Casi nadie me creyó
Han pasado muchos meses desde que me rompí la rodilla en el pico de un monte nevado. Han sido exactamente 22. Los he contado minuciosamente. Estoy segura de que muchos sabréis por experiencia propia y otros por gente cercana, lo delicado que es romperse los cruzados de la rodilla.
Es una lesión muy común en deportistas. A ellos, en la cima de sus carreras, no les preguntan si quieren operarse: simplemente les operan y, lo hacen lo antes posible porque cada segundo de su tiempo es oro. Por lo general suelen volver a utilizarla al 100x100 en un corto espacio de tiempo, en pocos meses. Son deportistas jóvenes y lo que les depare el futuro no es importante en esos momentos de urgencia; lo que su rodilla acabe haciéndoles sufrir pasados los años, da igual: lo que importa es que funcione lo antes posible al coste que sea.
A mi trato de convencerme casi todo el mundo de que mi única salida era un quirófano; que si no quería destrozarme la rodilla y el futuro, que si quería seguir haciendo deporte, hacer una vida normal, llevar tacones, correr, ir en bici, incluso simplemente andar, me tenía que operar sin género de dudas.
Un médico catalán fue más conservador y me regalo esperanza: “si te lo tomas con calma y haces unos ejercicios específicos, es muy posible que tu rodilla se refuerce y aunque los cruzados no volverán a ser jamás como fueron, tendrás suficiente fuerza para llevar una vida normal”.
Me agarré a él como a un clavo ardiendo. Hice todo lo que me sugirió y tuve paciencia pero mi rodilla se salía invariablemente cuando menos lo esperaba y llegué al extremo de que un día, un coche, casi me atropelló en una calle de Barcelona, cuando perdí el equilibrio y quedé a centímetros de sus ruedas con mi rodilla inservible.
Frente a todo eso volví pensar en que la operación de cruzados; en ese tendón de tu propio cuerpo o de cadáver que te colocan en lo que había sido tu ligamento. Llegué casi a convencerme de que acabaría siendo la única salida. Conocía todos los inconvenientes, los posibles rechazos, la dura recuperación, lo sabía todo pero la rodilla estaba llegando a hacerme la vida demasiado complicada. Andaba coja, me dolía la cadera y no podía soñar con echar a correr, ni tan siquiera dar un simple salto. Fue entonces cuando conocí a la Doctora Sacristán.
Otro día os hablaré de ella con calma. Algo os dije en un post anterior hablando de Leo Messi al que, por cierto, le han dado ese Balón de Oro que merece tanto como sus dos compañeros con los que lo disputaba y a los que mando mi abrazo más cariñoso desde aquí. Aquel post se titulaba “Conjuntivo”. Insisto: otro día os contaré detalles de lo que ese tratamiento ha hecho con mi rodilla y con mi vida. Hoy solo quiero compartir con vosotros el final, el final y la regeneración de mi cruzado anterior.
Esta mañana, con el permiso de Menchu Sacristán y tras diversas pruebas de que mi rodilla volvía a ser la que fue, esta mujer a quien beso en la foto que os pongo, me ha dado la suficiente confianza como para que me volviera a colocar mis botas y mis esquís y la siguiera, la siguiera ciegamente como he hecho tantas veces en mi vida.
Soledad Canga, Sole, es para mi la mejor profesora de esquí de nuestro país. Es asturiana, pero por su trabajo ha vivido en Sierra Nevada y en el Valle de Arán, en Lérida. Esquía como los ángeles y por encima de todo es cariñosa, templada, meticulosa, capaz de ponerse en tu piel, sonriente y, como os decía: la mejor maestra de este deporte que amo tanto. Sole y yo íbamos bajando juntas aquella montaña que se quedó con mi rodilla hace 22 meses. Hoy se ha vuelto a poner delante de mi y me ha transmitido la fuerza y la seguridad suficiente para que todo funcionara a la perfección. Así ha sido: puedo volver a esquiar y mi rodilla responde como siempre lo hizo.
Sé que es un hecho pequeño, sin importancia; un hecho que estando las cosas como están puede sonar hasta frívolo y superfluo pero las personas que me conocen saben que para mi, tras muchos meses de lucha, hoy era un día importante.
Si en el primer giro en la nieve mi rodilla se volvía a salir, nada de lo que Menchu Sacristán y yo habíamos hecho durante meses, habría servido para nada. Todo el tratamiento paciente de mi sistema conjuntivo habría sido inútil. Pero mi rodilla ha girado y ha vuelto a girar y lo ha hecho todas las veces que Sole marcaba la pista. No ha fallado ni una sola vez. Eso es todo: tan simple y tan complicado.
Os confieso que me he emocionado y que este post es mi pequeño homenaje a dos mujeres que me han devuelto la felicidad de un deporte que solo los que lo practicamos y lo gozamos sabemos que es como haber reencontrado un tesoro perdido.
Hoy en lo más alto de las pistas de Baqueira Beret, he recuperado mi rodilla y he sido muy feliz. Necesitaba compartirlo con los que me entiendan. Necesitaba deciros que no tiréis nunca la toalla aunque casi nadie os crea.