Otra vez rozamos el 25% de share con la gala del pasado jueves. Es lo que pasa cuando una tonadillera viuda de un célebre torero llama a un hijo que ha naufragado en una isla con cámaras de televisión y valora la posibilidad de abandonar por una enfermedad crónica. Si algún otro programa ha ofrecido un espectáculo así en la historia de la televisión en España, que me mande un mail y me lo cuente. SMS, burofax, twitter o whatsapp también me sirven. Ante tal panorama, la gente se quedó pegada a la pantalla, claro. Gente con gota y sin gota. Por cierto que si Isabel Pantoja pudo ver y pudo hablar con su hijo Kiko, fue gracias a este aparato, que envía nuestra señal de los cayos a España:
Ya casi se está convirtiendo en tradición que, la noche de los jueves, el equipo hagamos tiempo hasta la 01.00h de la mañana de aquí para esperar a que se publiquen los datos de audiencia en las webs televisivas españolas. Unos esperan en el bar comentando los grandes momentos de la gala. Otros pasan el rato en sus casitas amarillas dando un paseo por los cien mil canales que tenemos sintonizados. A muchos otros les toca trabajando. Sin ir más lejos, una mitad del departamento de guión y edición del resumen diario siempre estamos liados a esas horas haciendo precisamente eso: el resumen de la gala que se emite los viernes en La Siete.
En realidad, a partir de las 00.50h, ya estamos todos con los pulgares en el Smartphone, o las garras sobre el portátil, dando como posesos al botón de actualizar el navegador. Si saber el dato de audiencia fuera un duelo del lejano Oeste, el más rápido con las pistolas sería nuestro guionista de Debate. El chico tiene sus hilos y maneja ciertos contactos inalcanzables para el resto de los mortales (por seguir con el símil del western, yo diría que debe ser hijo del sheriff). Un día le voy a proponer que peguemos nuestras espaldas en alguno de los caminos que comunican nuestras casas y que avancemos quince pasos en direcciones opuestas. Sólo el que antes se dé la vuelta y grite al otro el share de la última gala se librará de la horca en la plaza del pueblo. Aunque casi mejor sería inventar una condena a la orca, sin la h, que queda más de Supervivientes morir a las fauces de un mamífero marino asesino que a las de una vulgar cuerda.
Aunque mejor no me pongo demasiado creativo con el castigo al perdedor del duelo porque estoy seguro de que lo perdería yo. Ese guionista de Debate es realmente el Billy el Niño de las audiencias. Quince minutos antes de que nos enteremos los demás, él ya ha publicado el dato hasta en su Facebook. Es como el Lucky Luke de los ratings, que era capaz de disparar antes de que su propia sombra desenfundara el arma.
Estas primeras cuatro semanas, el momento de comunicarnos la audiencia unos a otros ha sido siempre un triunfo para todos. Porque creo que casi nadie esperaba realmente unos datos tan impresionantes. Así que los “¡bien!”, los “¿veinticinco otra vez?” y los, “¡el próximo jueves llegamos al 30!” son las frases con las que venimos acabando cada jueves desde hace un mes. Una nueva tradición que se une a otras tantas de cada jueves de gala.
En efecto, los trabajadores de Supervivientes desplazados a Honduras somos hombres y mujeres de costumbres. Como los amish. Generación tras generación, año tras año, una serie de costumbres milenarias se han transmitido de editores veteranos a editores noveles. De redactores en la edición dominicana, a redactores en las ediciones hondureñas. Ritos y costumbres que nos unen unos a otros y hacen que pervivan la esencia y la identidad de la tribu de los prime times. Tradiciones inquebrantables como ésta:
En efecto: comerse un helado viendo la gala es toda una institución cultural en la población supervivientil. Y mira que hace frío en la sala de visionado, pero si el peso de la tradición dicta que en alguna de las pausas publicitarias debe bajarse a la tienduca de recepción a por un helado, se baja. Y punto. Polos de piña colada, de fruta tropical, y el equivalente al Magnum que hay por estas tierras, que se llama Giga, son nuestros claros favoritos. Se ve que aquel helado de nance que probé y no me gustó, tampoco ha tenido gran calado entre mis compañeros.
Otra tradición: vestir con la ropa oficial del programa en día de gala. Todos los jueves, en los pasillos de edición, se impone la etiqueta. Y la etiqueta consiste en ponerse la clásica camiseta con el logo de Supervivientes. No es que se prohíba el paso a quien no la lleve, que tampoco somos una de esas discotecas de postín, pero tiene su punto ver nuestra puesta de largo semanal vestidos precisamente así: de largo. Aunque lo de ‘de largo’ no sea más que un decir. Si la camiseta ya es de por sí de manga corta, la gran mayoría hemos optado por hacerla aún más corta a golpe de tijera. Los chicos solemos hacer desaparecer las mangas completamente. Las chicas, además, cortan por lo sano y adiós cuello. Y es que, aunque la gente que trabaja en los cayos lleva siempre esta equipación cuando está entre concursantes, al personal de tierra firme nos hace ilusión llevarla aunque sea ese día. Que para algo la tenemos. He aquí una muestra del pelotón SV en formato Cinemascope:
Así que helado en mano y uniformados con la camiseta oficial tijereteada al gusto asistimos el pasado jueves a esa llamada telefónica que tuvo en vilo, no ya al 25% de la audiencia, sino al 40%, que fue el share que alcanzamos en ese momento. Si el helado y la camiseta son los talismanes que tanta suerte nos están dando, veo a estas tradiciones permaneciendo vigentes por los siglos de los siglos. Amén.