Un 4L en el Vaticano
Compartir un coche me ha unido a Francisco. El 4L del Papa y el mío son blancos y prácticamente iguales. El mío tiene muchos años y las ruedas naranja fosforito; el de Francisco ha recorrido muchos kilómetros, hecho muchos servicios a los que más lo necesitaban y las ruedas se las he tuneado yo. Ver ese 4L en esta foto me acerca de modo sorprendente a un Papa que nos tiene a muchos, asombrados.
Cuando el párroco de Santa Lucía de Pescantina, en Verona, Renzo Zocca escribió al Papa Francisco para decirle que quería hacerle un regalo, recibió una llamada de teléfono que lo dejo con la boca abierta. Un hecho absolutamente sencillo y cotidiano, se convertía en un suceso excepcional y esa llamada fue noticia en el mundo entero. El propio Papa había marcado el número de su amigo para hablar con él. Algo muy profundo se ha tenido que hacer muy mal en la Iglesia Católica cuando este cardenal argentino acierta casi a diario con sus gestos, sus formas y sus palabras.
Aunque uno no se sienta creyente ni seguidor de la doctrina de la Iglesia católica, es indudable que cualquier acontecimiento relacionado con ella tiene un interés lógico. Al menos eso es lo que me ocurre a mí.
La renuncia de Benedicto XVl, su dimisión como prelado de la Iglesia de Roma, fue un hecho importante y removió las estructuras de una organización milenaria. Las razones de por qué lo hizo nunca han acabado de estar claras pero la realidad es que aquel hombre que un día se convirtió en Papa, tras la muerte de su antecesor Juan Pablo ll, limpió algo su imagen con ese gesto valiente. Ratzinger nunca dejará de ser quien fue en los años que vigiló y censuró la doctrina oficial de la Iglesia Católica pero su dimisión nos hizo verle con otros ojos. Eso fue lo que yo sentí.
Cuando los cardenales volvieron a encerrarse en esa ceremonia que tiene tantos años de historia, en muchos rincones del mundo, personas que siguen creyendo en la palabra del Evangelio, renovaron sus esperanzas de que un talante nuevo, un ser humano más valiente, se encargara de dirigir la iglesia en la que ellos creen.
Esas personas, hombres y mujeres repartidos por el mundo, trabajando en los rincones más desfavorecidos, más cercanos a la doctrina que sigue los pasos de Jesús de Nazareth, tenían una nueva oportunidad para sentirse acompañados, animados y reforzados en lo que para ellos es la auténtica religión católica. Son personas por las que tengo un respeto inmenso, lo tengo desde siempre, desde que dejé de tenerlo por la jerarquía oficial de esa misma iglesia.
Aquella fumata blanca salió ese día cargada de buenas noticias para ellos: para las mujeres, para los teólogos criticados y proscritos, para los sacerdotes castigados, para los creyentes engañados, para las personas de buena voluntad que se habían ido apartando de una iglesia que se había alejado y había maltratado tanto una doctrina de amor y perdón, como todos ellos la entendían.
Francisco indicó su pensamiento desde el minuto uno. Salió al balcón de la Plaza de San Pedro y con un gesto inusual pidió a las miles de personas que lo esperaban que rezaran por él. Me imagino el peso inmenso, la brutal responsabilidad que ese hombre debió sentir sobre sus hombros cuando supo que ya no había marcha atrás, que era el nuevo Papa de esa Iglesia que él conocía tan bien y a la vez tan mal.
No consiguieron que se pusiera los elegantes zapatos rojos de tradición porque dijo que le era más cómodo seguir llevando los suyos que aún le servían y ese gesto, pequeño pero de un extraordinario simbolismo, empezó a cambiar lo que siempre había tenido que ser aceptado como inalterable. Para mí Francisco, está haciendo sencillo lo más difícil: vivir de acuerdo a una doctrina que solo busca que los seres humanos nos amemos y nos respetemos. Su mensaje es sencillo como lo fue el del chico de Nazareth: solo importa el amor y la compasión. Solo importa la justicia y la igualdad. Solo importa lo que verdaderamente es importante: luchar para que los que sufren dejen de sufrir.
El Papa y yo, como veis compartimos un 4L y desde esa curiosa situación me he puesto a observar a este hombre que, sinceramente, me gusta cada día más.