El otro día hablaba con mi compañero de blog, Carlos Otero, sobre el montón de fauna a la que él se enfrenta a diario cuando va a trabajar a los cayos: tarántulas, iguanas, cangrejos, cucarachas... Me comentó que iba a dedicar la próxima entrada a ese tema precisamente y me retó a hacer lo mismo con la fauna a la que me enfrento yo como trabajador habitual en el hotel, que no es tan exótica pero es igualmente sorprendente.
Quedó así conformada una semana de blog que será exclusivamente zoológica. De hecho, hemos decidido considerarla un homenaje al mítico programa de televisión Waku Waku, cuya presentadora, Consuelo Berlanga, participó en Supervivientes 2010. Todo queda en casa.
El pájaro negro del comedor:
Se trata de un compañero más en todas nuestras comidas. El problema es que él, igual que nosotros, va al comedor con un objetivo claro: alimentarse. Concretamente, a alimentarse de nuestra comida. El comedor del equipo es un lugar idílico, exterior, situado a escasos metros de la playa y mecido por cálidas brisas tropicales. No tiene apenas paredes, sino que comemos bajo una exótica palapa muy acorde con el lugar en el que estamos. Pero claro, lo que ganamos en exotismo lo perdemos en protección frente a los elementos: ya ha habido más de una lluvia torrencial que nos ha hecho levantarnos y huir despavoridos hacia la zona interior mientras los platos y vasos de la cena se llenaban de lluvia ante nuestros ojos.
Pero si hay un elemento frente al que estamos prácticamente indefensos, como si fuéramos personajes en una película de Alfred Hitchcock, ése es el pájaro negro del comedor. Tan hambrientos como nosotros mismos, estos pajarracos esperan cualquier despiste para acercarse a tu mesa y llenarse el buche con el arroz, la pasta o el pan que con tanto cariño has seleccionado en el buffet. Y claro: plato en el que husmea el pico de una de estas aves, plato que queda inutilizado para su consumo. Con el paso de los días hemos ido confeccionando estrategias de defensa. Una de ellas consiste en designar un vigilante de mesa que cuide la vitualla mientras los demás comensales dejan su plato y van en busca de la bebida. Otra consiste en tapar la comida con una servilleta en aquellas ocasiones en que se hace obligatorio levantarse a por la sal.
A todo esto, el otro día se me presentó la oportunidad de demostrarle a estos pájaros que, a pesar de haberme robado comida en tantas ocasiones, no les guardo ningún rencor. Caminando hacia la sala de edición, me encontré tirado en el asfalto a un pequeñísimo polluelo de la misma especie, que debía de haberse caído del nido. Indefenso, aleteaba bajo un sol de mediodía caribeño que lo habría asfixiado en diez minutos. Tratando de minimizar su sufrimiento, lo desplacé a una sombra entre los arbustos y lo refresqué con un poquito de agua. También aproveché para grabar este vídeo tan tierno:
El geco:
Simpático reptil blanquecino que habita en todas nuestra casas y ameniza las noches con su particular cacareo. Sí, sí, cacareo. Ahí donde la veis, esa pequeña lagartijilla produce un sonido particular de un volumen sorprendente y parecido al cloqueo de una gallina.
Una conversación que nunca falta en los primeros días de cada edición de Supervivientes es una sobre el misterioso sonido que los nuevos compañeros dicen escuchar en sus casas. Recuerdo especialmente a una redactora de algunos años atrás que aseguraba que, en el exterior de su villa, por las noches, se apostaba un extraño a lanzarle besos. Pero no era ningún acosador, era el geco. Durante los primeros días es habitual querer espantarlos o sacarlos de casa, pero cuando uno aprende que se alimentan de mosquitos y arañas empieza a verlos más como aliados que como enemigos.
La zarigüeya:
Este animal es prácticamente una leyenda, un misterio, un ser mitológico que se pasea por las calles de la urbanización en la que vivimos pero que sólo algunos hemos visto. Hay compañeros que han vivido aquí varias ediciones y aún no se han topado con esta criatura a medio camino entre la rata, el gato y el mapache. O algo así.
La primera vez que la vi, con su rabo enorme, su lomo encorvado y su hocico inquieto, di por hecho que se trataba de una rata grande, sin más. Como aquí todo es más grande, desde los mosquitos hasta los plátanos, consideré perfectamente viable la existencia de una rata del tamaño de un gato. Pero no: compañeros más experimentados que yo me hicieron saber que esa cosa que me había mirado con ojos brillantes desde lo alto de un cubo de basura callejero era una zarigüeya. Y ahora Wikipedia me informa de que ni siquiera es un roedor, sino que se trata realmente de un marsupial. O sea que es pariente del koala. Queda muy claro cuál de los dos es el primo guapo y cuál el primo feo.
Dada su naturaleza esquiva, me ha resultado imposible obtener una imagen de la zarigüeya (y eso que lo he intentado), así que me veo obligado a emplazaros a una búsqueda de imágenes en Google.
Las luciérnagas:
Nuestro milagro diario. Un momento de magia al inicio de cada noche. Toda las zonas con césped que hay en el hotel, entre las villas donde vive el equipo, se iluminan al caer la oscuridad gracias a estos insectos tan fascinantes que son capaces de transformar el suelo en un cielo estrellado. Una auténtica maravilla que podría observar durante horas.