Es fácil imaginar cómo estamos pasando estos días el equipo de Supervivientes. Tras el increíble éxito de la gala del pasado jueves, vamos de felicitación en felicitación y de enhorabuena en enhorabuena. ¿Que te encuentras a un compañero guionista mientras pides una tortilla para desayunar en el comedor? Pues le felicitas porque su trabajo, al igual que el tuyo y el de todo el equipo, ha hecho posible el increíble 27,7% de share que logramos en el estreno. ¿Que coincides con el director a altas horas de la madrugada cuando viene a dar el visto bueno al primer resumen diario de esta edición? Pues comentas con él que ese dato ha supuesto el mejor estreno de este programa desde el año 2008. En firmas de mails internos, en grupos de WhatsApp llamados “Hondureños”, en reuniones de redacción o en la sobremesa de la cena, todo momento es bueno para congratularnos por el éxito. Hace dos noches, como clímax a toda esta algarabía, el equipo al completo nos reunimos en una palapa, junto al mar, y brindamos con champán no sólo por la estupenda gala del jueves, sino por todas las que aún nos quedan por hacer. Aplausos, discursos de nuestro director, nuestro productor y nuestra presentadora y, eso sí, vuelta al trabajo. Que podemos estar muy contentos con lo conseguido, pero aún queda mucho más por conseguir.
En la gala de estreno, por cierto, tuvo protagonismo por primera vez un lugar muy especial para todo el equipo de Supervivientes. Se trata del cayo donde Jorge Javier conectó por primera vez con el grupo de Veteranos, donde recibieron a Rafa Camino, donde bailaron punta y también donde Carmen Gahona recibió la mala noticia de que no podría participar finalmente en Supervivientes 2015. Éste lugar:
Su nombre es Chachahuate, es otro de los cayos que forman parte del archipiélago de Cayos Cochinos y, en tamaño, no es mucho más grande que Cayo Paloma. La gran diferencia con ésta y otras de las islas que han servido de localización para el programa es que Chachahuate está habitada. Todo el año. Aunque su escaso tamaño y su paisaje se acercan muchísimo a lo que todos entendemos por “isla desierta”, en este pequeño cayo tienen su hogar permanente un montón de familias. Y eso lo convierte en un lugar excepcional. La mínima expresión de comunidad. El más aislado de los pueblos. Un paraje tan remoto y acogedor que se convierte año tras año en una de las excursiones favoritas del equipo. El mejor sitio en el que pasar un día libre.
¿Y por qué nos gusta tanto? Pues, básicamente, porque allí hacemos tres cosas:
1ª) Bucear en aguas como éstas:
Gafas y snórkel. No se necesita más para descubrir fondos marinos como los que aparecen en el programa. Nadar entre bancos de peces es habitual, y algunos afortunados compañeros han llegado a ver tortugas. Yo en una ocasión tuve la suerte de ver, no una, sino dos barracudas, esa gran protagonista silenciosa en todas las ediciones del programa.
2ª) Comer platos como éste:
Mi parte favorita de cualquier visita a Chachahuate. Peces enormes, pescados allí mismo cinco minutos antes, bien fritos, y acompañados de platanitos y arroz (los más observadores se habrán dado cuenta de que son platos muy parecidos a los que disfrutaban nuestros concursantes antes de la conexión).
3ª) Tomar el sol en playas como éstas:
Es posible recorrer la isla entera, a pie, rodeándola, en unos seis minutos. Unos doscientos pasos. No más. Eso sí, nunca el perímetro entero de una isla contuvo tantas playas paradisíacas como en Chachahuate.
Tras la sesión de buceo, el sol y el festín, llega siempre el triste momento de regresar al hotel. El viajecito de ida, con mar tranquilo, suele ser un agradable paseo sobre aguas turquesas sacadas del folleto de viaje mejor impreso. Pero en el viaje de vuelta, por la tarde, cuando el mar tiende a estar más picado a causa del viento, las olas sacuden la embarcación que da gusto. Se pierde en comodidad pero se gana bastante en diversión: las olas te empapan por completo, las subidas y bajadas te desplazan el estómago como si estuvieras en el Dragon Khan y los gritos de tus compañeras de barca le dan un plus de aparente peligrosidad que viene muy bien para soltar aún más adrenalina.
En el último viaje que hice con algunos compañeros, mientras bajábamos todos de la barca, tan mojados como si hubiéramos venido nadando, exclamé emocionado: “esto ha sido como estar en La vida de Pi. Una compañera guionista, con el pelo pegado a la cara y el susto aún en el cuerpo, me dirigió una mirada asesina y prosiguió su camino a lo largo de la playa arrastrando por la arena su pareo enredado. No a todo el mundo le resultan tan divertidos los viajes moviditos…