El otro día recibí un comentario en el blog de alguien que decía que se alegraba del retorno de El Superviviente 19, pero que echaba de menos al otro Paul, el del apellido largo. Y me hizo gracia, claro. Porque no hay nada que echar de menos: soy el mismo Paul que el año pasado, sólo que he decidido acortar mi apellido a la hora de firmar. Para explicar las razones tengo antes que poner un rótulo de PUBLICIDAD y hacer sonar el blong-blong ese de después de los cortes de anuncios, porque voy a hacer un poco de autopromoción. Se me perdone. Resulta que el próximo mes de junio publico mi primera novela, ‘El Aviso’, y mi apellido real resultaba demasiado largo y difícil de leer en una portada. Así que lo cambié por el actual Pen. Y ya que lo cambié para eso, lo cambio para todo. Pero repito: sigo siendo el mismo. Que nadie eche de menos al Paul del apellido largo. Blong-blong.
El lugar en el que vivimos este año el equipo de Supervivientes está originando unas conversaciones de comedor y piscina muy divertidas. La forma y la apariencia de nuestras casitas dan mucho juego a la hora de buscarles parecidos con referentes televisivos y cinematográficos. Un cámara me decía el otro día que tenía la sensación de estar viviendo en la casa de Los Picapiedra. Otra compañera guionista aseguraba sentirse observada por un montón de cámaras porque se le parecía todo demasiado al barrio ficticio en el que transcurría la vida de Jim Carrey en El Show de Truman. Si un día la vemos subida a las farolas buscando micrófonos ocultos, ya sabremos la razón.
A mí todo el complejo me recuerda más al Wisteria Lane de la serie Mujeres Desesperadas . Pero creo que fue Raquel, la presentadora, la que dio en el clavo cuando me dijo: “es clavado al pueblo de Los Otros en Lost”. Y claro, pensar que en el desayuno, entre cucharada y cucharada de Froot Loops se me puede sentar al lado Bree van de Kamp, Sawyer, Pablo Mármol o el mismísimo Truman, tiene su punto.
Éste es un gráfico explicativo sobre el parecido de mi nuevo hogar (que comparto con el guionista que el año pasado perdía las chanclas y regresaba descalzo a casa), con las citadas viviendas de ficción:
Vivimos por parejas en un montón de villas de un complejo vacacional de la costa hondureña. La ciudad más cercana es La Ceiba, a 22 kilómetros exactos según reza un cartel corporativo del hotel a la entrada de la ciudad. Es como vivir en una urbanización en la que conoces a todos los vecinos. A un lado vive el director, enfrente un par de cámaras, más allá los guionistas… Sólo nos faltan las vallas blancas de madera para poder rodar una teleserie americana.
El otro día tuve que levantarme sobre las siete de la mañana para asistir al envío del resumen diario a nuestros compañeros de Madrid y, al abrir la puerta de mi casa, estaba seguro de que aparecería un niño con una bici que me tiraría el periódico a los pies. Pero no. Quien pasó fue un trabajador del hotel fumigándolo todo con una mochila a lo cazafantasmas. Levanté la mano para saludarle, tragué unos cuantos decilitros de un polvo seguramente tóxico, y proseguí mi camino hacia el envío por satélite.
Por cierto que el tema de los saludos es algo curioso. Allá donde vayas, y sea cual sea el recorrido elegido para llegar a tu destino, te encontrarás con una media de 4,23 personas del equipo antes de alcanzarlo. Por tanto, si vas a desayunar al comedor y vuelves, te habrás encontrado con 8,46 compañeros en el trayecto. Si repites los viajes para ir a comer, se duplica la cifra. Si también quieres cenar, se triplica. Y si le añades los trayectos al lugar de trabajo, el par de visitas estándar a villas vecinas, algún viaje a la piscina y el clásico ay-que-me-he-dejado-el-móvil, la cifra final total de personas que saludas a diario tiende a infinito.
Lo mejor de todo es que a lo mejor has saludado doce veces al mismo redactor, pero a eso de las 13.00h es imposible que ningún cerebro humano compute a quién has saludado y a quién no, así que lo lógico es rendirse y vivir en una constante happy hour. Hola, hola, qué tal, hola, hola, y llegas a tu sala de edición. Hola, hola, hey, hola, hola, cómo vas, hola, y llegas a la máquina de café. Hola, ciao, hola, eh, hola, taluego, hola, hola, y llegas al comedor. Yo creo que ya he llegado a un punto en que saludo también a los turistas que se alojan en el hotel y nada tienen que ver con el equipo. Pero mejor eso a correr el riesgo de haber negado un saludo.
Más listos son quienes se han comprado una bici. Resulta que algunas villas quedan un tanto retiradas del núcleo central de la zona de trabajo en el hotel, así que muchos compañeros se han hecho con una bici para recorrer el caminito. Será cosa de ponerse de acuerdo y que alguno de ellos llene la cesta de periódicos enrollados y haga el reparto matutino que tanto le pega a este barrio. Yo es que vivo a unos 2 centímetros cortos de mi zona de trabajo, así que no necesito bici.
Ahora mismo caminará también por el hotel Tatiana Delgado, tras haber tenido que abandonar anoche el concurso por los problemas con su pecho Así que probablemente sea a ella a quien dirija mañana mi septuagésimo quinto saludo del día. Aprovecharé también para decirle que espero que tenga una prontísima recuperación, porque siempre es una lástima perder a un concursante en circunstancias como la suya. Y pensar que todavía hay gente que no se cree que Supervivientes sea tan duro…