El milagro de la gorra desaparecida
Bueno, pues Consuelo y Miriam han sido expulsadas, y Nerea y Bea, ambas nominadas, han intercambiado posiciones en sus respectivos grupos. Esto es, en una frase, el resumen del directo de ayer. Y ya es casualidad que una legionaria y una cabra vayan a encontrarse en la selva de una isla caribeña. Eso no pasa ni en ‘Lost’.
Y es que Big Corn Island no tiene nada que envidiar a la isla de la famosa serie. Aquí también ocurren milagros. Lo sé porque ayer fui testigo de uno. Resulta que hace una semana perdí mi gorra favorita. Ésta:
Como aquí el sol no admite descuidos, voy con ella puesta a todas partes. Y ocurrió lo inevitable: una mañana, al ir a ponérmela… había desaparecido. Perdida. Lost. Intenté hacer memoria pero no conseguí recordar dónde la pude haber dejado: ¿en el visionado de la primera gala? ¿En la playa Silver Sand? ¿Junto al chubasquero de Consuelo? Atando cabos a base de interrogar a redactores, editores y guionistas varios, llegué a la conclusión de que tuve que haberla dejado olvidada en un taxi. Lo cual significaba, inevitablemente, la separación definitiva. Estaba desolado. Era una gorra que me había regalado la dueña de un bar del pueblo más perdido de Illinois mientras recorría la Ruta 66 el verano pasado. Irremplazable.
Intentando buscar consuelo (éste paréntesis está pidiendo a gritos escribir Berlanga por la razón que sea), decidí tomarme la pérdida como una prueba. Dicen que cuando quieres una cosa hay que dejarla marchar. Si vuelve a ti, será tuya para siempre. Pues bien: mi gorra va a ser mía para siempre. En efecto, la historia ha tenido un final feliz. Ayer, subía yo a un taxi intentando buscar sentido a la vida tras la pérdida de mi gorra negra, cuando el conductor del coche me dijo: “¿es tuyo esto?”. En Big Corn Island ocurren milagros.
Al taxista le di 50 córdobas en señal de agradecimiento. Los córdobas son la moneda de Nicaragua. Un viaje en taxi vale 15 córdobas, que son unos 0,5€. Da igual a donde vayas y cuánta gente vaya en el taxi. Siempre que te subes pagas esa cantidad y te llevan al punto que quieras de la isla. La idea de coger un taxi suena demasiado urbana y hasta poco apropiada para una isla en la que pudo haberse grabado el anuncio de “me estás estresaaaando”, pero el equipo estamos cogiendo más taxis en Corn Island que en toda nuestra vida. Las salas de edición están en un lado de la isla, la oficina de producción en el otro, la mejor playa para hacer snorkel queda siempre a tres kilómetros más para allá y de repente alguien del equipo te cuenta que el cocinero ha preparado un gazpacho buenísimo en uno de los dos comedores que la productora ha puesto para nosotros y que siempre es en el que no estás tú. Total, que por medio euro, lo más lógico es pillar un taxi. Que si te lo piensas mucho llegas tarde y del gazpacho te queda el esqueleto de un pepino. También he cogido un taxi para acercarme a algún sitio con internet y leer los comments a una nueva entrada del blog. Sí, los leo todos.
La isla no tiene más que una carretera –y cuando digo ‘carretera’ quiero decir ‘camino pavimentado’–, que además es circular. Así que los taxis, que hay un montón, se pasan el día dando vueltas. Creo que los taxistas deben sentirse como en los dibujos de Hannah Barbera, con los fondos pasando a toda velocidad repitiéndose una y otra vez como cuando Scooby Doo huía de un fantasma. Lo mejor de todo es que cuando te subes a un taxi no se convierte en exclusivo para ti, sino que puede seguir recogiendo a gente tranquilamente. Un día voy a trabajar con una niña vestida de uniforme que va a la escuela, y vuelvo con un pescador malhumorado que huele a sal y ron. Una mañana charlo con un turista de Managua que está igual de flipado que yo con la Isla del Maíz, y esa misma tarde me encuentro con un cámara nocturno del equipo que me cuenta el increíble tamaño de las arañas de la selva. Eso, en España, no pasa.Taxis los hay de todos los tipos, aunque abundan los que están para llevarlos al desguace. Otros están nuevecitos y tienen una carrocería muy reflectante como puede comprobarse con mi aparición involuntaria en esta foto:
Una corriente muy extendida actualmente entre el equipo es la de fardar de taxista. “Pues yo conocí el otro día a uno que tenía las manivelas de las cuatro ventanillas”, presume uno de producción, “no te pienso dar su número”. “Me da igual, yo tengo el teléfono de otro que tiene los mejores altavoces de toda la isla”, le responde el minutador. Y así todo el tiempo. Creo que el trapicheo de teléfonos de taxistas se convertirá pronto en una red de contrabando en toda regla.
De momento, cada uno guardamos una lista particular de los que vamos conociendo y que mejor nos agasajan. Yo ya tengo favorito. Se llama Julio y es el mejor taxista de toda la isla. ¿Por qué? Porque lleva en el coche un DVD incorporado con tres pantallas: una en el salpicadero y dos en los cabeceros para los pasajeros de atrás. Además lleva siempre una colección de películas de lo más inesperadas: el otro día iba viendo una de kung fu, en chino. Cómo puede conducir y seguir al mismo tiempo una película en mandarín es otro de los grandes misterios de esta isla. También suele tener DVDs musicales con los mejores videoclips de reguetón. Éste es el taxi de Julio:
A ver si con un poquito de suerte me encuentro a Consuelo Berlanga o a Miriam en uno de mis próximos trayectos, ahora que vuelven a ser libres, y vemos una película china en los asientos de atrás del taxi de Julio. Así podrán contarme qué tal se sienten siendo las primeras expulsadas de ‘Supervivientes 2010’.