Una cadena casi irrompible amarra a las victimas de la trata de personas con quienes sacan provecho económico de ellas. La trata de personas es un delito, pero no se logra parar que se llenen los prostíbulos españoles de mujeres que tienen sexo con hombres obligadas por mafias que las tienen atrapadas. Mujeres y, según es cada vez más notorio, chicos jóvenes y transexuales.
Debemos hablar de esclavitud: retención de un ser humano contra su voluntad. Cada vez que un hombre, un joven, paga a una mujer, debería pensar que puede estar apoyando la esclavitud. Digo puede porque no siempre las prostitutas llegan a ese “oficio” habiendo sido raptadas por mafias pero, es importante que sepan que es más común de lo que seguramente ellos creen que esas mujeres no sean seres libres.
La lucha contra la trata de seres humanos es ardua y muy cara. Requiere de policías especializados que se enfrentan a organizaciones poderosas y muy ricas que están moviendo miles de millones de euros al año. Y no sólo eso, requiere de una red de centros que asistan a estas personas y les ayuden a encontrar una salida, un futuro.
Si los hombres que consumen mujeres, porque de eso se trata, pensaran que están haciendo posible este repugnante negocio, quizá no pagarían.
No es fácil hablar, pedir ayuda cuando eres un ser humano al que han engañado arrancándole de la pobreza con la promesa de un empleo lejos de casa sin billete de vuelta. Si conociéramos las historias del horror que estas personas cuentan cuando son liberadas, no habría nadie que deseara arrancar el menor placer a sus cuerpos.
En España hay muchas ONGs que sujetan el horror. Sin su trabajo cualquier ser humano víctima de la trata de personas no tendría la menor esperanza de alcanzar la puerta de la libertad. Esas organizaciones temen que la crisis haga difícil su futuro, temen tener que tirar la toalla y dejar sin esperanza a cientos, a miles de personas que acuden a sus puertas. No lo permitamos, no dejemos que la falta de dinero haga desaparecer ese clavo ardiendo. El día que eso ocurra no nos quejemos de las consecuencias que sufriremos todos. Nos piden que os lo contemos y eso hago aquí hoy.
P.D. La fotografía es de Sofía Wittert y formó parte, el verano pasado, de su última exposición en Cádiz.