La vida laboral de quienes trabajamos en el hotel transcurre, básicamente, en un único pasillo. Las oficinas principales de Producción, Dirección, Archivo, Edición y Guión son un montón de habitaciones contiguas entre las cuales se desarrolla nuestra jornada. Yo, por ejemplo, monto con un editor parte del resumen diario en una habitación, mientras en la de enfrente está otro guionista haciendo lo propio con otra editora.
Dos habitaciones más para allá una chica de producción avisa al doctor de que Tamara ha sufrido un desmayo y, en otro cuarto que queda al-fondo-a-mano-derecha-según-miras-al-pasillo-de-frente, el Director y el Subdirector se reúnen por videoconferencia con sus homólogos en Madrid para armar la gala del jueves. Todo ello mientras la minutadora de los leotardos a rayas va de puerta en puerta haciendo mec mec repartiendo sus códigos de tiempo a la velocidad del rayo. Muchas veces ni siquiera la ves, sólo sientes una ráfaga de aire y vislumbras un haz de colores. De hecho hay gente que defiende que la muchacha no existe. Si el hotel de El Resplandor el hotel de Supervivientes tiene a la minutadora de los leotardos a rayas:
Aunque yo doy fe de que existe. Porque ella y su compañera son quienes se encargan de dejarnos todas las mañanas a los guionistas este simpático ‘menú del día’ de lo acontecido en los cayos durante la noche. Así te enteras de lo que ha ocurrido antes incluso de abrir la puerta de su departamento y que te faciliten los minutados nocturnos:
Total, que somos una especie de La que se avecina tropical en donde, a cada momento, ocurren cosas sorprendentes. Hace tres días, sin ir más lejos, iba yo tan tranquilo a la reunión de contenidos vespertina cuando, al adentrarme en el pasillo, noté más jolgorio del habitual. Y eso que normalmente hay bastante mambo: entre la guionista que sale escopetada de una habitación proyectando tras de sí una estela de folios, el redactor que llega empapado porque ha llovido en los cayos, el de producción que carga con provisiones para rellenar la nevera y el turista despistado que se acerca a preguntar si de verdad estamos haciendo un programa de televisión, el pasillo es casi siempre un hervidero que nada tiene que envidiar a la fila de hormigas que corretea por el fregadero de mi casa. Ya que la menciono, aprovecho para presentar a nuestra querida nevera, que nos ofrece sándwiches, bebida y fruta fresca cuando te dan las tres de la mañana editando a Tony Genil cortando un tronco a machetazo limpio. Si no ponía su foto ahora, no la hubiera puesto nunca. Reconozcámosle a la pobre el mérito que tiene:
El caso es que, esa tarde de hace tres días, terminé de subir las escaleras y creí que había llegado al Rocío. Ese que tanto echan de menos Kiko Rivera y Rosa Benito en la isla. Desde una de las salas de edición salía tal jolgorio que me dieron ganas de pedirme un rebujito. O unas olivitas y una ración de boquerones en vinagre. Cuando me fui acercando, reconocí la canción que sonaba atronadora. En efecto: era la sevillana que han compuesto los concursantes.
Y ahí se encontraba un nutrido grupo de guionistas y editores, entregados en cuerpo y alma al paseíllo, pasada, careo y remate. Bailando frente a los ordenadores al compás que marcaban Tony, Tatiana, Rosa y los demás. Como además lo que veían en ese momento era un ensayo nocturno, grabado con la cámara night shot, todo el movimiento transcurría entre sombras verdes. Entornabas los ojos y estabas en una especie de pesadilla radioactiva. Los enfocabas de nuevo y regresabas a la realidad. Aunque quizá ‘realidad’ sea un término demasiado convencional para lo que estaba ocurriendo allí.
Terminada la canción, cada uno volvió a su puesto de trabajo y aquí no ha pasado nada. Es habitual. Tan pronto confluyen una serie de factores que hacen que el equipo humano que habita ese pasillo entre en brote, como que termina la gracieta y el trabajo sigue su curso. Un segundo antes una editora está retorciendo la mano en el aire (cojo la manzana, la como, la tiro), y un segundo después te está preguntando si empezamos el bloque de anónimos con un plano recurso de Playa Cabeza de León o con la imagen de un cangrejito simpaticón. Se da la circunstancia que una editora y yo tenemos especial debilidad por los crustáceos de las castañuelas.
Así que es en este pasillo habitado por minutadoras invisibles, editoras cangrejófilas, guionistas bailongos y neveras quejumbrosas es donde se fragua un alto porcentaje de todo lo que tiene que ver con Supervivientes. Vosotros permaneced atentos a vuestras pantallas para ver lo que aquí creamos. Que yo seguiré contando lo que hacemos mientras lo creamos.