Como si hubiera visto Dd, este mono imita el comportamiento de un psicólogo sevillano. La semana pasada en nuestro programa denunciamos algo que solo la cámara oculta pudo demostrar: un psicólogo de prestigio, un psicólogo que durante años dio clases en la universidad de Sevilla, un psicólogo al que acudían muchos pacientes con problemas muy serios, se masturbaba con todo descaro escuchando el relato de los enfermos.
El diván, ese lugar sagrado para los psicoanalistas, ese cobijo que permite a la persona que acuden a verbalizar sus males a un profesional, le era muy útil. Desde esa posición tradicional en la que el médico está sentado detrás de su paciente, sin verle la cara, se la tocaba sin parar durante los 45 minutos que suele durar un terapia.
Al parecer llevaba años haciéndolo, casi siempre seguía el mismo ritual; había sido denunciado pero nada había ocurrido hasta la actualidad.
Dos chicas jóvenes acudieron a nuestro programa porque habían agotado todas las vías y gracias al trabajo de una redactora de Dd que se hizo pasar por paciente, esas imágenes inmorales que perseguían a las mujeres que se sentaban en aquel diván para curarse, han podido ser vistas por todos. Las habían tildado de locas, no las creía nadie, llegaron incluso a pensar que veían visiones. Dd les ha devuelto lo que les pertenecía y ahora esperan las medidas que el colegio de psicólogos de Sevilla debe tomar para que este profesional deje de hacer daño. La justicia tiene muy poco que decir: esta conducta no está prácticamente penada y además, como en otros casos que ya conocemos en nuestro programa, los hechos han prescrito; lo hacen muy deprisa.
El mono del zoológico se la menea con todo descaro; el mono, obviamente, no tiene pudor y tan solo se guía por su instinto, su propio placer.
El psicólogo sevillano sabe muy bien lo que hace. El se guía por su pene y en ningún momento se para a pensar en que sus tocamientos hacen ruido, que esos kleenex que tiene a mano para cuando los necesita, hacen ruido, que aunque sus pacientes suelan estar concentradas en su dolor o incluso en su llanto, se percatan de que él no está por ellas, está solo por él. Este caso es, para mi, un ejemplo repugnante de falta de respeto, de falta del más mínimo escrúpulo que su propio código deontológico, le obliga a tener. Este hombre, como seguramente habrá otros casos en otras profesiones que tienen en sus manos nuestra máxima intimidad, rompe todas las barreras y llega a provocar más daño del que cobra por curar.
En casos como este nuestro programa tiene un inmenso sentido. En casos como éste, con la confianza depositada en nuestro equipo con una denuncia que nos permita tirar del hilo, se comprueba la utilidad del periodismo. En casos como este agradezco a mis jefes que, tras 7 años haciéndolo, sigan confiando en nosotros para continuar haciendo Diario de...