Aventuras durante la grabación de la gala más vista (3ª parte)

telecinco.es 14/07/2011 21:21

Total, que ahí estábamos la editora y yo: sentados tras las cámaras, el banquillo de concursantes aún vacío, y una impepinable cuenta atrás marcando el inminente inicio de la décima gala de Supervivientes 2011. Además de nosotros estaba, claro, el equipo habitual que tiene en la palapa su lugar de trabajo: los cámaras, el que lleva la steady (una cámara móvil que pesa un montón y que la carga una persona para poder moverla a placer por el plató), el subdirector, la regidora, maquilladora, estilista... La palapa estaba ya engalanada como procede en jueves de gala: con sus antorchas encendidas.

Antorchas que, por cierto, dan mucho calor. Pero mucho. Suerte que el ser humano está hecho de carne y no de cera porque si no Supervivientes no saldría adelante: a diez minutos de comenzar el programa la palapa no sería más que un montón de maderas con gente derretida por todas partes: un pegote junto a un trípode sería el cámara, otro pegote con una brocha ensartada sería la maquilladora, yo sería un pegote con una gorra en todo lo alto y Raquel Sánchez Silva un pegote lleno de abalorios, micrófonos y cables. Por no hablar de los concursantes: todos sabríamos quién era el pegote junto al peluche, el pegote junto a la imagen del nazareno o el pegote de cera con un ramo de rosas rojas desparramadas a su alrededor.

En serio, hace mucho calor. No quiero ni pensar lo que deben sufrir los concursantes cuando luchan por el collar de líder en el célebre Jardín de Fuego, ése que le costó algunas pestañas a Sonia Monroy. Antes de que comenzara el directo, la editora y yo tuvimos la oportunidad de dar un paseíto por esa tremenda prueba semanal, con sus llaves, sus llamaradas y sus ramas enrevesadas. Durante un momentó olvidé cuántas son las llaves que hay en el juego (con la de veces que lo habré editado) y, en un ataque de corporativismo, busqué con cierto frenesí el llavero con el número 19. Ya imaginaba lo chula que quedaría una foto con mi número de dorsal bloguero en pleno jardín de fuego. Y salí en su búsqueda.

Aunque sin fuego ni cuenta atrás, puedo decir que he vivido la sensación que cada jueves viven los concursantes buscando la llave que abre el candado a la inmunidad. Y también la sensación de perder dicha prueba. Porque no apareció el número 19. Principalmente porque no existía. Resulta que son sólo quince las llaves que componen la prueba. Pero bueno, como quien no se consuela es porque no quiere, hice una foto aleatoria del número 12. ¿Y lo bonito que es el número 12? Nos da los meses del año, las docenas de huevosel mediodía y la medianoche...

Una vez que comienza el programa, si estás en la palapa, sólo te enteras de lo que pasa en la palapa. Como si fueras un concursante más. Todo lo que queda fuera de ese chamizo es Mundo Exterior y, por tanto, debe quedar fuera del alcance de sus ocupantes. Eso sí, los trabajadores implicados en la grabación disponen de auricuales conectados a un walkie que les permiten enterarse de muchas más cosas. Y fue gracias a uno de estos walkies cómo me enteré de todo lo que estaba pasando con Aída. Durante las publicidades, los concursantes y el equipo sigue grabando como si continuara el directo. Son en estos momentos cuando obtenemos las imágenes sobre las que rotulamos el clásico Imágenes Inéditas que ofrecemos en los resúmenes de los viernes. El pasado jueves las publicidades transcurrieron más o menos tranquilas en palapa, pero los walkies del equipo echaban humo.

La responsable de atrezzo, la misma que había preparado el ramo de flores que Amador entregaría a Rosa un rato después, se compadeció de mí y se colocó a mi lado en una de estas publicidades para que compartiéramos auricular. Y así, como si se tratara de un programa de radio, asistimos a las diferentes reacciones del equipo a lo ocurrido con Aída. No vimos las imágenes ni supimos exactamente qué había pasado, pero intuímos que había sido algo fuerte cuando la redactora informaba desde Playa Cabeza León que Aída se negaba a salir en pantalla. Y que había intentado huir del cámara (imágenes que luego incluímos en el resumen).

Cuando Jorge Javier comunicó a Rosa Benito que debía abandonar la palapa porque se iba de excursión, la editora y yo nos miramos de reojo y señalamos el exterior de la palapa con la cabeza. Por supuesto, no íbamos a perdernos el gran momento. Así vimos la ya legendaria mesa antes de que sus comensales se reencontraran:

Y asistimos al evento en primera fila. Y en primera línea de playa también. La editora y yo asistimos a este momento histórico de la televisión a dos pasos literales de sus protagonistas. Sin duda, elegimos un buen día para a visitar el directo. Aunque bueno, quien dice primera fila, dice realmente tercera. Porque las dos primeras estaban ocupadas por todo el equipo que es necesario para poder recoger y retransmitir una escena como la que se vio en pantalla. Que es mucho.

Lo que se ve en la tele es la ilusión de una pareja enamorada dándose besitos y contándose cosas al oído como si estuvieran solos. Pero alrededor de ellos revolotean cámaras, sonidistas, gente de atrezzo, redactores... Viendo la escena, me reafirmé en la idea de que es algo casi mágico que los protagonistas de Supervivientes mantengan la frescura y naturalidad ante tal despliegue humano y técnico que les rodea en todo momento. Merecen por ello un gran aplauso. Y si encima se paran a pensar que cada movimiento que hacen lo siguen millones de personas, no sé cómo Sonia, Tony, Jessi o Jeyko no se quedan petrificados frente a la cámara o entierran la cabeza en la arena como avestruces. Yo lo haría.

El cinematográfico encuentro entre Rosa y Amador fue el indiscutible highlight de nuestra visita al directo. Pero aún nos quedaba otro momento de gran intensidad: la llamada entre Tatiana y sus familiares. Para evitar que los concursantes escuchen esas comunicaciones (que ocurren a escasos metros del banquillo), en la palapa suena un musicón de tintes piratas que ensordece cualquier cosa que ocurra en el altar de nominaciones. Por eso, ni Rosa ni los demás -que en ese momento bailoteaban y celebraban la visita de Amador repartiéndose las rosas del ramo- escucharon a Tatiana llorar de la forma desconsolada en que lo hizo.

Nuestra barca de vuelta salía poco después. Lamentablemente, media hora antes de que acabara el programa. Pero hay que salir pronto porque, a partir de las cinco de la tarde, el mar suele complicarse y puedes quedarte a pasar la noche en el cayo. Es algo que les ocurre habitualmente al equipo de los cayos, pero ni la editora ni yo podíamos permitírnoslo: apenas dos horas después, empezaríamos a editar la gala que habíamos vivido en directo. Aunque llevamos casi tres meses haciéndolo, nunca antes había sentido de forma tan clara la forma en que la realidad se convierte en televisión. Y es algo totalmente fascinante.