Me he quemado. Tenía que ocurrir. Lo que pasa es que me da rabia porque ha sido por un error de principiante. Mira que he estado yo pendiente de ponerme crema. Me la he puesto incluso en ocasiones que, en total, habré estado expuesto al sol un total de quince minutos. Porque al final siempre pasa algo y hay que quedarse en la sala de edición mucho más de lo que pensabas. Si la luz de los monitores quemara como la del sol, ahora mismo mi cráneo descansaría en el suelo del hotel como una de esas calaveras con cuernos que se ven en el desierto. Con su gusano saliendo por el agujero de lo que fue una nariz y entrando en la cuenca del ojo que ya no está.
Pero después de todas esas aplicaciones de crema que al final no sirvieron para nada, hoy he tenido por fin mis dos horas seguidas de exposición al sol junto a la piscina. Con su emepetrés, su agua, su toalla y su todo. Por cierto que por aquí, en muchos sitios, si pides una botellita de agua en un puesto callejero te dan esto:
Literalmente, una bolsa. Que la abres de un mordisco en una esquina y te la bebes apretando cual bota. Y te la bebes de un trago claro, porque eso no hay quien lo cierre o lo apoye en ningún lado.
Pero a lo que iba. Que estaba listo para irme a la piscina. Sólo me faltaban las gafas de buceo para transformarme en el Curro aquel de los anuncios. ¿Qué le suele pasar a la gente despistada? Que se olvida de las cosas. ¿Y qué me ha pasado hoy a mí? Que se me ha olvidado, no sé muy bien cómo, extenderme la crema precisamente en la parte delantera del cuerpo. Lo que viene a ser el pecho y la tripa. O el abdomen, que suena mejor. En algún momento del consabido circuito cara-brazos-hombros-pecho-abdomen-piernas se me ha debido ir el santo al cielo (quizá pensando en si acabarán tirándose de los pelos literalmente Aída y Rosa Benito), y he acabado saltándome una cuarta parte de la superficie de mi cuerpo. Paradójicamente, la frontal. La más accesible. La que nunca se olvida nadie. Empeines, corvas y costados son grandes olvidadas, pero el pecho… ¿a quién se le olvida el pecho?
Así que me ido para allá, todo confiado con mi invisible traje a prueba de rayos solares, y me he tumbado como un pepe desafiando a un sol tropical que no se anda con chiquitas. Imaginemos el sol más duro, del día más caluroso, del mes de julio del año más seco de la última década en España. Pues bien, ese sol es Tony Genil. Y el sol de aquí es Jacobo Ostos.
Y ahí estaba yo. Disfrutando de la música, moviendo el piececito sobre la tumbona al ritmo de alguna canción de Robyn. Todo ello creyéndome el más listo en mi ten con ten frente al Astro Rey. En mi duelo personal contra Ra. Mi careo con Lorenzo (nombre éste que, por cierto, sirve de título a un antiguo éxito de Sonia Monroy que bien merece una búsqueda en google). Mi batalla contra Helios. Ahí, a panza descubierta. Si la crema solar fuera ropa, yo estaba vestido con un pantalón y dos medias de futbolista en los brazos desde los puños hasta los hombros. El resto, al aire.
Hago un inciso para mostrar otras cosas que el Sol sabe hacer por aquí. Hace dos días, un arco iris perfectamente circular lo rodeó durante horas. Los famosos lo vieron en Cayo Paloma. Y nosotros lo vimos aquí. La foto me la ha prestado amablemente una de las minutadoras, que yo no tuve la cámara a mano en ese momento:
Mola, ¿eh? Pero volvamos a mis quemaduras. El huevo que me fríen en una plancha en el desayuno del hotel recibe menos calor que el que ha debido recibir mi piel descremada esta mañana. Y yo tan contento dentro de mi imaginaria escafandra de Nivea. Porque resulta que la piel es un poco traicionera y no te avisa en el momento. No es una Aída que grita a la primera de cambio, no. Es más bien una Jessica Bueno que se aguanta y llora en silencio. Así que feliz y contento me he tomado hasta un helado mientras mi epidermis se sofreía a fuego lento. El helado era éste:
De sabor a nance. Que hay que probarlo todo y esto sonaba exótico. El nance son unas bolitas amarillas que son primas de las cerezas pero mucho menos dulces. Seamos francos: no me gustó nada. Por eso no me importó que el invento se me derritiera entre los dedos en un nanosegundo. De hecho no sé muy bien si me lo comí yo o mi codo, porque desde allí goteó al suelo más de la mitad del polo.
Comido el helado, bebida el agua, escuchada la lista de reproducción y empapada la toalla, terminó la freiduría y partí hacia la primera reunión de contenidos para conocer lo ocurrido en la isla durante la mañana. Y no fue hasta por la tarde, cuando me preparaba precisamente para la segunda reunión, la del fin del día, cuando me quité la camiseta frente al espejo y descubrí que me había convertido en Sebastián, el cangrejo de La Sirenita.
Ahora mismo, si me coloco en una esquina de una calle, los coches se pararían. Estoy más rojo que mi móvil Bird de Tigo. Y si me bajo un poco el pantalón, la marca dibuja por toda mi cintura la bandera de Indonesia. Preveo una noche complicada. Y mañana toca gala. La segunda. Sólo puedo pensar en una cosa: verla tumbado boca abajo en el suelo de la sala de visionado. Ese que siempre está tan frío. Oh, fríoooo…