Abandono de Miguel y día de colada
Todas las mañanas, en mi camino al trabajo, me encuentro con esta señal, una de mis favoritas de toda la isla:
"Libre al fin. Pecados perdonados". Eso, escrito sobre una palmera, junto a una playa de arena blanca y agua cristalina. La primera vez que lo vi me miré la espalda a ver si me habían crecido alas. También me llevé dos dedos al cuello para tomarme el pulso y asegurarme de que no había muerto y estaba a las puertas del cielo. Hasta me dieron ganas de buscar por ahí a un hombre y una mujer sin ombligo, porque me da a mí que el Edén debe ser algo parecido a eso.
El caso es que hoy, al leerlo, he pensado en Miguel, el concursante anónimo que ha decidido abandonar el concurso. Porque él también se sentirá hoy "libre al fin". Y eso que, de momento, su libertad es una libertad vigilada. Como la de todos los concursantes cuando terminan su participación en el concurso. Antes de regresar a España, los expulsados pasan unos días en Corn Island, a la vez cerca y lejos del equipo.
Como no pueden enterarse de nada de lo que ha ocurrido en el exterior durante su participación -y hoy en día los teléfonos y las conexiones a internet salen hasta de debajo de las piedras-, la productora tiene que estar muy al loro de los movimientos de los expulsados en la isla. Y este fin de semana, con cuatro concursantes fuera del reality a la vez (además de Miguel, andaban por aquí Bea, Carla y Javi) la vigilancia ha tenido que ser todavía más cuidadosa.
De hecho, los tres eliminados del jueves ni siquiera se han enterado del abandono del canario. A eso lo llamo yo malabares. Aunque hay gente que aún lo duda, cuando los concursantes llegan al plató en Madrid, realmente es la primera vez que tienen contacto con sus familiares. Hasta ese momento, han estado acompañados por miembros de la productora tanto en Nicaragua como en Madrid.
Así que Miguel está "libre al fin". Y en cuanto a "los pecados perdonados", pues más o menos. En este caso, el pecado de abandonar el concurso conlleva una penitencia económica. Y Miguel, como cualquier otro, tendrá que pagarla. Con la marcha del canario que mejor pescaba, parece que el cisma entre anónimos y famosos se reabre.
Mientras, en la isla del equipo, ocurre todo lo contrario. Vivimos todos tan en armonía que hasta compartimos la ropa interior. Bueno, no exactamente. Pero el otro día estaba yo en mi cuarto tranquilamente hablando por el Skype (el mejor amigo del trabajador de Supervivientes), cuando llamaron a mi puerta. Al abrir, distinguí justo detrás de una enorme polilla que había en la mosquitera, a la guionista de siempre. La del pedal roto y los pasteles aburridos. Llevaba en su mano una prenda que reconocí enseguida. "Creo que esto es tuyo", me dijo. En efecto, el calzoncillo era mío.
Como a todos nos hacen la lavandería más o menos juntos, un error así es de lo más común. Además todos compartimos la misma bolsa para la ropa sucia. No la misma misma (¡por suerte!) sino la misma en cuanto a diseño. Nos la dieron el primer día que llegamos. Casi sesenta personas del equipo salimos de la primera reunión de producción con una bolsa como ésta bajo el brazo:
Los habitantes de Corn Island debieron alucinar al ver la horda de paliduchos que de pronto recorrían sus calles con una bolsa de diseño tan adulto y masculino bajo el brazo. Estoy casi seguro de que vi a un montón de madres llevarse las manos a la cara, abrir la boca como en 'El grito' de Munch, y después taparles los ojos a sus hijos y meterlos corriendo en casa.
Hoy estas fantásticas bolsas pueblan nuestros hoteles en los días de lavandería. Que suele ser en fin de semana. Igual que las discusiones por ver quién conoce al mejor taxista, ya he presenciado algún que otro debate sobre en qué hotel dejan la ropa más limpia y con mejor olor. En eso yo suelo quedar último: mi ropa vuelve a mí limpia y fresca. Pero sin un ápice de aroma. Creo que no existe jabón más neutro en el mundo que el que utiliza Eva, la chica que hace la lavandería de mi hotel.
Aparte de para nosotros, el tema de la colada es todo un mundo aquí en Corn Island. Como la ropa se seca en unos 3,2 segundos al sol, la gente de por aquí lava sin parar, y la ristra de tenderetes se extiende por todo el territorio. Entre palmera y palmera, una cuerda. Y sobre ella, venga ropa.
Muchas veces, de camino a la comida o a la cena, me entretengo analizando las coladas de mis conciudadanos. Es increíble lo que un montón de ropa tendida a las puertas de una casa puede decir de quien habita en su interior. Supongo que de ahí vendrá eso de “lavar los trapos sucios en casa”. De todas las coladas que he visto, ésta ha sido la más divertida:
Y así es como luce la mía:
Es muy curioso ir con la bici por la carretera y descubrir, en una colada cualquiera, una camiseta con el logo del programa. Eso significa que algún compañero vive cerca. Antes de irnos, tengo que proponer a todo el mundo que lavemos nuestras camisetas de la equipación (que tenemos unas cuantas entre las de este año y de ediciones anteriores) en el mismo sitio, y a la vez. Sólo por conseguir la imagen brutal de unas cien camisetas del programa tendidas entre palmeras, una detrás de la otra. Daría para una foto irrepetible.