Una lista de peligros inesperados
Que no cunda el pánico. El equipo de Supervivientes estamos más que cuidados y protegidos. Pero un cambio de escenario como el que hemos experimentado los trabajadores del programa obliga a adaptarse a un montón de cosas nuevas. Y no todas podían ser buenas, no. Como en las películas de ciencia ficción de los años cincuenta, aquí nos acechan una serie de nuevos enemigos que pueden atacar en el momento más inesperado:
La invasión de las chanclas malditas
No existe forma más cómoda de vestir los pies en este clima que las chanclas. Desde que me bajé del avión en San Pedro Sula hace seis semanas no sé lo que es un calcetín o una zapatilla. Pero atención: las chanclas son el calzado del que menos te puedes fiar. Para mí que, de noche, cuando no las vemos, salen caminando ellas solitas de cada una de nuestras casas, se reúnen en algún tipo de santuario chancletil en la selva bajo la luz de la luna, y se ponen a cantar en torno a una hoguera vociferando cánticos tribales. Y después deciden cómo hacernos la vida imposible a los humanos.
Torceduras, tropiezos y resbalones están a la orden del día a causa de estas suelecillas de goma. Un redactor, con eso de llevar los deditos al aire todo el día, se enganchó el meñique no sé dónde y se lo abrió hacia el lado que no debe. Ouch. El otro día una guionista y yo tuvimos que esperar a que dejara de llover para ir a cenar porque ella sabía por experiencia que chanclas y agua equivalen a Campeonato Mundial de Patinaje Artístico. Yo, sin ir más lejos, tengo ahora mismo tres dedos de un pie inmovilizados por una tendinitis. Según nuestro doc, alguna piedra pisé que debió retocerme los tendones. Por cierto que la chancla de moda entre el equipo es ésta:
Con la bandera de Honduras. Así vista parece muy patriótica y simpaticona, pero… ¿sabemos lo que hace por las noches?
La plaga de los ventiladores asesinos
Aquí hace calor. Mucho calor. Tanto, que con el aire acondicionado no es suficiente. También tenemos un montón de ventiladores en el techo para remover el aire. Y cuando digo muchos, digo muchos. Sólo en mi casa hay cinco: tres en el salón y uno en cada habitación. Hay tantos, que a veces creo que si los activara todos a velocidad máxima podría salir volando como la casa de Up Y aunque el ventilador pueda parecer un aparato inocente que fabrica una brisa artificial regulable cuando te da la gana, la realidad es otra: es un depredador metálico que te observa desde las alturas para atacar cuando menos te lo esperas. Su estrategia: que uno no está acostumbrado a tener una hélice de helicóptero girando en su techo y por eso tiende a olvidarse de su presencia. Si es que es que es mirarlos, y dan ganas de salir corriendo:
Sé de al menos una trabajadora de Supervivientes que ha detenido uno de estos aparatos con la cabeza antes que yo. A mí me pasó hace una semana. Aunque admito la culpa: nadie me mandaba subirme a un sofá a bailar… Pero eso es otra historia. Y mi cabeza resultó ilesa. Incluso la propia presentadora de este santo programa, nuestra querida Raquel Sánchez Silva, fue víctima de uno de estos asesinos rotores en plena reunión de contenidos.
Ella, como nos pasa a todos, confió en que el techo es un espacio libre de peligros. Y por eso, buscando hueco para sentarse en la sala, alzó una silla de plástico al aire para trasladarla junto a una mesa. Y ahí estaba el ventilador del infierno. Preparado para atacar. Las temibles cuchillas del aparato atraparon la silla entre sus fauces. La silla podría haber terminado mutilada y nuestra presentadora podría haber salido volando por una ventana como el martillo de un atleta a causa de la fuerza centrífuga, pero no. Ella es una mujer fuerte y aguerrida y por eso terminó ganando la batalla contra el ventilador.
La amenaza del agua malvada
De todos es sabido que el agua corriente que sale de los grifos de por aquí es mejor no probarla. Hay quien ni siquiera se lava los dientes con ella y guarda una botella junto al lavabo. Yo no llego tan lejos, pero entre mis planes inmediatos no está el de ingerir un vaso de agua del grifo. Claro que, otra vez la costumbre, puede jugarte malas pasadas. Ya me he quedado varias veces con la mano izquierda pegada a la llave del grifo y, en la derecha, un vaso vacío. Ya imagino al grifo, entornando sus llaves convertidas en ojos y riendo maquiavélicamente a través del orificio del tubo. En plan muajajaja.
Pero no, hasta el momento siempre he recordado a tiempo que aquí los grifos no son nuestros amigos. Y si no, que se lo digan a la guionista olvidadiza que lució lengua blanca durante tres semanas a causa de uno de estos despistes. Pobre. Lo que sí he tenido que hacer en varias ocasiones ha sido prepararme un café dos veces seguidas, incapaz de recordar si el primero lo había preparado con agua del grifo o no. Es un gesto que tenemos tan automatizado, que se te olvida por completo un microsegundo después de realizarlo. Por suerte, el hotel nos surte a diario de un agua purificada que embotellan ellos mismos. Como alojarse en el Hotel Lanjarón, algo así.
El ataque de los aires acondicionados
Viviendo a una temperatura media que hace que la ropa se seque antes de que la saques de la lavadora, hay un índice de resfriados en el equipo digno del noviembre madrileño. ¿La razón? Ese silencioso adversario llamado Condicionado. Aire, Acondicionado. Resulta que el termostato está en grados Fahrenheit y la temperatura más baja posible marca 50, que te crees que es alta porque en grados centígrados sería el equivalente a una tarde de julio en el Parque de Maria Luisa. Así que lo regulas en 50 y a los cinco minutos te andas preguntando por qué te cuelgan estalactitas de hielo de la nariz y la barbilla.
Convertido en una varita de merluza te diriges al salón a apagarlo, y recuerdas que tienes una reunión. Y sales al exterior, que es como entrar en un horno de pan. Y llegas a la sala de reuniones, en la que vuelve a hacer un frío que te permitiría abrir un agujero en el suelo y pescar, como los esquimales. Con tanto cambio de temperatura, normal que, quien más quien menos, acabe un poco tocado de las defensas. De la cabeza también, pero eso también es otra historia.
Existen aún más peligros que acechan al trabajador medio de Supervivientes. Pero ya habrá tiempo de repasarlos a todos. De momento, el equipo del programa vamos ganando batallas contra nuestros nuevos enemigos, pero… ¿quién ganará la guerra?