Celebrando el triunfo con langostas rojas
Muchos miembros del equipo de Supervivientes celebraron el pase de España a la final del Mundial cenando una buena langosta. Y yo podría haber cenado el doble para celebrar también el pase de Holanda. En efecto, la final se disputa entre mis dos nacionalidades. ¡Gano el mundial sí o sí!
Y es que va a quedar muy mal decir esto cuando tenemos a siete personitas pasando hambre en los Cayos Perlas, pero el equipo del programa llevamos ya una semana poniéndonos ciegos a langostas. ¿Por qué? Pues porque hace tan sólo siete días, el 1 de julio exactamente, se levantó la veda y comenzó por fin la temporada del preciado crustáceo. Antes podías pedirla, pero era congelada o medio ilegal. Y El Caribe no es del todo Caribe si no puedes meterte entre pecho y espalda un bicho feísimo de ocho patas y dos pinzas cuando te venga en gana.
Cosa que hasta ahora no habíamos podido hacer y que resultaba de lo más frustrante, porque el restaurante al que íbamos, restaurante que mostraba una kilométrica sección en su carta con un listado superapetecible de langosta en todas sus variantes: a la plancha, a la brasa, a la barbacoa, con salsa de tomate, al ajillo, al estilo caribeño, bañada en oro… Y la frustración venía porque justo cuando empezabas a salivar y hacías un gesto con los ojos a la camarera para preguntar si estaban disponibles todos esos platos, la mujer truncaba la fantasía marisquera con una mirada al calendario de la pared y un repetitivo: “hasta el 1 de julio no tenemos langosta”. Entonces la langosta caricaturizada en el menú parecía cobrar vida como el Sebastián de ‘La Sirenita’, empezaba a agitar la cola en un desafiante gesto de “me mirarás pero no me catarás”, y bailaba alegre desde el papel de la carta al son del ‘chincha rabiña’.
Pero las tornas han cambiado. Me río yo ahora de todas esas langostas dibujadas en los menús. Días antes de la llegada del mes de julio, empezaron a proliferar de manera alarmante estas cajas por la isla:
Esas cajas son las trampas con las que se atrapan las langostas. Un hombre al que pregunté mientras apilaba un montón en su barca me contó cómo funcionaban. Primero se les pone un poco de cebo en el interior. Un cebo que, por cierto, me pareció rarísimo: cuero de vaca. Después las trampas se lanzan al fondo del mar y se dejan allí durante días. Las langostas, atraídas inexplicablemente por la piel endurecida de La Vaca Paca, entran en la jaula y ya no pueden salir. Pobres. Momento en que el pescador sube las trampas y… ¡tachán!, langostas para todos.
Qué pena que los concursantes que aún permanecen en el programa no tengan acceso a este blog porque si leyeran esto podrían construirse una trampa con cuatro palos y la piel de la maleta de Parada y darse un buen festín como un cámara, redactor o guionista cualquiera. Se me ocurre que, en futuras ediciones, podría ofrecerse como recompensa de uno de los juegos, un minuto de acceso a Internet. ¿Qué mirarían primero los concursantes? ¿Sus correos electrónicos para comunicarse con sus familias? ¿La cotización de la bolsa? ¿La audiencia del programa en Vertele? ¿El blog Desde el Palafito? ¿Preferirían actualizar su estado de Facebook? ¿Sería alguno tan astuto como para entrar a la página de Carrefour y hacer una compra on-line? Mira, ya hay una razón más para hacer Supervivientes 2011: descubrir qué harían nuestros concursantes con un minuto de acceso a la red.
Pero volvamos al mundo de la langosta, toda una institución aquí. Un taxista me contaba que el 80% de la población de la isla vive de ella. Debo decir que el taxista conducía y bebía cerveza al mismo tiempo así que nos tomaremos el dato con prudencia, pero sirve para pillar la idea básica: que es muy importante. La gran mayoría se exporta a Estados Unidos y Canadá (seguimos manejando datos del taxista cervecero), y la minoría se queda para consumo local. Consumo que habrá aumentado considerablemente con la presencia de decenas de españoles victoriosos aprovechando la ganga que supone para nuestros bolsillos.
Si hace dos semanas lo más cool entre el equipo era haber sido invitado a una cena con lentejas, hoy en día no eres nadie si todavía no has probado la langosta. Conversaciones y más conversaciones se van hilando con recomendaciones sobre los mejores restaurantes, las mejores recetas, valoraciones del sabor según la intensidad del rojo de la cáscara, debates que enfrentan al marisco caribeño contra el gallego, y disertaciones surrealistas como una que comenzó con la pregunta: “lo que tienen las langostas en la cara, ¿son antenas o bigotes?”.
De nada sirvió intentar desviar la conversación. “¿Os habéis enterado de que Parri y María José ya no se llevan bien con el resto del grupo?”, se atrevió a preguntar un incauto. Entonces alguno del grupo le miró, le chistó, y se llevó el índice a la boca para indicarle que se callara. Después prosiguió la conversación: “no sé si serán antenas o bigotes, pero ya te digo yo que las langostas no tienen cara”.
Gracioso ha sido el equívoco que he tenido yo con la misteriosa leyenda de La Langosta Blanca. Resulta que durante estos dos meses de veda, he escuchado a alguna gente de la isla hablar de la langosta blanca. Yo imaginaba que sería una especie autóctona de aquí, alguna variante albina del crustáceo, y la idea no me podía resultar más exótica. Creo que hasta he debido decirle a algún compañero: “pues en cuanto empiece la temporada, yo me voy a pedir langosta blanca. Seguro que está más rica que la normal”.
Ahora que por fin ha empezado, me dio por preguntar al cocinero del hotel a qué sabía la dichosa langosta blanca. Primero se rió pensando que bromeaba. Luego frunció el ceño. Y después ladeó la cara pensando para sus adentros “pobre inocente”. Resulta que la “langosta blanca” es un término que se utiliza en el argot del narcotráfico en ciertas partes de la costa nicaragüense. Cuando un barco cargado de cocaína es perseguido por las autoridades, los traficantes optan por lanzar la mercancía al mar. Más tarde, espontáneos de los pueblos costeros cercanos al lugar del lanzamiento salen a “pescar” los paquetes de droga para revenderla. De ahí lo de “langosta blanca”. Ya sabéis qué no hay que pedir en un restaurante de Nicaragua. Si se pide langosta, se pide Roja. Como nuestra selección.