No sé qué ha estado más presente en la isla estos días: si el Mundial de Fútbol, la lluvia, o las hormigas voladoras. Las dos últimas, además, por lo que me contó una lugareña mientras agitaba la mano frente a su cara para ahuyentar a la nube de himenópteros que revoloteaban frente a ella, están relacionadas.
Llevamos ya tres días con una cortina constante de agua sobre nuestras cabezas. Todo está deslucido, la calle está llena de charcos, no se puede ir a la playa y hasta a los taxistas les da pereza salir: el otro día me vi con el chubasquero media hora bajo un techo que goteaba y me sentí como un concursante bajo la lona. Y es que El Caribe, con tanta lluvia, no es lo mismo. El camino a nuestro comedor, ya de por sí bastante agreste, ahora se ha convertido en esto:
Además parece ser que estas lluvias han sido las causantes de la inesperada invasión de la que hemos sido víctimas: hormigas voladoras. Que más que hormigas parecían Gremlins por la manera que han tenido de multiplicarse con el agua. Ya cuando salí de casa el viernes y sentí más vida de lo habitual revoloteando a mi alrededor, supe que algo estaba pasando. Más o menos como cuando en ‘Parque Jurásico’ el agua del vaso comenzaba a ondular. Había quedado con el guionista de la entradilla del resumen diario y, comentando la jugada, proseguimos nuestro camino como si tal cosa. No fue hasta que llegamos a las inmediaciones de la selva que tenemos cerca de casa, cuando nos dimos cuenta de que aquello había dejado de ser normal.
Fue entonces cuando preguntamos a una chica de por aquí, quien, asomada a la puerta, observaba el espectáculo. “¿Esto? Esto es por la lluvia, pero no pasa nada. Igual que vienen, desaparecen”, nos explicó. Casi pensé que al terminar de hablar tendría que escupir alguna hormiga voladora pero no, la mujer tuvo suerte. Nosotros no tanto, porque al pararnos, nos convertimos instantáneamente en pista de aterrizaje para las hormigas, que se posaban a montones en nuestra anatomía. Pero bueno, como estos animalillos ni pican ni hacen nada, la cosa tenía hasta gracia. Yo llegué a dar un par de vueltas entre la nube de insectos, con los brazos abiertos, imaginándome que nevaban hormigas, que es algo que no creo que pueda experimentarse muy a menudo. Además, como llevando una cámara en la mano todo se convierte en atracción turística, aprovechamos el momento para hacernos un montón de fotos. A la derecha, la lugareña sacudiéndose hormigas. A la izquierda, la invasión:
Mención especial merece otro guionista con el que comí esa tarde, que encontró dos de estos insectos andando en su plato. En un intento desesperado por sacarlos de la comida con el tenedor, fue arrancándoles las cuatro alas, una detrás de la otra, antes de poder eliminarlas por completo de la lasaña. Acabado el duelo, y como buen trabajador de ‘Supervivientes’ que es, continuó comiendo como si nada. Bien que hace. Al fin y al cabo, los insectos son proteína pura. Y para poner fin a la historia de las hormigas voladoras, una imagen:
Esto es lo que quedaba de ellas a la mañana siguiente. Se ve que la lugareña tenía razón: “igual que vienen, desaparecen”:
Lo que no desparecerá tan rápido son los partidos del mundial de fútbol. Aunque Nicaragua no esté clasificada, en todas las teles de todos los bares y pulperías de Corn Island, si hay una tele encendida, estará sintonizada en algún canal que emita los partidos. Podría decir que el canal que sintonizan es Telecinco, pero nadie me iba a creer. Sin ir más lejos, esta mañana me he tomado un café en un bar cerca del banco, et voilá, fútbol en la tele:
Y lógicamente, no sólo los nicas vibran con el mundial, sino también todo el equipo del programa. Es tal el interés de todos por lo que acontece en Sudáfrica, que la productora ha hecho un despliegue especial y ahora, en el comedor, tenemos un pantallón de cientos de pulgadas para poder seguir todos los partidos. No quiero ni imaginarme las peleas que debe de haber para cambiarse los turnos y poder librar los días que juegue nuestra selección.
Como ocurre con todo evento deportivo que se precie, tenemos también en marcha una gran porra. La Archi-porra, concretamente. Y no porque sea una porra de grandes dimensiones, sino porque la han puesto en marcha los del departamento de archi-vo. Sí, los mismos que miden el tiempo en cintas grabadas. ¿El precio para participar? Cincuenta córdobas, algo más de dos euros. ¿La condición? Acertar el mayor número de equipos clasificados para la siguiente ronda. Creo que la recaudación supera los 2.000 córdobas, que es un dinerito. Yo he votado un poco a ciegas porque de fútbol entiendo lo justo, pero no pierdo la esperanza. Contaré qué ha ocurrido con la porra en próximos capítulos.
Así que aunque haya llovido y no se haya podido ir a la playa, entretenidos hemos estado. Los futboleros en el comedor convertido en terracita de verano (sin bravas ni croquetas, vaya por Dios), y los no futboleros haciendo planes caseros que teníamos olvidados. Desde que estoy en la isla no había encontrado el momento para sentarme a ver una película, y este fin de semana lo he conseguido.
También me han llegado informaciones de que un grupo selecto de afortunados dedicó la noche del sábado a hacer una lentejada, disfrutando del placer ibérico de un buen plato de lentejas como el que hace mamá en pleno Caribe. Y una compañera me dijo el domingo: “si es que con este tiempo me dan ganas de meterme en la cama, taparme con la manta y tomarme un consomé”. A este paso, nos va a apetecer hasta tener una chimenea cerca.