no levanté la ceja, si debí poner cara de esto-no-me-lo-creo-yo porque, al instante, el cámara levantó el pie para mostrarme la planta. He visto alquitrán menos negro y consistente en autopistas de África que la capa de suciedad de los pies de aquí el amigo:
“Que sí, que sí: que salgo de casa, voy al cayo, vuelvo y me paseo por el hotel completamente descalzo”, me insistió. Y, claro, mirando fijamente a aquella planta ennegrecida por cientos de pasos dados sobre el asfalto de los caminos de nuestra urbanización, sobre la arena de la playa, sobre la madera húmeda de la barca, el coral de Cayo Paloma y las baldosas del comedor, terminé por creerlo.
Un editor, que andaba por allí y escuchó nuestra conversación, nos mostró también la planta de su pie para evidenciar el contraste:
Completamente blanco. Viendo esos dos pies nos quedó más patente que nunca una de las diferencias fundamentales entre los miembros del equipo de Supervivientes. Nuestro lugar de trabajo. Por un lado están quienes trabajan en los cayos: redactores, cámaras, sonidistas, producción de playa y demás. Y, por otro lado, quienes trabajamos en el hotel: guionistas, minutadores, editores…
Dicho de otra forma, en plan tribal, podemos establecer que en Supervivientes convivimos dos castas: los Pies Negros y los Plantas Blancas. Por suerte lo hacemos en paz y armonía. De momento no hay noticias de canibalismo ni se sabe de ningún redactor que haya cocinado en una olla a ningún guionista. Aunque, quién sabe, lo mismo algún día…
Si Félix Rodríguez de la Fuente hiciera un documental sobre nosotros, podría decir algo como: el guionista común, Guionistus magnoliatis, es un animal de costumbres, que gusta de los espacios sombríos y las temperaturas frescas. Agazapado en su sala de edición, espera a que llegue el momento de salir en busca de alimento para él y su manada. Sigiloso, se dirige al comedor haciendo uso de su afinado olfato en dirección a la fuente de espaguetis boloñesa.
Y seguiría: su compañero de hábitat, el redactor ibérico, Redactius redactio, puede aparecer en estampida en cualquier momento. Animal gregario, tiende a alimentarse en grupo y se desplaza en forma de manada hacia el comedor. Hambriento tras su jornada laboral en los Cayos Cochinos, el feroz animal se mueve con destreza entre las mesas alimentándose cual depredador de todo cuanto encuentre a su alcance.
Pero vuelvo a hacer un llamamiento a la calma. Esto es sólo una recreación: los Pies Negros no se alimentan de los Plantas Blancas. Me alegra, porque todos sabemos a qué tribu pertenezco yo:
Y lo mejor de todo es que todos estamos contentos con nuestra forma de vivir la experiencia Supervivientes. Si le preguntas a un redactor si no preferiría trabajar sin tener que meterse en el agua hasta la cintura, o si le preguntas a un cámara si querría quedarse en el hotel y no tener que ponerse calcetines a modo de guante para evitar las picaduras de los mosquitos mientras graba, ambos te contestaran que no. Y lo tienen claro. Algo de reporteros de guerra deben esconder en su interior porque a ellos les gusta estar en plena batalla. En la zona cero de Supervivientes. Disfrutan viendo cómo el reality se desarrolla a un metro de ellos. Y es lógico: se trata de un privilegio al alcance de unos pocos elegidos.
Volviendo al comedor aquel día, debo reconocer que sentí un poco de envidia al pensar que mi compañero llevaba todo un día sin calzarse. Por mucho que yo sólo lleve chanclas desde hace un mes y medio. De repente, me pareció un símbolo de libertad increíble. ¡Veinticuatro horas sin la esclavitud del zapato! ¿En qué trabajo se puede hacer eso? Creo que el cámara debió imaginar lo que estaba pensando porque me dijo: “tú podrías hacerlo cuando quisieras”.
Y tiene razón. Creo que nunca más tendré la oportunidad de poder cumplir con mis obligaciones laborales sin tener que ponerme unos zapatos. Algo que sí puedo hacer aquí. Así que me he tomado las palabras del cámara como un desafío y, al estilo de Samantha Villar, voy a experimentar lo que es estar veinticuatro horas descalzo. Asistiendo a reuniones, editando el resumen y todo lo que sea necesario. Y, como es lógico, lo contaré, próximamente, en el blog.
[ATENCIÓN: Mañana jueves, actualización especial en El Superviviente 19 con motivo del lanzamiento de mi novela, ATENCIÓN:‘El Aviso’