Días de ensayo
El viaje de venida terminó bien. A pesar del confinamiento en el avión, salí de la nave intacto y con todas las extremidades en su sitio. Lo cual siempre es un punto a favor. Aprovecho para mandar un saludo al responsable de Iberia que asignó los asientos al equipo del programa, que casualmente sigue este blog y me escribió un amable tweet el otro día (recordad que podéis seguirme en twitter en: @_PaulPen). Aún recorrimos mucho trecho después del vuelo intercontinental, pero ahora mismo se me confunde la memoria en una nube de traqueteos de diferentes motores, cabezadas contra ventanillas variadas, bostezos que harían las delicias de cualquier dentista y un bucle infinito de meriendas que nunca fueron cenas y cenas que tampoco eran meriendas. Tendré que consultar con los del Récord Guinness si existe la categoría de ‘jueves más largo de la historia’ porque tengo la sensación de que la duración de aquel día contravino todas las normas establecidas por el calendario gregoriano.
Lo que sí recuerdo es que al llegar al hotel tuve ganas de plantar una bandera para conmemorar el fin de la travesía. Si lo hizo Roald Amundsen con la noruega al alcanzar el Polo Sur, y lo hizo Neil Armstrong con la americana al pisar la luna, ¿por qué no iba a hacerlo yo que acababa de recorrer, más o menos, la misma distancia? Menos mal que no lo hice, porque por la mañana descubrí que, de banderas, el hotel va bien servido. Ésta es la hondureña, que ondea en la entrada principal de la recepción junto a algunas otras:
Una cosa he aprendido a base de cruzar el charco unas cuantas veces: no existe nada mejor para arreglar el desaguisado biorrítmico que un buen desayuno en la ciudad de destino a la mañana siguiente de la odisea espaciotemporal. No importa que sólo duermas tres horas víctima del jet lag siempre que le des al cuerpo un buen chute de energía de este calibre:
Ése fue mi primer desayuno en tierras hondureñas. De todo, lo que más ilusión me hace son esos cereales que se ven al fondo. ¿Qué no se ven ningunos cereales en la foto? Sí, sí, arriba a la derecha. “¿Esas cosas redondas y fluorescentes que parecen las cuentas de un collar que sólo se pondría Sonia Monroy?¡Anda ya, eso no puede ser comestible!”, dirán quienes no los conozcan. Pero sí son cereales. Y se comen. Son mis queridos Froot Loops, unos deliciosos aros de avena, maíz y trigo recubiertos de sabor a frutas, que sólo he encontrado en el continente americano. Una delicia para mí. Todo un atrevimiento dietético según quienes desayunaron conmigo. “¿Te vas a comer eso?”, me preguntó una editora, señalando mi vitualla como si fueran barras de Uranio-235. En el fondo, menos mal que sólo los venden en este lado del océano, porque admito que quizá, sólo quizá, se trate de los cereales más insanos que puede uno echarse a la boca. Mira, ya que llamo a los del Guinness por aquello del jueves más largo de la historia, les comento también esto de los Froot Loops, a ver si les viene bien para algún ranking de los suyos.
En cualquier caso hice bien al darme semejante atracón calórico, porque el primer día fue jornada de muchas reuniones: reuniones generales de todo el equipo, reunión de Guión con Dirección, de Redacción con Dirección, de Guión con Redacción, de Producción con Dirección, de Producción con Redacción, de Prodacción con Dirucción y Guiacción… y así hasta el infinito siguiendo algún tipo de fórmula matemática del tipo:
Yo iba especialmente atento a las reuniones porque, como habrán adivinado quienes siguen este blog desde el año pasado y hayan leído la nueva descripción que acompaña mi foto, en esta edición estreno puesto. De guionista. Concretamente, del resumen diario en La Siete. Y estoy encantado, claro.
Durante estos tres primeros días el equipo al completo hemos estado ensayando nuestros respectivos trabajos. Los cámaras han grabado, los redactores han recogido todo lo que acontecía en los cayos, los guionistas y editores hemos preparado resúmenes… Pero que no cunda el pánico que nadie se ha perdido nada : ni Aída, ni Kiko Rivera ni Jessica Bueno, ni ninguno de los concursantes está aún desayunando pescado y durmiendo al raso. Les queda poco, pero aún no.
Entonces, ¿qué leches hemos estado grabando y editando? Pues a un grupo de locales que, durante este fin de semana, se han convertido en concursantes de mentira recreando un mini Supervivientes de duración extra corta (vaya, otro récord Guinness, a ver si voy llamando ya a esa gente que al final van a tener más trabajo del que pensaba). El grupo de figurantes han escenificado para nosotros, en las localizaciones reales, un montón de tramas que hemos grabado y convertido en resumen diario. Y ha habido de todo: lesiones, amoríos, traiciones, pesca, cabaña, cangrejos... Por hacer, los no concursantes han hecho hasta confesionarios. Y yo, que vivo el concurso con pasión y me meto rápidamente en la piel del espectador, he estado a un tris de tener favoritos. Si llego a ver un teléfono sobreimpresionado en cualquier pantalla, habría llamado para salvar a alguno de los participantes.
Y si existiera un arte del coleccionismo de realities televisivos como la filatelia o la numismática para los sellos y las monedas, tengo bastante claro que estas grabaciones con los resúmenes ficticios de un Supervivientes falso que nunca nadie verá serían piezas muy buscadas. Las rarezas más preciadas. El halcón maltés de los reality shows.
Así que tras estos días de ensayo tenemos ya todo listo para que pasado mañana dé comienzo el concurso de verdad. Con los concursantes reales. Que para eso tenemos tremendo cásting. Preparados, listos…