Experiencias prehistóricas
Cambiar de escenario (o cambiar de localización, que diríamos en la tele, como cuando los concursantes de otras ediciones se movían de Cayo Paloma a Playa Uva), a veces te obliga a recuperar viejos hábitos que ya dabas por superados. Por ejemplo: escribir a mano. Creo que hacía por lo menos diez años que no tenía un trabajo en el que tuviera que usar mi pulgar derecho para algo más que dar a la barra espaciadora. Si la evolución humana dependiera exclusivamente de mi vida laboral, el Homo sapiens del futuro tendría los carpos y los metacarpos perfectamente adaptados al teclado Qwerty. Y desarrollaríamos un sexto dedo más allá del meñique derecho para llegar tranquilamente al Enter y a la tecla de borrado.
¿Cómo se escriben artículos para revistas? Con un ordenador. ¿Cómo se minuta Supervivientes y Gran Hermano? Con un ordenador. ¿Cómo se escribe una novela? Con un ordenador. Pero desde que he llegado este año a Honduras, la cosa ha cambiado. De repente han vuelto a mi vida esos tubos plásticos con tinta por dentro que al parecer no habían desaparecido de la faz de la Tierra. Los bolis. Ahora sé que el Señor Bic y el Señor Pilot, y sus esposas, deben poder seguir bañándose en Moët & Chandon. También he vuelto a saber cómo es mi caligrafía.
¿A qué se debe esta regresión a eras pretéritas? Pues a que tanto redactores como guionistas recogemos todo lo que ocurre en los Cayos Cochinos de nuestro puño y letra. Prácticamente todo nuestro trabajo surge de una primera labor fundamental: apuntar lo que ocurre, y apuntar el código de tiempo en el que ocurre. Tipo: “13.56 – Kiko Rivera se despierta de su siesta”. Y así, las veinticuatro horas del día. Los redactores, que son esos héroes de la producción que viven el reality in situ parados sobre la arena cuando Tony Genil lava su camisa, con el agua al cuello cuando Reyes sale a pescar, y con el sol cocinando sus coronillas cuando Sonia y Rosa deciden broncearse y parlotear, esos redactores apuntan todo lo que ocurre en sus partes de redacción. Y, lógicamente, lo hacen con boli y papel, no con un netbook ni un iPad 2.
Después, dos veces al día, ellos nos cuentan a los guionistas todo eso que ha ocurrido, haciendo un primer resumen y adelantando posibles tramas. Tramas que nosotros terminaremos editando y convirtiendo en el resumen diario que se ve en La Siete. Pero claro, todos esos códigos de tiempo y todas esas acciones nos las relatan a velocidad de infarto. Rollo El Gordo de Navidad. “En el 12.54 Jeyko intenta ligar con Diego en el barco de los anóooooonimos”. “En el 06.41 Tony Genil despierta y empieza sus ejercicios matutinooooooos”. “ En el 17.15 hay una puesta de sol maravillooooooosa”. “En el 10.51 Rosa se acerca a la playa y le tocan mil euroooooooooooooos”.
La forma más rápida de poder apuntar tanta información es a boli. Así:
En realidad yo aún tengo pendiente llevarme el ordenador a las reuniones y probar a apuntar a dos manos, que ya que tantos años de tecleo frenético me han servido para poder teclear emitiendo el sonido de una tormenta tropical, habrá que aceptar los desafíos. Pero, de momento, he mimetizado la metodología de guionistas más veteranos que yo. Que la experiencia siempre es un grado. Total, que he vuelto a aprender a sostener un bolígrafo entre los dedos y a deslizarlo sobre una hoja de papel.
Durante el primer día de este retorno al milenario arte de la escritura los huesos de la mano me crujieron, anquilosados tras una década en la que lo máximo que habían escrito con un boli eran tres tristes post it de nevera. Crac. Cuando la torsión de la muñeca recuperó una verticalidad olvidada. Crac. Cuando el índice tuvo que apretar algo más que las letras T, Y, G, H, B y N. Crac. Cuando el cúbito y el radio hicieron que la mano comenzara a arrastrarse sobre el papel.
Y aunque los primeros días mis apuntes no había quien los leyera, poco a poco he ido recuperando mi caligrafía de siempre. Llevábamos mucho tiempo sin vernos. Un día, cuando tengamos tiempo, la voy a invitar a un café para que nos contemos qué ha sido de nuestras vidas. Hablando de café, ésta es la cafetera del pasillo donde editamos. Parecerá una tontería, pero parte del tremendo éxito que está teniendo el programa (¡un 25% en segunda gala) podría ser cosa suya:
Y está claro que allá donde haya escritura rápida, surgirán las abreviaturas. Como en los apuntes de la facultad. En el universo supervivientes hacemos cosas como dibujar un sol para indicar un plano recurso de naturaleza. Ya sea un sol realmente o un ermitaño. Yo muchas veces opto por apuntar los nombres de los concursantes sólo como iniciales. Y si el redactor nos cuenta en la reunión que está habiendo un acercamiento entre José Manuel y Jessica, yo apunto “JM ♥ J”. El otro día, sólo por hacer la gracia, decidí apuntar todos los nombres en inglés, que suelen ser más cortos. Jacobo se convirtió en Jack y Rosa en Rose. Lo dejé cuando me di cuenta que aquello parecía el guión de ‘Perdidos’.
En fin, voy a coger mi cuaderno y mi boli y me voy a la reunión. Que este fin de semana vuelve a estar, como siempre, lleno de sorpresas. Crac. Crac. Crac.