Acabo de leer en El País una entrevista diferente y muy importante. Mónica Ceberio habla con Iñaki García Arrizabalaga de pasos nuevos, de pasos de perdón que nos llevarán a un futuro mejor; un futuro construido sobre bases sólidas para Euskadi y España. ETA mato a su padre. Él ha aceptado participar en unos programas de mediación organizados por Instituciones Penitenciarias a sugerencia de presos de la banda que no les pareció suficiente firmar una carta pidiendo perdón, querían verse cara a cara con sus víctimas. Era un paso arriesgado pero siempre hay valientes que están dispuestos a darlo. Para mí la información de hoy es completamente diferente a todo lo que hasta ahora hemos leído sobre los avances hacia la resolución del conflicto de la violencia. Hoy hemos conocido que unos cuantos, pocos, víctimas y verdugos, han empezado a andar un nuevo camino que cura de verdad.
Los etarras que en las cárceles han reflexionado y llegado a la conclusión de que no hay razón política ni de lucha por la liberación de una tierra que compense quitarle la vida a un ser humano, han entrado en un terreno nuevo sobre el que , ahora sí, se puede construir el futuro. De momento son pocos pero uno tiene la sospecha de que su ejemplo se multiplicará y pronto veremos florecer una inmensa esperanza.
Cuando ETA mató a su padre de un tiro en la nuca, tenía 19 años. Eran 7 hermanos. Su vida se destruyó. Todo lo que ocurrió a partir de entonces pudo explicárselo mirándole a la cara a un miembro de ETA que quería pedirle perdón aunque no hubiera sido él el autor del asesinato.
“Al principio evitaba mirarme a los ojos pero empezó a hablar. Me contó su vida durante los últimos 20 o 25 años. Su actividad como militante de ETA, su detención, su estancia en la cárcel. Me dijo que reconocía que había cometido daños irreparables y que ojalá fuera yo uno de los familiares de sus víctimas pero que, en todo caso, me pedía perdón como miembro de la banda por lo que había ocurrido. Fue muy impactante. Era la primera vez que un terrorista me pedía perdón”
Quedan 828 familias que deberán recorrer, si así lo desean, este nuevo camino. Quedan muchas heridas abiertas que, quizá, solo quizá, sean más fáciles de curar si consiguen aceptar la peticiónes de perdón de los verdugos. Con ello no se logran beneficios penitenciarios. Lo que se logra es la paz del perdón. Esa paz que los que la han experimentado dicen que es incomparable con ningún otro gesto.
Ayer vi en un Telediario a un preso etarra explicando cómo cambió su mente al percatarse del error de creer que la lucha por la independencia de su tierra se podía lograr con la muerte de sus víctimas. Es la primera vez que entiendo el arrepentimiento sincero, que lo creo. Si eso se multiplicara todo sería más fácil; todo sería más fácil incluso de entender, hasta a sus propios familiares que día tras día salen a las calles del País Vasco a pedir su libertad. Si el discurso lo lideraran personas como ésta, el entendimiento sería inmediato porque ellos han marcado el camino del dolor y son los que mejor entienden la necesidad intrínseca del perdón. Ese gesto es imprescindible para las víctimas. Aunque ellas no tienen la obligación de aceptarlo, el simple hecho de tenerlo delante como una nueva opción, las coloca de nuevo en el centro del problema y les da el protagonismo que tantas veces perdieron.
Los primeros pasos son titubeantes pero son. Los primeros pasos, las primeras miradas, las primeras palabras de perdón y explicación son las mejores raíces para que crezca ese árbol que puede cobijarnos a todos. Desde aquí quiero dar las gracias emocionadas a quienes lo han conseguido.