Ella creyó que nadie le arrancaría ya aquella verdad que cambió su vida. Isabel García sabía que se había casado con un hombre muy extraño pero nunca logró liberarse y dejar de temerle. Cuando supo que lo más horrible había pasado, le juró que no hablaría, que jamás abriría la boca, que nunca contaría lo que sabía. Fue pasando el tiempo y se convenció a si misma de que había aprendido a callar. Creyó que una vez pasado el juicio, todo se calmaría y su vida dejaría de colgar de esa historia horrenda. Consiguió engañar a su Señoría; su marido estaba en aquella sala, aquellos ojos taladraban su espalda y ella no haría nada que pudiera enfadarle. Ese día fue capaz incluso de parecer más perdida que nunca y superó la prueba.
Cuando dejó de ser testigo protegida, cuando ya no la custodiaba nadie, aceptó acudir a un hotel en Sevilla para hablar con los periodistas del programa de Ana Rosa Quintana. Nadie la forzó. Isabel participaría en un programa en Madrid y pidió vivir en un hotel en Torrelaguna para estar cerca de su nuevo amigo. Entró y salió libremente de aquel hotel varias veces para ir a comprar y para ir al banco. Seguía siendo dueña de su secreto.
Cuando llegó el momento de hablar en directo con Patricia, la reportera de AR, lo hizo y siguió mintiendo; lo hizo como siempre le dijeron que lo hiciera. Mintió y creyó ver la luz al final del túnel.
Pero ocurre que a veces un abrazo, una muestra de afecto pueden romper el dique mejor construido. Cuando todo terminó y la reportera de Ana Rosa le ofreció tomar un café y la trató con cariño y comprensión Isabel se convirtió en otra persona: dijo que quería contar toda la verdad, que no aguantaba más. La reportera de Ana Rosa se quedó helada y se comunicó de inmediato con sus jefes. El programa seguía “en el aire” y la unidad móvil que había recogido sus palabras minutos antes, sus palabras de mentira, hacía el camino de vuelta a los estudios de Telecinco, cuando la directora les ordenó regresar.
Todo volvió al origen, todo volvió a empezar. Isabel García sabía cómo había muerto Mari Luz. La carita de aquella niña no había desaparecido de su mente y su mente no resistió más el engaño. Eso suele pasar, la policía lo sabe muy bien. Cuando un ser humano llega al punto de necesitar hablar, confesar, todo sale a la vez, a borbotones, y ya no hay más estrategias ni mentiras. El programa fue su salvación y la comisaría donde escucharon y apuntaron cada una de sus palabras puso en orden su vida de los últimos tres años. Lo quería contar todo, quería deshacerse de un fardo que pesaba demasiado.
Ahora Isabel espera para ser juzgada por falso testimonio y por lo que digan los jueces pero por primera vez en tres años, puede dormir, aunque esté en prisión, sin que la conciencia le muerda como un lobo.
No veo ni un solo resquicio en todo este asunto que pueda ser cuestionado. El periodismo es esto. Mando desde aquí, públicamente, lo que ya he hecho en privado: mi apoyo y mi felicitación a Ana Rosa y todo su equipo.
Pongo una foto que, para mi, es el mejor homenaje posible: la carita de una niña de cinco años asesinada.Una vez más...la hipocresía.