El pasado jueves, tras unas cuantas gestiones burocráticas –cosa fácil: solicitarlo amablemente a nuestro Jefe de Producción-, conseguí ganarme un puesto en una de las barcas que lleva al equipo, cada semana, hasta Cayo Menor. El cayo de la palapa y el control de realización. El lugar en el que se hace el programa. A cuarenta minutos en barca del hotel donde transcurre mi habitual jornada laboral. Quién me iba a decir a mí que iba a estar presente, precisamente, en la grabación de la gala de mayor audiencia de lo que llevamos de edición. La que será recordada por la bronca a Aída y el reencuentro entre Amador y Rosa homenajeando la mítica escena del beso en De aquí a la eternidad.
Los jueves son muchas las barcas que van llevando, desde muy temprano, equipo y material hasta Cayo Menor, para tenerlo todo listo a eso de las dos de la tarde, que es cuando comienza el prime time para nosotros. Sin olvidar las barcas que llevan al equipo habitual a grabar a los concursantes, que ya puede ser jueves de gala o miércoles de ceniza, que a los supervivientes no se les quita una cámara de encima ni a la de tres. Mientras en la playa de acá Ráquel Sánchez Silva graba su entradilla para el resumen diario, en la playa de más allá los nominados hacen sus sacos y un cámara y un redactor del equipo están ahí para grabarlo.
Tuve la suerte de que me citaron en una de las barcas que salen a una hora decente. Las nueve de la mañana. Porque las hay que salen a horas que ni existen. ¿Las seis de la mañana? ¿Eso qué es? Yo creo que es una leyenda mitológica como las quimeras, los grifos y Medusa, pero hay redactores que me aseguran que es su hora habitual de citación. Tendré que investigar.
Una vez repuesto del infarto diario al que me tiene condenado mi móvil hondureño, me planté en el muelle una de nuestras tres carabelas. Aparte de mí, otra Planta Blanca venía de visita, una de las editoras con las que trabajo habitualmente. Acostumbrados como estamos a la oscuridad de la sala de edición tuvimos que aprender a parpadear de nuevo, incapaces nuestros ojos de enfrentarse a tal cantidad de luz solar. Pasando tantas horas frente a los monitores, creo que poco a poco estamos mutando en una suerte de criaturas terroríficas de piel pálida, enormes ojos y agudo sentido del oído. Un día de estos aparecerá un murciélago en la reunión de contenidos, explotará en una nube de humo, y seré yo ataviado con un capa negra y mi cuaderno en ristre para apuntar códigos de tiempo. De hecho, debió ser un milagro que la editora y yo no nos derritiéramos como vampiros, sobre el muelle, en un humeante charco de carne y pelo.
Así que con alma de turistas nos subimos a la barca, que hacía el viaje no por nosotros, claro, sino para llevar al equipo de juegos casi al completo. Esa prueba de recompensa en la que compiten los supervivientes durante todas las galas, se prepara desde días antes (las estructuras no se construyen solas) y se testa durante la mañana del mismo día de emisión para comprobar que todo funciona como debería.
Precisamente probar el juego que se vio durante la última gala fue lo primero que hice nada más llegar a Cayo Menor. Por allí andaba el Director de Juegos (probable poseedor de la tarjeta de visita más divertida del sector empresarial, con el permiso de los Oompa Loompas de la fábrica de chocolate de Willy Wonka), buscando voluntarios para meterse en la piel de Sonia, Rosa, Jeyko, Rosi y compañía, y acometer la labor encomendada en el tiempo marcado. Yo ya estaba descamisado y gritando sobre la plataforma de madera antes de que el hombre hubiera terminado de decir: “¿os apetece probar el juego?”.
Tal y como se vio en la gala, el juego consistía en ir pasando unos frutos de cacao de una plataforma a otra utilizando unos columpios. No me tocó la posición más divertida, la de los columpios, la que en el directo desempeñaron Sonia y Arturo, pero me metí en el papel igualmente. Ahora que caigo, yo me sitúe en el puesto que después ocuparía Tony. ¿Cómo debería tomármelo? Es igual. Junto a mí, haciendo también de figurante en la prueba, se colocó Raquel Sánchez Silva. Más tarde ella misma explicaría el juego a los concursantes. ¿Qué mejor forma de explicarlo que haberlo probado una misma? Siguiendo con los paralelismos, ella ocupó la posición de Rosa Benito.
El juego se prueba con la duración real que tendrá después y con el mismo número de participantes, para que todo esté medido al milímetro. Allí estábamos todos: la editora cogiendo los frutos de la cesta y pasándoselos al del columpio, el del columpio a la otra del columpio, la del columpio a mí, yo a Raquel… Superamos la prueba con nota. Tanto que, y esta es la razón por la que se prueban los juegos, en ese momento se plantearon algunos cambios.
Tanto el Director como el Subdirector del programa, aparte del propio Director de Juegos, estaban presentes en el ensayo (no sé si existe otro trabajo en el que tu jefe máximo pueda verte en bañador empujando un columpio y siga la tarea con atención). Tras ver nuestra participación, decidieron hacer algunas variaciones en las posiciones de los concursantes. Inicialmente, estaban todos subidos a las plataformas. Después se prefirió que dos de ellos, los que estaban en contacto con las cestas, se colocaran en el suelo. Por eso Rosi y Rosa, a la hora de la verdad, estuvieron situadas donde se las vio por la tele.
Finalizada la prueba del juego, el siguiente punto en el programa de actividades de nuestra visita a Cayo Menor era la grabación de entradilla. “¿Quieres verla?”, me preguntó el Subdirector. Yo, otra vez, ya estaba detrás del cámara antes de que él hubiera terminado la pregunta.
Continuará...
¿Qué tal fue la grabación de la entradilla? ¿Dónde estaba El Superviviente 19 en el momento en que Amador y Rosa se besaron apasionadamente a la orilla del mar? ¿Qué pasa en la palapa durante las publicidades? ¡Descúbrelo todo en próximas entradas de El Superviviente 19!