Existe en Honduras un archipiélago formado por tres islas conocidas como Islas de la Bahía: Roatán, Utila y Guanaja. Las tres están en el Mar Caribe y son uno de los principales destinos turísticos del país. Utila es la más pequeña, y nos queda a una hora en ferry -el Utila Princess- desde La Ceiba. Y para allá que me fui el pasado viernes, sobreponiéndome aún del shock que supuso para todos la aparición de Isabel Pantoja en el plató de Madrid.
El principal atractivo turístico de Utila son sus paisajes. Pero los que hay debajo del agua. Resulta que por estas tres islas hondureñas serpentea la segunda cadena de arrecife de coral más grande del mundo, así que parece ser que cuando te metes a bucear lo flipas en colores. En los colores del montón de peces que viven felices por ahí. Casi el total de los turistas que se pasean por Utila son aficionados al submarinismo. Y si hay alguien que piensa que eso de bucear es cosa de plantarse las aletas, el neopreno y echarse una bombona de oxígeno a la espalda , va muy desencaminado: para poder meterte bajo el agua tienes que sacarte un título, con sus horas de estudio, su examen y su todo.
Una grandísima parte del equipo ya ha ido pasando por Utila para sacarse el título, y son habituales las escapadas de fin de semana a la islita para nadar entre fauna marina. Como habituales son también las conversaciones en el comedor sobre los hallazgos visuales de las últimas inmersiones: “pues yo vi una tortuga gigante”, “pues yo vi una manta raya”, “pues yo me metí en medio de un banco de peces”. A lo que yo suelo añadir: “pues estos espaguetis están riquísimos”.
Porque yo aún no he encontrado el momento de sacarme el título. Por ahora, me pongo el tubo, las gafas y las aletas que venden en un pack baratísimo en el Decathlon, me meto al mar andando de espaldas, nado un poquito viendo tres corales y cuatro peces, y me vuelvo a la toalla feliz y contento. Claro que si vas a Utila sin título y sin intención de apuntarte a una academia para sacártelo, eres un poco el bicho raro.
He visto puzzles de mil piezas menos desencajados que la cara que se le puso a la dueña del alojamiento en el que me quedé cuando me preguntó cuántas inmersiones tenía planeado hacer y le contesté que no venía a bucear. De hecho creo que su cerebro no contemplaba una opción negativa a esa pregunta que habría repetido durante años, y fue incapaz de computar mi vocablo. Pero bueno, en algún momento el cortocircuito neuronal se resolvió y la mujer me aceptó en su casa como si yo fuera una persona normal. Ahora, que no descarto que llamara a unas cuantas vecinas para decirles: “es verdad lo que dicen: existe gente que no bucea”.
Como soy un hombre de recursos, me dije a mí mismo: si no voy a conocer Utila bajo el mar… ¿qué me queda? Pues conocer Utila sobre la tierra (la opción de conocer Utila desde el aire quedó descartada porque tampoco tengo el título de ala delta, hidroavión, paracaídas, cometa ni ningún otro aparato o enser que me permita volar).
Y aquí entra en juego otro elemento distintivo de Utila: los carritos de golf. La isla tiene prácticamente una única calle pavimentada, que es donde se acumulan todos los hoteles, bares, restaurantes y escuelas de buceo. Para recorrer esta calle de abajo a arriba y de arriba abajo nadie necesita ningún BMW, así que coches como tal se ve uno cada luna nueva. Eso sí, motos y bicicletas salen de debajo de los corales.
Pero yo, con mi plan en la cabeza de recorrer la isla entera campo a través, elegí el medio de transporte más cachondo de la isla: los carritos de golf. Los mismos que te llevan al hoyo dieciocho mientras cierras un trato millonario con tu suegro empresario. No es que me haya ocurrido nunca esto último, pero todos hemos visto las mismas películas.
Por un puñado más que apañado de lempiras te puedes alquilar uno de estos carritos durante todo el día y llegar con él hasta donde tú quieras. Porque resulta que estos carritos, lejos de ser vehículos debiluchos y poco versátiles pensados solamente para moverse por céspedes de primera calidad (que es lo que todos pensábamos), son en realidad el terror de la carretera. El depredador del asfalto. El devorador del camino de tierra. Bueno, a lo mejor no es para tanto, pero yo abandoné la calle asfaltada de Utila y me dirigí hasta el infinito y más allá a través de la selva. Este es mi carrito haciendo frente a la jungla:
Con este carrito, que ahora que lo veo en foto parece también uno de esos vehículos que los astronautas usan para conducir por la luna (añado ‘paseo lunar’ a mi lista de cosas por hacer), recorrí un lado desconocido de Utila descubriendo rincones que parecían sacados de El Planeta de los Simios. Playas desiertas, caminos olvidados, un aeropuerto minúsculo y un montón de chanclas viudas salieron a mi encuentro en una travesía por la Utila menos conocida que fue todo un subidón.