Por primera vez, El Superviviente 19 se pasa a la ficción. El siguiente escrito es un relatillo de terror ambientado en el lugar donde vive el equipo de Supervivientes. Como los especiales de Halloween de Los Simpsons. Es la forma de celebrar que hoy se publica mi primera novela: 'El Aviso
Primero se fue la luz de mi cuarto. Después el aire acondicionado dejó de funcionar. A tientas, coloqué el libro que estaba leyendo sobre la mesilla. La luz verde que brilla durante la noche en el televisor, indicando su estado de reposo, se apagó también. Permaneció flotando en el aire unos segundos, como si fuera el fantasma de la pequeña bombilla.
Cuando abrí la puerta para asomarme al pasillo, el ruido de las bisagras pudo haberlo emitido alguno de mis músculos. Pronuncié el nombre de mi compañero. Lo hice con entonación interrogante. Y, como me temía, no hubo respuesta. Tampoco distinguí ningún relieve bajo las sábanas de su cama. No estaba.
Fue entonces cuando escuché el ruido al otro lado de su ventana, tras las cortinas. Clic, clic, clic. Tardé en identificarlo. Era una uña golpeando contra el cristal. Primero lo hizo suavemente: tres toques, y varios segundos de silencio. Otros dos toques y más silencio. Pero enseguida la llamada se hizo más intensa. Oí las uñas golpear y arañar la superficie del cristal con urgencia. Me acerqué, sintiendo en las plantas de los pies el frío del suelo. Cuando abrí las cortinas, descubrí el rostro de mi compañero al otro lado del cristal. Tenía los ojos muy abiertos, pero miraban a algún lugar más allá de mí, como si no pudiera verme.
Toqué el cristal con un dedo para hacerle entender que estaba allí, al otro lado de la ventana. Él ladeó la cabeza al escucharme. Entornó los ojos. Se llevó un dedo a los labios, indicándome que permaneciera callado. Entonces abrió la boca y empezó a empañar el cristal con vaho. Cuando hubo llenado uno de los cuadrantes de la ventana, extendió un dedo y escribió: “No salgas”.
Después miró a ambos lados y salió corriendo. El resplandor de la luna en cuarto menguante apenas me permitió seguirle con la mirada los primeros pasos. Me quedé allí de pie sin saber qué hacer. Fue cuando escuché los golpes en la puerta. Sentí una única gota de sudor recorrer toda mi columna vertebral.
Más golpes. Miré las palabras que acaba de escribir mi compañero en el cristal. No salgas. Las había escrito al revés, para que yo pudiera leerlas. Ahora empezaban a evaporarse y desaparecer. Pegué la cara a la ventana, con las manos sobre la frente, alrededor de los ojos, en forma de visor. La oscuridad era total. Apenas distinguía la silueta de las casas vecinas. Ninguna de las lámparas modeladas con el motivo SV estaba encendida.
Otro golpe contra la puerta. Separé la cara de la ventana y me di la vuelta. Los tres golpes que hubo a continuación siguieron el ritmo de mi corazón. Lo oía latir en mis oídos. Lo notaba palpitar en la nuca. Giré el cuello para mirar el mensaje de vaho. Había desaparecido completamente. Avancé en dirección a la puerta.
Aún hubo dos golpes más en mi camino hasta ella. La oscuridad en el salón era total. Tan sólo una línea de luz se colaba por debajo de la puerta. Una línea que se interrumpía en dos ocasiones. Dos trazos de sombra en aquel haz luminoso. La sombra de dos pies.
−¿Quién eres? −pregunté. La voz me patinó en la garganta al pronunciar la primera sílaba.
No hubo respuesta al otro lado de la puerta.
−¿Qué qui… −quise preguntar otra vez, pero un fuerte golpe contra la puerta interrumpió mis palabras.
Me quedé en silencio. Escuchando. Entonces identifiqué una respiración. Y después una risa. Una risa nasal, emitida con la boca cerrada. La risa satisfecha de quien se sabe ganador. La que emite un jugador de póquer cuando descubre tres ases entre sus cartas. Las manos se me quedaron frías.
Acerqué la cara a la puerta y pegué la oreja con una palma extendida sobre la superficie de la madera. Con la otra, convertida en puño, agarré el pomo con fuerza. Oí la respiración desconocida al otro lado. Yo mismo dejé de respirar para escuchar mejor.
Fue entonces cuando algo atravesó la madera. Salté hacia atrás en cuanto sentí el frío del metal acariciarme la oreja. Un brillo plateado dibujó el filo de la hoja en medio de aquella oscuridad. Entonces sentí una presión desconocida en el pecho. Porque reconocí aquel arma enseguida. La había visto mil veces partiendo cocos en la isla. Era el machete de los concursantes. ¿Quién estaba al otro lado?
Abrí y cerré las manos varias veces decidiendo qué hacer. Era incapaz de pensar en nada. El machete fue desapareciendo de la madera. Lo hizo emitiendo un sonido similar al de una lija. Miré a las dos ventanas que había a ambos lados de la puerta. Recordé las palabras que había escrito el guionista. No salgas.
Entonces escuché el estruendo. Los ojos se me cerraron involuntariamente. Sentí los pedacitos de cristal golpeándome las piernas. Los brazos. La cara. Una ráfaga del cálido aire tropical envolvió mi cuerpo. Quien estuviera fuera había roto la ventana. Después se escuchó un golpe seco. Y noté un ligero temblor en el suelo. Cuando logré despegar los párpados, descubrí un nuevo bulto en el interior del salón. Era un cuerpo. Reconocí las chanclas con la bandera de Honduras de mi compañero. Me arrodillé para asistirle, pero los pies me resbalaron en un charco espeso que se había formado junto a su cuello. Caí al suelo.
Entonces di un salto en mi silla. El clásico espasmo del viajero que se queda dormido con el traqueteo del autobús. Parpadeé varias veces antes de entender qué estaba ocurriendo. Frente a mí, el monitor de la sala de visionado emitía la gala de Supervivientes. Varios compañeros esperaban impacientemente el nombre del expulsado de la semana. Traté de disimular el espasmo espantando un mosquito imaginario de un manotazo a mi pierna. Una de las guionistas se giró al ver mi movimiento. Arrugó el entrecejo y elevó el mentón, extrañada. Le quité importancia al hecho sacudiendo una mano delante de mi cara. Después me froté los ojos para despertar del todo. Miré por la ventana a las palmeras del exterior. Mis compañeros aplaudieron al conocer el expulsado. Yo aún me encontraba bajo los efectos de aquel sueño inesperado.
Cuando llegó el corte de publicidad, el público de la sala al completo abandonó la estancia. Era el momento de bajar a por un helado. Me quedé allí solo, imaginando quién podía ser el dueño del machete al otro lado de la puerta. ¿Y si no era una hombre? Ya no recordaba el timbre de la voz que había escuchado en la pesadilla. De repente, los rostros de los concursantes, que me observaban desde la pared en sus fotos oficiales, me produjeron escalofríos. Sacudí la cabeza y chasqueé la lengua. Decidí bajar con todos los demás a la tienda de recepción.
Pero justo antes de salir de la sala, escuché un ruido a mis espaldas. Clic, clic, clic. Una gota de sudor similar a la de la pesadilla recorrió mi columna. Era el ruido que hace una uña al golpear contra un cristal. Dudé durante unos segundos si girarme o no. Al final lo hice.
En la ventana, escritas con un dedo en una nube de vaho, descubrí dos palabras: "No salgas".