Es menuda, chiquita, delgada pero con una gigantesca fortaleza. Se abrazó a mi y yo la sentía temblar porque lloraba sin poder contenerse. Cobijarla entre mis brazos fue lo primero y, por desgracia, casi lo único que pude hacer por Verónica Fernández. Cuando se tranquilizó me agradeció nuestra ayuda, nuestro apoyo: el de todos los que desde este Bolo hemos escrito palabras para ella. Nos ha leído a todos y fue su tía Beatriz - Odisea – quien nos mandó en su nombre palabras de agradecimiento. En ese momento sentí de nuevo con fuerza que nuestro blog, nuestro rincón en la web de T5, seguía teniendo todo su sentido.
Verónica tiene 25 años y sus ojos, en esta foto de esa misma tarde de nuestra entrevista, informan con precisión de su profundo infierno.
Hoy su casa es un piso bien amueblado, tranquilo, limpio y ordenado. Vive con Félix, su marido y con su hija de 5 años, Naiara: “significa golondrina en vasco”, me dijo casi al comenzar a conocernos. Si una casa habla de cualquiera de nosotros, de nuestro carácter, esta chica sabe el terreno que pisa, tiene ordenada su cabeza y va a por todas. Los papeles, las pruebas, el pasado, los guarda cuidadosamente y en unos cuadernos grandes lo apunta todo
Tengo la certeza de que cuenta la verdad y nada más que la verdad porque la he escuchado repetir hasta la saciedad las mismas cosas: esa macabra historia de niña abusada y violada, explicadas de la misma manera. He leído los informes de los psicólogos encargados por el juzgado; conozco todo lo que se ha publicado sobre ella y escuchado sus intervenciones en radio y televisión. No hay el menor desvío en sus explicaciones y esto lo digo, no porque en ningún momento me haya hecho falta contrastar sus palabras, sino porque me han preguntado si creía verosímil su testimonio. En esos momentos he sentido una punzada en la boca del estómago; en esos momentos he entendido aún más la batalla tan dura, larga y llena de recovecos que esta criatura emprendió el día que sintió que tenía fuerzas suficientes para denunciar a su padrastro.
Un camionero, Ramón Nácar, llegó un día a su casa a vivir con su madre cuando Vero tenía tres años y su hermano sólo uno más que ella. Desde el primer día le llamaron Papá y no tardó en marcar el territorio y enseñar a aquellos dos niños pequeños quien iba a mandar allí desde ese primer instante. “Cuando mi madre salía de casa nos dejaba a su cuidado; cuando no viajaba con el camión se ocupaba de nosotros. Nos empezó a asustar enseguida. Nos desnudaba y en pleno invierno nos dejaba en el balcón. Nos obligaba a bebernos nuestros orines. Aprendimos rápido a tenerle miedo”
Verónica Fernández es una de las miles de víctimas de incesto que se ocultan entre nosotros y de las que sólo un 10% consiguen denunciar a sus agresores. El incesto no es un crimen perseguido como se podría pensar. El incesto cuesta mucho demostrarlo y sus efectos son irreversibles, se vive con ellos toda la vida. El incesto crece en el silencio, la culpa y el miedo.
Verónica sigue durmiendo cada noche con las imágenes de ese hombre que a los seis años empezó a desnudarla y a desnudarse; son las imágenes de cosas incomprensibles para la cabeza de una niña pequeña que no sabe lo que le está haciendo ese hombre al que aprendió a llamar Papá y que decía siempre que la quería, que todo aquello lo hacía por su bien.
Mis compañeros y yo estuvimos varias horas en Ocaña, provincia de Toledo. Escuchamos a Vero reabrir su herida y también hablamos con Isabel, su madre. Espero que algún día podáis ver esas entrevistas porque ellas merecen que su valentía y sus lágrimas delante de las cámaras sean compartidas con los espectadores de nuestro querido programa. Son historias de culpas, de pasados negros y presentes que sólo quieren que la justicia les calme el corazón.
La jueza Alicia Parrondo tuvo la vida de Verónica sobre su mesa durante dos años. A esa jueza que pudo ayudar a esta cría a dormir un poco más tranquila, quisimos entrevistarla para “Diario de...”. En el juzgado nos pidieron que esperáramos y esperamos lo que hizo falta a que volviera a su despacho de tomar café. Su Señoría trató de evitarnos pero no lo consiguió. Esa mujer que fue incapaz de dictar sentencia contra un violador, pedófilo y maltratador de una niña desde los tres a los catorce años, no quiso hablar con nosotros y nos remitió al Consejo General del Poder Judicial. Cuando íbamos en el coche hacia Ocaña tuve la esperanza de que contestaría a nuestras preguntas: fui una ilusa. Pero, no importa, queda mucha vida por delante y no me suelo cansar de insistir y mucho menos si es por una causa como esta. Esperaré, esperaremos lo que haga falta.
Os dije en el post anterior que podíamos enviarle nuestro apoyo y lo habéis hecho; lo habéis hecho y le ha llegado.
Os dije que iría al juzgado de Ocaña y he ido.
Hoy voy un poco más allá y de la mano de su abogado os digo que necesitamos la ayuda de un/una fiscal que tome en su mano este horror y demuestre que nuestros impuestos no caen en un agujero negro, que podemos confiar en La Justicia.
Verónica Fernández ha sido muy valiente y ha denunciado.
Verónica Fernández ha confiado su drama a la justicia y la Justicia no puede burlarse de su dolor como han hecho hasta el día de hoy.
Todos somos hoy Verónica y todos debemos exigir y vigilar sin bajar ni un milímetro la guardia.
P.D. Para hacer esta entrevista llegó a mis manos un libro extraordinario: “La primera vez tenía 6 años” de una francesa, Isabelle Aubry, de la Editorial Roca, que deja en este libro un testimonio demoledor. Os ruego que lo leáis porque será entonces cuando os inundará la fuerza para no aceptar jamás que nos hagan mirar hacia otro lado cuando lo que nos muestran es una historia de abusos y maltrato a un niño. Le prometí a Verónica que se lo enviaría para que se sintiera menos sola: mañana lo compraré