La batalla contra los mosquitos
Existe un escuadrón de batalla que nos tiene declarada la guerra a los trabajadores de Supervivientes. Sus soldados tienen seis patas, dos alas y una trompa chupetona. En efecto: son los mosquitos.
Nuestros compañeros que trabajan en los cayos, Los Pies Negros, que son quienes más sufren su ataque, poco pueden hacer para huir de ellos aparte de vestirse con ropa larga o embadurnarse de repelente. Y es que si Jeyko está haciendo las paces con Rosi, ni redactor ni cámara pueden apartarse de la escena por mucho que un enjambre de chupópteros les robe un litro de su hemoglobina.
Ya en casa tenemos todos más recursos para defendernos de los mosquitos. El primer paso es, precisamente, prohibirles el paso. Y, por ello, todas las ventanas de nuestras casas disponen de estas preciosas mosquiteras que hacen que veamos el mundo exterior tal que así:
Perfectamente cuadriculado. Pero como todos sabemos que los mosquitos miden exactamente una micra menos que los agujeros de la tela mosquitera, al final siempre estás viendo la tele por la noche y oyes alguno zumbarte en el oído. Te lavas los dientes y otro pasa por delante de tus ojos. Repasas los partes de redacción para montar el resumen del día siguiente y, de un golpe, estampas el cadáver de un mosquito junto al renglón: “14.42 – Sonia Monroy interpreta su éxito ‘Salvaje’ colocando sus pechos en la cara de Tony”.
Al final, más que insecticidas y repelentes variados, no hay mejor arma contra los mosquitos que un buen manotazo. Incluso las reuniones de contenidos parecen a veces un tablao flamenco de la cantidad de aplausos que vamos dando los unos y los otros para matar a los mosquitos que sobrevuelan tan magno lugar. Las tramas de todo lo que acontece en Cayos Cochinos se narran casi siempre entre un montón de palmadas al aire. Cualquiera que nos escuche desde fuera debe pensar que estamos contentísimos con lo bien que nos quedan los resúmenes diarios y los vídeos de las galas de los jueves y los martes (recordatorio: a partir de hoy el debate se emite los martes) que se planifican en esas reuniones.
El otro día, una redactora, un guionista y yo conversábamos, antes de una de estas reuniones, sobre las razones que llevan a estos dípteros a inclinarse por ciertas personas a la hora de extraerles la sangre. Ejemplos de que ese hecho es una realidad los teníamos a mano en la propia sala: mientras que el guionista de Debate (el Billy el niño de las audiencias, recordemos) tiene varias extremidades marcadas a placer por estos vampiros de pacotilla, yo apenas pude encontrarme en ese momento dos tristes picaduras. Y una de ellas apenas perceptible. Asunto aún más curioso cuando resulta que dicho guionista porta en su muñeca una de las armas más extendidas entre el equipo para luchar contra los mosquitos. Esto:
Se trata de una pulsera que lleva incorporada una gran pastilla de repelente. Como una medalla de plástico que huele a algo que ahuyenta (supuestamente) a las jeringuillas voladoras. Y a los guionistas también, porque el otro día pasé una reunión entera al lado de una compañera que llevaba uno de estos artilugios y casi muero panza arriba y sacudiendo las patas tras una hora inhalando el insecticida que emanaba de la pulserita.
Pero bueno, a lo que iba. Que al guionista de Debate los mosquitos lo tienen acribillado aun poniendo medidas para evitarlo, y a mí, que paso de repelentes, es que ni me tocan. Si los mosquitos fueran turistas, la piel de mi querido compañero sería una playa de Benidorm en pleno agosto, y la mía una parcela incomunicada del desierto del Sáhara.
La redactora fue la primera en lanzar su teoría, la cual defendió con absoluta convicción: “existe gente con la sangre más dulce que otra”. Cuando le preguntamos si los mosquitos preferían la más dulce o la más amarga, no supo responder. Y otro redactor que se unió a la conversación hizo una observación que tiró por tierra toda su teoría: “¿y cómo sabe el mosquito que tienes la sangre dulce o amarga antes de picarte?”.
Yo aproveché el momento para exponer mi opinión al respecto: que el factor determinante es la temperatura de la piel. No sé de dónde me saco yo esta información, pero por algún lado he leído que los mosquitos son capaces de percibir pequeñísima variaciones en la temperatura de la piel y que, según lo caliente que estés, deciden si posar sus patas sobre ti o no. “¡Pues entonces Arturo debería estar lleno de picaduras!”, soltó alguien del equipo. Y aunque traté de explicar que no iban por ahí los tiros, las risas de todos los demás me lo impidieron.
Después la cosa fue desvariando hasta que alguien dijo que los mosquitos picaban más al guionista de Debate que a mí, guionista del resumen diario, porque los mosquitos, como la audiencia, preferían el programa que presenta Christian Gálvez a la tira diaria. Fue, lógicamente, un comentario de broma, pero aproveché la coyuntura para recordar que el resumen de La Siete está logrando unos índices de audiencia que duplican, y a veces casi triplican, la media de la cadena en la que se emite. Pero que no se puede comparar el share de un programa en prime time en Telecinco, a uno que se emite en la tarde de La Siete. Así que un respeto.
Al final acabamos concluyendo que nadie teníamos ni idea de por qué los mosquitos prefieren picar a unos y dejarnos en paz a otros, así que tiramos de Smartphone y red inalámbrica del hotel para dar con la explicación. Ni sabores, ni temperaturas. Lo que atrae o ahuyenta a los mosquitos resulta ser el olor corporal. Parece ser que todos tenemos nuestras propias esencias y que en eso se basan los mosquitos – o las mosquitas, porque también descubrimos que las que pican son exclusivamente las hembras– para decidir si te sacan la sangre o no. Viendo la cantidad de picaduras del guionista de Debate el muchacho debe oler a brownie y tener sirope de chocolate en vez de sangre.
En cualquier caso, la guerra de los trabajadores de Supervivientes contra los mosquitos sigue su curso. Y cada vez llegamos más lejos. Uno de los archivadores del programa, contra el que competí y perdí en la primera edición de La Ceiba Express, se ha llevado la palma también en esto de buscar métodos para ahuyentarlos. Ayer precisamente me vino con su teléfono para enseñarme una aplicación que se había descargado y que, al parecer, emite una serie de ultrasonidos que obliga a los arpones alados a salir volando despavoridos de la estancia. Yo no termino de creérmelo, pero le preguntaré dentro de unos días a ver cómo ha resultado el experimento.