Que se lo pongan ellos
Velo, burka, mantilla, toca, siempre son trapos que nos han colocado a las mujeres en la cabeza. Yo he llevado mantilla durante muchos años. Cuando iba al colegio siempre íbamos a Misa con una mantilla que se sujetaba con una gomita por debajo del pelo para que no se nos cayera. De mayor, la llevaba de encaje y caía sobre los hombros. Nunca me planteé quitármela hasta que me la quité para siempre.
Desde que España recibe personas de muchas parte del mundo que acuden a nuestro país buscando ganarse la vida, otras costumbres han ido apareciendo entre nosotros. Es curioso que tengamos tan claro que el velo de las musulmanas es cuestionable y no lo hayamos hecho jamás con el nuestro.
Durante muchos años me dieron clase monjas que cubrían su cabeza con tocas y velos que impedían ver un solo pelo de sus cabezas. Nunca lo cuestioné.
Otra cosa bien distinta es el burka. El burka encierra en una cárcel la cara de millones de mujeres en varias partes del mundo. Siempre mujeres. Mi hermana Reyes suele decir que ese problema se acabaría cuando se les obligara a ellos a taparse la cara, a ponerse el burka. Apoyo la moción. Que ellos, todos ellos, escondan su mirada, sus facciones, sus expresiones, toda su cara debajo de esa prisión y pronto aparecerán las caras de las mujeres que hoy viven obligadas a esconderse porque de lo contrario peligran sus vidas. Que ellos se pongan el burka: no hay otra.
Entre los católicos no podemos dar lecciones a nadie, pero sí podemos compartir nuestra evolución. Taparse la cabeza no hacía a las mujeres mejores, ni más inteligentes, ni más fuertes. Taparse la cabeza era una costumbre inofensiva que cayó por su propio peso con el paso de los años y la llegada de la igualdad de la mujer y el hombre.
Hoy ni nos lo planteamos, pero quizá sería honesto revisar nuestra propia historia antes de establecer prohibiciones a otros.