Que me disculpen Lorca, Alonso, Cernuda y demás pero a partir de hoy el equipo de esta sexta edición de Supervivientes podremos ser conocidos –al igual que aquella decena de poetas–, como La Generación del 27. Del 27% de audiencia, claro. Ese fue el dato que obtuvimos el pasado jueves con la gala inaugural. Un dato de los de antes, de los que ya apenas se ven en los ránkings diarios de los programas más vistos.
Sería por los pantalones llenos de barro de Tony Genil, o por el momento Sabrina de Tatiana Delgado, o por el salto del helicóptero de Kiko Rivera, o por el nuevo aire que le dieron a toda la gala Raquel Sánchez Silva y Jorge Javier Vázquez. Fuera por la razón que fuera, no hubo en la noche del jueves nadie que tosiera a Supervivientes. Y eso, cuando trabajas en el programa, sienta muy bien. Que nos lo pregunten al grupo que recibimos la noticia de boca del Subdirector del programa a la una de la mañana hora hondureña, y que salimos dando saltos por los pasillos del hotel. Subdirector incluido.
Antes de conocer el dato de audiencia, el equipo vivimos la tarde de gala como de costumbre: apiñados en una de las salas de edición en la que recogemos y grabamos la señal del programa. Y cuando se trata de una gala inaugural como la del jueves, más te vale estar pronto. Porque ya podría llegar el hombre a Marte y estar emitiéndose a través de la CNN por una de las televisiones del hotel, que nosotros seguiríamos peleando por una silla frente a los monitores de la sala. Y mirando sin pestañear el fruto de nuestros primeros días de trabajo mientras el americano de turno estrechara la mano viscosa de algún hombrecito verde. En efecto, las sillas de la sala donde se ve la gala son limitadas. Como en el estreno de Avatar. Y una vez que te haces con una, mejor no volver a levantarse. Que ya se sabe lo que pasa con el que se va a Sevilla. Un jueves de estos vamos a terminar poniendo el despertador a las ocho de la mañana para ir cogiendo sitio en primera línea de monitor, como con las sombrillas de la playa en Benidorm.
Porque quien no llegue a tiempo de hacerse con una silla, quedará relegado a sentarse en el suelo. Que está muy frío. Resulta que el aparataje que tenemos montado por aquí es de lo más sensible y tenemos que tener el aire acondicionado a todo trapo para que las máquinas no se resientan con la humedad tropical que nos envuelve. Y cuando digo a todo trapo, me refiero a todo trapo. Tanto, que una de las minutadoras se paseaba ayer por la sala de visionado con unos leotardos de lana a rayas y una sudadera hasta las rodillas. La mirabas a ella, y te sentías en Candanchú. Mirabas a las palmeras al otro lado de la ventana y regresabas a Honduras. Eso sí, la minutadora en cuestión llevaba los pies, con leotardos y todo, enfundados en unas clásicas chanclas havaianas que le dividían los cinco dedos habituales en sólo dos: uno gordo, y uno gordísimo. En plan prima hermana del Correcaminos.
A lo largo de las cuatro horas de directo, el grupo de espectadores va variando en función de quienes van teniendo obligaciones laborales. ¿Qué toca minutar una cinta que acaba de traer una barca? Pues la minutadora se va para allá con sus leotardos, exclamando mic mic y dejando una estela de humo tras de sí, y se pierde el momento en que a Tatiana le traiciona el bikini. ¿Que alguien necesita treinta y siete segundos exactos de una música cómica? Pues el músico se va a su ordenador a hacer sus cosas y no ve a Rosa Benito contar que anoche habló con las estrellas. ¿Que eres de los afortunados que tienes todo el día libre? Pues te agarras a tu silla y no la sueltas.
Aunque no llevamos bufandas, ni bombos, ni trompetas , sí nos comunicamos con la pantalla como suele hacerse en los partidos. Ayer escuché aplausos, vítores, risas y algún que otro tipo de apelativo dirigido a los concursantes. Porque cuando estás en esa sala eres, básicamente, un espectador más. Y la propia sala se convierte en el salón de una casa. Seguro que más de uno de los cuatro millones de espectadores que vio el programa se llevó las manos a la cabeza ante alguna de las declaraciones de Aída. Pues nosotros también. Fijo que muchos se murieron de la risa cuando Raquel Sánchez Silva tuvo que subirle los pantalones a Tony Genil. Pues nosotros también.
A Raquel Sánchez Silva la vi después de la gala. Andaba yo por los pasillos de las salas de edición montando con mis compañeros el primer resumen diario que se emitió ayer viernes, cuando apareció ella por allí. Enseguida se montó una reunión improvisada en la que la presentadora nos contó lo divertido que había sido para ella ese momento con Tony Genil. De hecho lo cuenta ella mejor que yo en su flamante nuevo blog: Infiltrada en la isla. Pero lo que más me gustó de esa conversación improvisada en el pasillo fue la defensa que nos hizo de todos los concursantes, a los que acababa de conocer. Según sus propias palabras: “a mí ya me caen todos bien”.
Un día después de la gala y tras el éxito de audiencia, la productora organizó un brindis con champán. Este era el agudo cartel que invitaba al evento:
Lo dicho, somos La Generación del 27.