No soy concursante, pero ¡comienza mi aventura en 'Supervivientes'!
Aislado. Así estoy
. Como otro superviviente más. Los concursantes de este año duermen ahora mismo en la misma isla que yo. ¿Que quién escribe esto? Pues soy un miembro del equipo de ‘Supervivientes’ desplazado a Nicaragua.
Llevamos aquí dos días poniendo todo a punto para el gran estreno de este jueves. Famosos y anónimos pisan ya suelo centroamericano en sus últimos días de relativa comodidad hasta que un helicóptero los abandone en los Cayos Perlas. Yo no soy concursante, pero igual que ellos abandoné este sábado las comodidades de mi vida urbanita y partí hacia Nicaragua a vivir en una isla prácticamente desierta. Durante tres meses.
Estamos en Big Corn Island, una isla que sólo recibe el nombre de Big porque es más grande que su hermana pequeña: Little Corn Island. Entre las dos, no llegan a los 13km2 de superficie. Lo mismo que Villar del Pozo, un pueblo de Ciudad Real del que la Wikipedia me cuenta que no tiene más de 110 habitantes. Si alguno de esos 110 individuos se pasea por este blog, que dé fe de lo poco que son 13km2. Eso sí, aún tengo qué descubrir por qué las llaman Islas del Maíz porque de maizales, por aquí, andamos escasos. Mucha palmera y mucho coco, pero mazorcas, pocas.
Y eso que estuve atento identificando la flora mientras la avioneta aterrizaba.
Aquí a la isla se llega desde la capital Nicaragüense, Managua, en una pequeña avioneta de La Costeña en la que sólo caben doce pasajeros. Ni siquiera las maletas van en el mismo avión. Sólo puedes llevar una mochila de mano y, ojo, te hacen pesarte con ella al hombro para calcular los kilos exactos que llevará el cacharro. No apto para gente con complejos. Como Terelu Campos, que tengo entendido que odia revelar su peso. (Aviso: la mención de celebrities en este blog no es en ningún caso vinculante con los nombres aún por desvelar de los concursantes, que nadie ate cabos antes de tiempo). A lo que iba: que en el aeropuerto de Managua la mujer de facturación te hace subirte a una báscula con tu mochila y comprueba el peso del conjunto humano-textil a la vista de todos. Si la azafata en cuestión arquea las cejas, mal asunto. Enseguida empezarán los murmullos entre la cola de pasajeros y la persona bajará de la báscula de la vergüenza con las orejas gachas. Y se pedirá su próximo café con sacarina, seguro. Por cierto, aquí en Nicaragua, si pides sacarina, nadie va a entenderte. Hay que pedir Splenda, que es el nombre propio de la marca norteamericana que empaqueta el edulcorante.
Yo pasé el test de la báscula con sobresaliente, que para eso me cuido y hago equipajes de mano ligeros con las cuatro cosas fundamentales: el pasaporte, el mp3, el portátil y algo de comer que el aire da hambre y es un rollo esperar al servicio de los aviones. El caso es que, triunfante, subí al avión con una tarjeta de embarque que parecía de juguete. Os aseguro que he visto monovolúmenes con más espacio que estas avionetas. Hablo de monovolúmenes de esos que ahora pueblan las autopistas ibéricas en las que el padre conduce, la madre le dice que no vaya tan rápido, los niños ven cada uno una película diferente en sus DVDs portátiles, la abuela teje un jersey para el abuelo, y el equipo de fútbol del pueblo entrena en el espacio entre los últimos asientos y el maletero. En los aviones de La Costeña, eso no pasa. Yo, que iba en la última fila, estaba tan cerca del piloto que podía ver si había planchado correctamente el cuello de su camisa.
Nunca antes había volado en un avión viendo al piloto, con su vida en mis manos, maniobrar el aparato. ¿Y sabéis que os digo? Que tampoco es para tanto. Una palanca por aquí, unos cuantos medidores de cosas por allá, un poco de decir cosas molonas por radio, y hala, a pilotar. Además aquí lo de las rígidas normas de seguridad que han convertido la aviación comercial en un vía crucis de zapatos quitados y líquidos limitados al milímetro no tiene ninguna validez. Nada de apagar aparatos electrónicos durante el vuelo ni zarandajas de esas. Yo hacía fotos alegremente mientras mi compañero de butaca mandaba mensajes con el móvil contando que se sentía como Indiana Jones. Intenta encender tu móvil en un vuelo de Iberia y a ver qué pasa. Bueno, mejor no lo intentes.
Total, que igualito que en la escena de Parque Jurásico en la que los protagonistas llegan a la isla de los dinosaurios, doce intrépidos trabajadores de televisión vimos a nuestros pies, por primera vez, las Islas del Maíz. Tres cosas saqué en claro desde el avión: que el agua es turquesa, la arena es blanca y el piloto había planchado bastante bien el cuello de su camisa.
En efecto, estamos en el paraíso. Pero no de vacaciones. En los dos días que llevamos aquí hemos tenido que adaptarnos al cambio, al 76% de humedad, al calor que uno nunca creyó que pudiera existir y a los enfados de nuestros estómagos por hacerles digerir alimentos nuevos y agua sospechosa, pero también a unas jornadas de trabajo que no han entendido de jet lag ni otras excusas. Y encantados que estamos. Todo por convertir el estreno de este jueves, y el montón de televisión que nos queda por hacer en estos tres meses, en un éxito. Yo, con que el programa haga el mismo porcentaje de share que de humedad tenemos aquí, me doy por satisfecho. ¡A por el 76%!
Próximamente en el blog: la fauna de mi habitación, cerveza Toña, iglesias tuneadas, cómo pedir un huevo frito, Fanta de cereza, cogiendo un taxi con Eva González, apagones…